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La tragedia del colegio de Ortuella

Una explosión de propano sembró la muerte en la escuela de Ortuella

La más absoluta desolación reina en Ortuella, localidad minera vizcaína, donde, según cifras oficiales, 48 niños de entre cinco y diez años perdieron la vida ayer, al producirse en la escuela del pueblo una explosión que destruyó totalmente las tres aulas de la planta baja del edificio, ocasionando la mayor catástrofe jamás producida en Vizcaya. El accidente se originó al estallar las conducciones de propano de la calefacción, en el momento en que un fontanero del ayuntamiento trataba de arreglar, provisto de un soplete, una avería en los desagües de las cocinas situadas debajo de las aulas afectadas.

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Novecientos niños acudían a clase

El grupo escolar Marcelino Ugalde, construido hace ocho años, con capacidad para 1.300 alumnos, está situado en la parte alta del pueblo, justamente encima del. barrio obrero de Ganguren. En el momento de producirse la explosión había en el centro escolar unos ochocientos o novecientos niños, repartidos en veinticiocho aulas. Jaime Rodríguez Parejas, obrero de la empresa Babcock & Wilcox en el turno de tarde, se encontraba trabajando en una pequeña huerta lindante con la escuela, cuando, hacia las doce menos diez del mediodía, escuchó una explosión. Padre de dos niños y una niña, alumnos los tres de la escuela, Jaime Rodríguez acudió corriendo hacia el lugar donde se había producido la explosión; se encontró con un espectáculo dantesco.Los niños salieron despedidos por las ventanas

Los cuerpos de algunos niños habían salido despedidos por las ventanas, mientras que restos de otros aparecían en la parte frontal del edificio, cuya planta baja se había derrumbado, arrastrando hasta el nivel del sótano, entre los escombros, a los ochenta o noventa niños que se encontraban en las tres aulas de primero de EGB, Otras tres personas, vecinos de la casa situada enfrente de la escuela, que también resultó afectada por la onda, expansiva, comenzaron, junto con Jaime Rodríguez, las tareas de desescombro. Al grupo se unieron poco después algunos maestros de las aulas de la primera planta -donde también resultaron heridos, aunque no de gravedad, algunos niños- y otros vecinos de la zona

José Lorenzo Diego se encontraba trabajando en una lonja, situada apenas a diez metros de la escuela: «Oí la explosión, que arrancó la puerta y me lanzó al suelo. En cuanto me recuperé me asomé y vi lo que ocurría en la escuela, donde tenía tres nietos. Salí corriendo hacia allí. Había un griterío desolador: las voces de los heridos, por una parte, y los lloros de los niños de la primera y segunda planta, que saltaban por la ventana y corrían hacia las campas vecinas, yendo y viniendo sin saber qué hacer, por otra. Al llegar yo encontré a otros cuatro o cinco hombres que habían comenzado a extraer a los niños de entre los escombros. Yo quería buscar a mis nietos, pero primero ayudé a sacar a tres niños: estaban muertos. Luego vi a una de mis nietas, y ella, junto con su madre, encontró en la campa de arriba a los otros dos».

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Pedro Callejo, obrero en paro, fue también de los primeros en llegar. «Me encontraba dando una vuelta con mi hijo, que todavía no va a la escuela, por la campa que está justo encima. Da la casualidad de que estaba mirando hacia la es cuela y vi todo, o sea, los cristales y trozos de pared que saltaban, el muro de la izquierda que se derrumbaba todo. Dejé al niño con una señora y bajé corriendo. Ayudé a sacar a un maestro que estaba medio muerto, reventado Había niños mutilados, sin cabeza o con un brazo; algo terrible. Sacamos a unos quince más antes de que llegasen las ambulancias y los fuimos dejando bajo el cobertizo que hay enfrente de la entrada. Casi lo más terrible eran los gritos y lloros de los niños, y luego, de las madres que iban llegando.

Hacia el mediodía, llegó el alcalde, Manuel Fernández Ramos socialista. «Al oír la explosión salí corriendo hacia arriba. Vi, al llegar, el panorama más terrible de mi vida. Algunos niños salían por su pie, pese a ir sangrando, con el cuerpo mutilado. Como un autómata, me puse a ayudar a los que trabajaban ya entre los escombros. Sacamos a dos niños. De repente me di cuenta de que lo que yo tenía que hacer era avisar a alguien, pedir ayuda. Bajé de nuevo, busqué un teléfono y di la alarma».

«Había muchos niños muertos y otros gritaban»

Asunción Lausorena, de diez años, se encontraba en la primera planta. «La maestra no había venido», relata, «porque va a tener un niño y había ido al médico. Así que vino un maestro a cuidarnos y le dijimos a ver si nos dejaba jugar a que éramos bailarinas de ballet. De repente, sonó una explosión muy fuerte, que hizo saltar las mesas y los cristales. Algunos niños sangraban mucho y no podíamos respirar. Casi todos saltaron por la ventana. Yo iba a salir pero me cayó el encerado encima y me quedé sola. Luego vino el maestro y me sacó. Fuera había muchos niños muertos y otros gritaban».

También se encontraba en la primera planta, en el aula de segundo de EGB, María Teresa Ormaechea, maestra y directora del centro. Su hijo se encontraba en la planta baja, en la clase de los más pequeños, y fue una de las víctimas. A las dos de la tarde se encontraba en el ayuntamiento, donde habían sido convocados todos los padres para intentar, a la vista de las listas de alumnos matriculados, establecer la relación definitiva de víctimas. «Vi la explosión», indicó, visiblemente emocionada, al ser abordada por los periodistas, «y comencé a sacar a los niños por la ventana. Luego vi lo que había pasado abajo».

En cuestión de minutos, todo el pueblo de Ortuella estaba movilizado, incluyendo los trabajadores de las minas y fábricas de la zona que, vistiendo todavía sus buzos azules, organizaron varias brigadas de rescate. CC OO y UGT, por radio y por teléfono, convocaron a los afiliados de la margen izquierda del Nervión para que se dirigieran a los centros de donación de sangre. Doscientos voluntarios de la Cruz Roja, junto con enfermeras, médicos de la residencia de Cruces y de los ambulatorios de la zona minera prestaban los primeros auxilios a los heridos. Trabajadores de las fábricas de la margen izquierda de la ría se encargaban de organizar el tráfico en la carretera de Santurce a Bilbao, dejando permanentemente despejada una de las vías, por la que sólo podían transitar las ambulancias.

La llegada al lugar del suceso de los padres de los niños dio lugar a escenas desgarradoras. Un cordón formado por la Guardia Civil intentaba a duras penas mantener alejados a los vecinos ante el peligro de derrumbamiento de uno de los muros laterales de la escuela.

Uno de los maestros del centro desmentía la primera versión, que hablaba de la explosión de la caldera de la calefacción, y adelantaba eI dato de que un fontanero había sido avisado para hacer algunas reparaciones en la cocina y que, poco antes de la explosión, estaba trabajando con un soplete de soldadura. Personal de la Jefatura Provincial de Protección Civil completaba luego la versión al revelar que habían sido detectados restos de gas propano en el lugar, lo que avalaría la hipótesis de una fuga previa que habría quedado embolsada en la parte baja del edificio. La utilización del soplete habría actuado de detonante, provocando la explosión del gas.

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