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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Polonia y la utopía

ENGELS TUVO el enorme acierto verbal de calificar las diversas fórmulas y doctrinas socialistas de su tiempo de utópicas, mientras el socialismo marxista quedaba sólo definido como científico, precisamente en una época en la que la ciencia aparecía como una equivalencia de lo infalible, lo seguro, lo evidente. El tiempo ha demostrado, y los acontecimientos de Polonia lo certifican una vez más, que la práctica del socialismo científico es tan utópica como la aplicación, en toda su pureza, no sólo de las otras fórmulas-socialistas, sino también de otras ideologías y creencias, sobre todo las que se pretendieron absolutas y definitivas. El rudo choque con la Historia y la contrariedad, la angustia conservadora de los poderes que quisieron continuar el marxismo en la política, el sacrificio ritual de tantos como trataron de buscar adicciones, acumulaciones o rectificaciones a las tesis originales y, sin duda alguna, el combate global al comunismo por parte de sus enemigos, han conducido a los países que lo abrazaron, por su voluntad o por los azares de los acontecimientos que se volcaron sobre ellos, a situaciones que podrán tener continuidad en la práctica, pero que moralmente son inaceptables. No ya desde la óptica interesada de quienes viven fuera de -y contra- ese mundo y con una moral hecha a otro en el que, por lo menos, se admite la noción de que es imperfecto y que hay que modificarlo desde sus raíces, sino por quienes llevan muchos años, varias generaciones experimentándolo y, al cabo de ese tiempo, se alzan, con todos los riesgos personales y colectivos, contra la deformación autocrática y totalitaria de los restos de aquella doctrina que quiso ser científica.Budapest y Praga son los antecedentes que con más frecuencia se invocan ahora para relacionarlos con lo que sucede en Danzig y poco a poco se extiende a toda Polonia. No son válidos más que en el sentido de mostrar el grado de insoportabilidad de las situaciones. Budapest fue principalmente una revuelta burguesa; Praga, una revolución intelectual dentro del socialismo. Lo que sucede en Polonia tiene los aspectos externos de una lucha de clases: es un movimiento obrero que se alza contra unas condiciones de explotación del trabajo, de una relación insuficiente entre las horas trabajadas y las necesidades de consumo de quien las trabaja. El contacto con la política de la situación obrera es inevitable, y precisamente hay que recordar que el marxismo luchó siempre contra la división entre movimientos sindicales gremiales y el ejercicio de la dirección política de cada país. Es indudable que la lucha contra el Estado-patrón acentúa el carácter político de esa lucha; y la seguridad de que la explotación del trabajo traspasa a ese mismo Estado y se dirige desde otro, la URSS, le da un matiz enormemente significativo: sobre todo en un país que nunca, después de siglos, ha olvidado sus luchas contra Rusia y las dominaciones, que empezaron siendo zaristas. Hay que convenir que este movimiento obrero está impregnado, como siempre sucede, de otras condiciones: el patriotismo antirruso, la inducción intelectual a buscar formas de libertad personal y colectiva, la enorme influencia de la Iglesia católica, que no ha cesado nunca de ser el enemigo más duro del régimen (y la espectacular y prolongada visita de Woityla tiene mucho que ver con la situación actual), el crecimiento de generaciones que no aceptan que el sistema comunista polaco sea el único posible y, sin duda, las presiones de distintas formas ejercidas por el mundo capitalista. Un complejo amplio. Pero indudablemente interrelacionado. El punto de intersección de todos estos vectores está en el fracaso del régimen, que ni ha sabido crear unas condiciones de vida suficientes ni una esfera de atracción intelectual y de creencias capaz de sustituir la atracción de las fuerzas contrarias.

Podrá ocurrir que la salida de la situación de Polonia no llegue hoy a la brutalidad con que se reprimieron las de Budapest y Praga: tal vez algunos cambios en el aparato del partido, tal vez unas llamadas concesiones a los trabajadores en huelga y, desde luego, el miedo a una situación peor consigan llevar a buen fin las negociaciones que se celebran. Pero el fondo de la cuestión tiene difícil arreglo. Requiere un cambio en la conducción del socialismo polaco, y ese cambio no es posible hoy sin un cambio previo en la propia Unión Soviética. No parecen soluciones de estos momentos, sobre todo cuando la presión de la nueva guerra fría y la posibilidad de la aparición de Reagan en la Casa Blanca -Carter, por sí mismo, es ya una amenaza concreta- inclinan a los soviéticos y al grupo militar del Pacto de Varsovia a una situación de defensa, y las situaciones de defensa, ya se sabe, tienden siempre más al conservadurismo y al inmovilismo que a una evolución hacia la apertura.

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