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Reportaje:

"Kung Fu", un "niño límite" convertido en delincuente por la pasión de conducir

Kung Fu -su familia también le llama así- cumplirá quince años el 23 de septiembre. Y un año después llegará a la mayoría de edad penal, a partir de la cual sus .detenciones ya no serán tan fugaces. No obstante, los padres del chico -e incluso él mismo- están convencidos de que si las cosas siguen tal cual puede perder la vida en cualquier tiroteo o mientras escapa en cualquier coche robado. A no ser que encuentre algún colegio para deficientes mentales en el que pueda aprender algo, para poder trabajar y cumplir luego algo que parece ser su única ilusión de vivir: conducir cualquier vehículo.Porque Kung Fu, aunque no lo digan las notas oficiales de la policía, es un mocetón de catorce años que, de nacimiento, sufre deficiencias mentales. Es un niño límite, que, de haber estado en manos de especialistas, probablemente fuera en estos momentos una persona no buscada y denunciada por la policía.

Tanto los padres como él mismo quieren explicar el caso con nombres y apellidos, sin miedo a nada, porque, como dice la madre, «bastantes veces se me ha subido el pavo por su culpa».

Kung Fu es el sexto de nueve hermanos. Los cuatro más pequeños viven con los padres en el barrio de San Blas. El matrimonio -Blas Alcántara, de 52 años, y María Luisa Ruiz, de 49- abandonó su pueblo natal de Torre del Campo (Jaén) para venir a Madrid en busca de trabajo, hace treinta años.

Un tiro le seccionó las cuerdas vocales

Ahora es un adolescente alto que, al verle, impresiona por su cara desfigurada. Según asegura la familia -y él asiente en silencio- quedó con la boca torcida y las cuerdas vocales destrozadas a raíz de un tiroteo, durante una persecución policial, ahora hace ocho meses, exactamente el día que cumplía los catorce años, en Torrejón de Ardoz, cuando iba con otro compañero en un coche roba do. Lo cierto es que ahora se hace entender más que a duras penas, emitiendo un sonido que exige todo silencio para poder ser audible «Mi amigo está ciego», dice en un grave siseo. Están los padres y dos de los hijos presentes en la entre vista. Uno de ellos es Kung Fu que con gesto serio se retuerce incansablemente las manos y sólo se anima a intervenir cuando se habla de lo que ha robado o de los coches, su gran pasión.

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La madre cuenta sus muchos sufrimientos desde que se enteró de que el niño era límite. El padre, más duro, delante de él cuenta que siempre ha sido «tontito». El sólo dice que no le encierren en una celda porque se vuelve a escapar.

Conducir, su única pasión

«Cuando le tenía en brazos», cuenta la madre, «se me caía hacia atrás y se quedaba como muerto. Antes de cumplir un año hacía una cosa muy rara con la cabeza. Le han mirado muchos médicos del Hospital Provincial y de otros sitios y siempre ha tomado medicinas, porque él no es subnormal del todo, pero no está bien de la cabeza ».

Lo cierto es que Kung Fu no aprendió nunca a leer o escribir, que cada vez que se lava es la madre la que le baña y que es incapaz de hacerse solo una lazada en los zapatos. De más pequeño le enviaron a las escuelas municipales. En una fueron los mismos padres los que le sacaron, después de que un maestro le diera una fuerte paliza. En otra, el chaval no llevaba, lógicamente, un desarrollo mental acorde con su edad, y mientras los otros sumaban y multiplicaban, él sólo tenía interés en coger alguna bata de la maestra y ponérsela o coger una escoba y barrer una esquina de la clase. Total, la maestra le echó.

En Canillejas se distraía con los traperos. Se subía a los carros, jugaba con ropas viejas y, a decir de la madre, el niño, dentro de sus limitaciones. estaba a gusto porque se llevaba bien con la gente. Allí, en ese barrio, vivía también gran parte de la familia.

María Luisa Ruiz asegura que el único síntoma de delincuencia que advirtieron era que muy pronto empezó a aparecer en casa con bicicletas de los niños del barrio -entonces vivían aún en Canillejas-, como si el conducir fuera para él algo tan fascinante que le hiciera olvidarse de propiedades, castigos y palizas paternas que seguían a estas hazañas. «Luego venía la vecina», sigue la madre, «y yo le daba la bici. Eso lb hacía muchas veces. Según me contaban las madres de los otros muchachos-, éste llegaba y decía: "La cojo y me doy una vuelta. Ahora la traigo". Pero no la devolvía. Ni se lo planteaba. Como nosotros hemos sido siempre muy pobres, pero muy legales, nunca se enfadó nadie con nosotros».

A los once años, la primera detención

La primera detención de Kung Fu se produío cuando tenía once años. Ya entonces vivían en San Blas, en un piso de alquiler de la Obra Sindical del Hogar por el que pagan 1. 100 pesetas al mes -el marido no trabaja, por enfermedad, Y cobra 18.000 pesetas mensuales, además de otras 3.000 del montepío por la deficiencia mental del niño-. Fue en este barrio, a juicio de los padres, donde Kung Fu contactó con chicos mayores que le utilizan a él para dar el tirón al bolso de una señora o para quedarse con el dinero que consiguen en cualquier robo. «Como éste es tonto», grita el padre, «luego va y cuando los detienen se reconoce culpable de todo. Dice que sí a todo. Se debe creer más irhportante.»

Mientras, él asiente. De manera inconexa, dice primero que sí, que él es el autor de todo lo que se le acusa, para luego asegurar que no, que nunca ha ido a Barcelona o Guadalajara, ciudades en las que se le acusa de haber cometido robos. Respecto al dinero que se supone que ha robado, porque los padres aseguran qué nunca han visto una peseta de todo eso, el muchacho dice muy serio que «se lo gasta la policía en cubalibres».

«Se le culpa de demasiadas cosas», dice el padre, «y yo no irmo todos los cargos, porque ha habido días que estaba con nosotros sin moverse o en el reformatorio de Valladolid, del que yo le he recogido, y resulta que querían que firmara que ese día había cometido cuatro robos. A eso me niego, y luego dicen que lo que no quiero es que el chico esté en casa. Pero éste es un desgraciao. Con que le dejen conducir el coche. los otros se pueden llevar todo el dinero, que él ni rechista», añade el padre, que no ha visto ni una peseta de los supuestos botines que consigue el hijo.

Quiere ser mecánico

De nuevo hace grandes esfuerzos para hacerse entender Kung Fu dice que él quiere que le metan interno en un colegio y allí aprender a trabajar de mecánico. para luego comprarse el coche soñado. El padre le anima: «De segunda mano. por 60.000 pesetas, los encuentras en muy buen estado».

Lo que no quiere es ir a la cárcel o a celdas cerradas en el reformatorio. «Si me meten, me escapo», asegura tranquilo. Los padres no paran de explicar el largo itinerario de colegios que han visitado en busca de plaza. Pero dicen que les piden 30.000 pesetas y que no podrán pagarlas nunca, que si siguen así cualquier día, cuando vaya borracho de velocidad en un coche robado, se matará o matará a alguien, eso si no le pesca antes otro tiroteo que le deje sin vida.

«Ahora vamos a casa y todo el fin de semana te quedas en casa», le dice la madre, mientras él asiente, « porque si la entrevista se publica a lo mejor puedes ir a un colegio». Pero el padre dice que aunque él diga ahora que sí, cuando oiga el silbido de alguno de los «chicos grandes que se aprovechan de él» saldrá disparado, como si una fuerza invisible le empujara, y ellos se quedarán oyendo toda la noche la radio, temiéndose lo peor.

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