Riccardo Campa: el hombre moderno vive una crisis permanente y generalizada
Entrevista con el presidente del Comité Internacional de Estudios sobre la Sociedad Contemporánea
Recientemente fue presentado en el salón de actos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el Comité Internacional de Estudios sobre la Sociedad Contemporánea, que preside Riccardo Campa, prestigioso intelectual italiano, catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Nápoles. Riccardo Campa explicó a EL PAIS su visión de la crisis del hombre contemporáneo.
Según Riccardo Campa, «la reforma luterana, que rechazó todo instrumento de mediación entre el hombre y Dios, implica la búsqueda de mecanismos laicos capaces de asegurar la convivencia más o menos pacífica entre los individuos. Thomas Hobbes y Jean-Jacques Rousseau presentaron, respectivamente, un estado de naturaleza conflictiva y un estado de naturaleza pacífica, cuya corrupción dependerá de la actitud, de las condiciones mentales, es decir, de la cultura del homo faber.. El estado laico y moderno se justifica con el consenso, que, sin embargo, puede ser también forzado y perjudicial para los fines de una mayor participación comunitaria y social. Una vez superada toda rémora de orden emotivo o religioso, el hombre puede penetrar en los secretos de la naturaleza para convertirlos en los valores de uso y actuar sobre estos para poner en movimiento los recursos mentales y físicos de la comunidad social».También la huida del vacío, la acción exasperada y desesperada que lleva a tapar miedos y carencias, constituye una de las coordenadas del hombre moderno. «El hombre moderno odia el vacío», afirma Riccardo Campa, «y considera la inconsciencia una desviación, una deformación de la experiencia colectiva e individual. Para evitar el peligro amenazador de la memoria, de las imágenes nocturnas, de las tensiones espirituales que constituyen los antecedentes mentales, poéticos, de nuevas representaciones del cosmos o del nuevo cosmos. El hombre tecnológico llena el espacio de objetos, sonoriza el silencio. Transforma la palabra, de gesto, en instrumento indicativo; de código, en componente inorgánico del mismo. Y cuando piensa en homogeneizar toda la superficie del planeta y en sondear los espacios estelares e interestelares, descubre que es hábitat, filiación inorgánica de la naturaleza y que no lleva camino de asegurarle los recursos energéticos suficientes para llevar a término su aventura. Y redescubre la relación incestuosa con la naturaleza, es decir, la atracción repulsión sobre la cual se funda la guerra de toeos contra todos.»
Llegamos así a la crisis de nuestro tiempo. «La crisis económica -y, por tanto, política y social-contemporánea», prosigue, «es consiguiente a una nueva redistribución de los recursos del planeta: al carbón de las oscuras novelas de Charles Dickens y al petróleo de la poesía ruinosa de Keruak, sustituye, en una previsión inevitable y repulsiva, el átomo de los cuentos de horror a lo Robert Jung. Y, como en el pasado, los movimientos por los derechos civiles en defensa de los más débiles -las mujeres y los niños- siguen a un grave desequilibrio psíquico generalizado. Así, en el mundo contemporáneo, la afanosa recuperación de cuanto parece ser característica inalienable del hombre sirve paradójicamente para robustecer la torpeza del poder. Y esto se explica con el hecho de que la gran población de la Tierra corre afanosamente a destruirse sin tener un motivo claro para hacerlo. La guerra planetaria es producto de la inconsciencia que, a su vez, se presenta como una conciencia cada vez más drogada, adulterada.»
La acción parece llenarlo todo: «El enlace entre la acción ejercida sobre los sentidos de la pintura, de la música, de la arquitectura de una época, sobre la imaginación colectiva e individual es difícil de ser establecido, pero debe ser pensado -hipotéticamente- como evidente. Si el universo cuatridimensional de Einstein no responde al propósito y a la necesidad de supervivencia de la humanidad, ésta necesita inventar otro universo. Por ello necesita una nueva forma de imaginación.»
Imaginación española
Es la crisis de identidad. «En tales condiciones de crisis de indentidad y de legitimidad creativa», concluye Riccardo Campa, «el hombre contemporáneo no puede encontrar en la fuente de movilización política el estímulo necesario para llevar a cabo una obra -una revolución cultural y profética- de esta envergadura. Debe inspirarse y potenciarse sólo refiriéndose a la experiencia del pasado. Una experiencia particularmente significativa es el examen de la peculiaridad del filón cultural español, un examen de la función que realiza España en la época de Raimundo Lulio, o San Juan de la Cruz, o Cervantes (de ese panteón de la imaginación que es el Don Quijote), o Calderón de la Barca, o Goya, o Valle-Inclán, o Picasso.
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