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Los profesores de los emigrantes necesitan una formación específica

Los responsables oficiales, los profesores, los padres, todos ellos protagonistas de la suerte que la vida le reserva a esta segunda generación de emigrantes en edad escolar, han tomado conciencia de la responsabilidad que les incumbe, pero en grado y proporciones diferentes, y no siempre óptimos, ni mucho menos.El profesorado

Nadie pone en duda la importancia básica de este componente de la educación de los niños emigrantes. Actualmente, para dar las clases de lengua y cultura españolas a los 20.000 ó 25.000 escolarizados, de los 100.000 integrados en la enseñanza francesa, han sido destacados a Francia 356 maestros. Con veinte más, afirma Juan Piñeiro, agregado de Educación, la demanda actual quedaría satisfecha. De estos profesores, el 95% procede de España, es decir, son funcionarios del Ministerio de Educación y Ciencia.

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Según informes recogidos, todo indicaría que están relativamente bien remunerados (alrededor de 6.000 francos al mes, es decir, casi cien mil pesetas), «pero falla la regularidad en el cobro», reconoce el señor Piñeiro. Por otra parte, esta gran mayoría de los maestros goza de todas las ventajas administrativas por estar titulados en España. El 5% restante son maestros contratados en Francia, titulados aquí, y, por ello, cobran el 50% menos. No tienen más que un contrato verbal y, al no ser convalidables sus estudios franceses, tampoco se benefician del estatuto que garantiza la estabilidad y los méritos por antigüedad de los procedentes de España. Los propios maestros, o algunos de ellos, como los responsables de la Asociación de Padres, matizan sus comentarios al valorar la preparación del cuerpo actual de profesores. Muchos no conocen como debieran el francés, ni la cultura francesa, ni la problemática emigrante, ni el sistema de educación francés.

El Gobierno francés

El desentendimiento prácticamente total de las autoridades galas de un problema que debiera afectarles directamente (el 17% de la población laboral de la industria gala durante los años bonitos del crecimiento económico era extranjera) es admitido por todos. Según el señor Piñeiro, contrariamente a lo que hacen otros países (aunque por razones de posible segregación), Francia pone trabas sin fin, no ayuda a pagar a los maestros ni ofrece los locales, que son pagados por el Gobierno español, «según el capricho del director del establecimiento de turno», declara el responsable oficial español.

«Por primera vez, hace algunos meses», afirma Antonio García, secretario de la Asociación de Padres, «las autoridades francesas dieron algunos consejos a sus centros de enseñanza sobre la acogida que debiera reservárseles a los niños emigrantes.» Por su parte, el claustro de profesores franceses discrimina a sus colegas españoles, a quienes consideran como «monitores». Por iniciativa española se intentaron poner en marcha las llamadas clases integradas, fórmula que todos los interesados españoles consideran como la más viable para solventar la problemática bicultural de los niños, y consistente en que profesores españoles eduquen en los centros franceses durante el «tercer tiempo escolar», es decir, en horas dedicadas a disciplinas subsidiarias. Al margen de que no pocos alumnos se manifiestan reacios a esta fórmula, porque los hace «diferentes» de sus colegas franceses, el fracaso fue forzado por el rechazo de los maestros hispanos por parte de sus homólogos franceses.

«La lengua y la cultura francesas deben predominar sobre la lengua y la cultura españolas.» Es el presupuesto sine qua non que traza los límites de la cooperación.

La mediocre preparación de los hijos de los emigrantes incita más aún a los responsables franceses a orientarlos hacia la formación profesional. Con ello consiguen una mano de obra cualificada y, paralelamente, se facilita su nacionalización para remediar en alguna medida el grave problema demográfico que sufre el oeste europeo, y Francia y la República Federal de Alemania en particular. Por su parte, las autoridades españolas tampoco tienen mucho interés en cargar con parados potenciales.

Días pasados, el embajador en Francia, Miguel Solano, reunió en París a los cónsules españoles en Francia para, entre otras cuestiones, urgirles que se manifestaran intransigentes con los responsables franceses en esta cuestión de la educación de los niños emigrantes. El problema, en estas esferas, se ha captado, sin duda, «pero los libros llegan a veces en el mes de enero; los textos no son apropiados y el Gobierno español podría apretar más al francés exigiendo convenciones bilaterales que garantizaran nuestra situación, porque, en definitiva, dicen los padres, la educación de nuestros hijos depende de la política global emigrante. Y nosotros hoy estamos aquí y mañana, porque la crisis económica se agudiza, nos pueden poner de patas en la calle. Esta es nuestra realidad inquietante, y la de nuestros hijos.»

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