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Madrid para la democracia /1

Madrid es hoy el espacio de vida de más de cinco millones de personas del municipio-capital, del área metropolitana, de los pueblos de la provincia y aun del entorno en que se deja sentir su influencia y que constituye lo que muchos llamamos Madrid-región.

Las actuales características de Madrid se derivan de la capitalidad del Estado centralista y burocrático. Esas primeras tendencias a la centralización, lejanas ya en el tiempo, se agudizaron ulteriormente con el desarrollo del sistema español de transporte, cuyos tres ejes fundamentales se cruzan en Madrid. Después vino la concentración adicional del capital monopolista industrial y bancario en sedes sociales que, reagrupando sus mecanismos de poder, hicieron de la antigua villa del oso y del madroño la capital del capital.

Más recientemente, desde 1939, con la progresiva saturación de la infraestructura urbana de la preguerra y con la voluntad de contrapesar económicamente a la periferia industrial española (Valencia, Cataluña, País Vasco, Asturias...) se forzó el rápido crecimiento de Madrid con los altos costes sociales: inmigración mal atendida, escasez de viviendas y penurias de todas clases en el marco de fuertes tensiones especulativas.

Finalmente, la progresiva expansión de la zona de influencia de Madrid por los nuevos corredores industriales hacia las provincias de Guadalajara y Toledo dilató la zona de influencia de la gran ciudad, como aumentó también la dimensión de sus problemas, que hoy son los problemas de Madrid-región como gran espacio que desborda ampliamente los límites provinciales.

La herencia del franquismo. Los problemas actuales de Madrid

Asimismo está claro que las actuales instituciones de gobierno y planeamiento que sufren Madrid y los madrileños resultan inadecuadas. Son oligárquicas en términos de poder, e históricamente anacrónicas. Y obsoletas, insuficientes, desde un enfoque técnico y económico.

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En contra de las posiciones oficiales y de las aspiraciones de la oligarquía financiera / inmobiliaria, la ciudad no puede confundirse con una simple aglomeración de viviendas. Por el contrario, debe ser un espacio para el desarrollo de las aspiraciones individuales y comunitarias en lo productivo, en lo cultural y en el esparcimiento. La ciudad ha de convertirse en el escenario de una vida cotidiana más Iibre, más rica en posibilidades para todos. Y no sólo respecto de los ciudadanos de hoy, sino también para las generaciones futuras, frente a la cuales tenemos la responsabilidad de salvaguardar todo cuanto de bello y perdurable pueda haber en la ciudad y en su entorno.

En contraste con esas aspiraciones cívicas, las carencias actuales son muy graves. Además, las dificultades se aprecian de forma especialmente aguda en las barriadas periféricas y en los pueblos de su área metropolitana, afectando así con mayor dureza a muchos madrileños de primera generación, llegados desde todas las regiones españolas. Son ellos —casi todos trabajadores, técnicos, profesionales— quienes han de enfrentarse con una existencia de explotación no sólo en el trabajo, sino también en las demás manifestaciones de la vida cotidiana: en las largas horas de transporte, en la carencia de tantas cosas en los nuevos núcleos urbanos...

Existen hoy en Madrid insuficiencias muy graves en materia de vivienda social. Y también de equipamientos colectivos. Sobre todo en enseñanza, sanidad, centros cívicos e instalaciones deportivas, para la juventud. En el caso de los espacios verdes, la situación es crítica, y su extremada penuria hace del Madrid de hoy una de las ciudades más mineralizadas y hacinadas de Europa occidental. Por lo demás, en materia de transporte, la situación es dramática para la densa población del Sur del área metropolitana.

Son asimismo acuciantes los problemas relativos al uso de los espacios públicos, con una Casa de Campo amenazada de privatización y un monte de El Pardo que aún no es de uso público, sin que olvidemos el Soto de Viñuelas y el Pinar de Oriol, y tantos otros centenares de hectáreas presa de un latifundismo que no espera otra cosa que beneficiarse de la más sórdida especulación inmobiliaria. Como de hecho ya está sucediendo con la ocupación privatizante de la sierra de Guadarrama, un peligro que ya se cierne igualmente sobre ese gran tesoro de fauna, flora y espacios vírgenes que es la sierra de Gredos. Y todo eso, para mayor escándalo, sucede con el trasfondo de una población de cinco millones de personas hambrientas de espacios verdes y de aire limpio.

Además, las penurias hasta aquí mencionadas, que los madrileños de muchas clases y grupos sociales padecen hoy, originan no sólo explotación directa, sino también un modo de vida que para muchos acaba caracterizándose por la agresividad, por el individualismo, por el «sálvese quien pueda», por la pérdida de las relaciones de amistad y de vecindad en los barrios, por la inexistencia —en suma— de un tejido social en el que los madrileños puedan expresarse como personas y ciudadanos.

La definitiva crisis de las instituciones provinciales y municipales

Todos los problemas que rápidamente hemos relatado derivan de que la ciudad y su entorno son una enorme cantera en la cual la oligarquía financiera explota al conjunto de la sociedad, a la que expolia día a día, de la que extrae ingentes plusvalías a costa de todo y de todos, sin dar a cambio otra cosa que un elemental refugio a un número cada vez mayor de productores-consumidores. Porque para la oligarquía no existen ciudadanos, y porque esa oligarquía financiera/inmobiliaria —que tiene nombres y apellidos— se apoya con todos los privilegios en el Estado centralista y en sus instituciones dependientes en el ámbito local.

La realidad es que los municipios de la provincia, y especialmente el de Madrid-capital, se hallan bajo la tutela —opresión, en lenguaje más claro— del representante directo del centralismo, el «omnipotente y máximo» gobernador civil, quien delega sus funciones menores en los ayuntamientos antidemocráticos, que son casi siempre reducto y foco de caciquismo y corrupción.

Por otra parte, el régimen especial del Ayuntamiento de Madrid, vigente desde 1963, constituye el mecanismo para que el alcalde sea un jerarca-delegado del centralismo estatal. El pleno del Ayuntamiento se ha convertido en una farsa. No sólo es un concejo de falsos representantes, sino que además el verdadero poder reside en los delegados de servicios, que son designados por la sola voluntad de un alcalde autocrático, como el actual, que se atreve a decir de su puesto que «es demasiado importante como para ser elegido por el pueblo». Sobra cualquier comentario.

Las otras instituciones político-administrativas que padecen los madrileños se hallan igualmente en contradicción abierta con las necesidades colectivas. El caso más relevante es el Área Metropolitana, en cuya comisión —la célebre Coplaco— el predominio del centralismo es evidente. De sus diez miembros, seis representan al Estado; dos más se designan a propuesta del delegado del Gobierno, y los dos restantes tampoco tienen ninguna representatividad democrática (el alcalde de Madrid y su gerente de Urbanismo).

Queda en fin, la Diputación Provincial. Sus facultades son teóricamente muy amplias, pero, debido a la coincidencia de capital provincial y nacional, se reducen al mínimo. La Diputación adquiere así el carácter de entidad tutelar de los pueblos menores fuera de la capital, y de ente tutelado a su vez por el Estado centralista. Con una presidencia que tiene el carácter de prebenda para altos cargos cesantes en puestos de mayor alcance o para quienes no pudieron llegar a ministros.

(*) En este artículo, su autor resume el libro colectivo que con el mismo título verá la luz en los próximos días, y que se refiere a los problemas de Madrid y a sus posibles soluciones.

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