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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Don Juan de Borbón

DON JUAN de Borbón, hijo de don Alfonso XIII, padre de don Juan Carlos I, es el jefe de la dinastía española, y además de su condición de depositarlo de la legitimidad histórica de la Monarquía, el Conde de Barcelona ha sabido representar durante treinta años el símbolo de la independencia política de la Corona.El Conde de Barcelona es el protagonista de una larga travesía del desierto, en la que la opción de la Monarquía evitó el sometimiento a la dictadura. Don Juan de Borbón mantuvo la distancia respecto al régimen de Franco, manteniéndose como primera medida en el exilio, resistiendo presiones de toda especie, en ocasiones casi en solitario, frente a la inmensa maquinaria de un Estado autocrático. Así, sin un átomo de poder material, pero con una notable carga de autoridad moral, don Juan consiguió algo más que defender el papel de una. antigua dinastía europea: mantuvo una alternativa política frente a un régimen de fuerza y forzó la dialéctica de ese régimen obligándole a salir hacia una sucesión.

Fuentes normalmente bien informadas anuncian ahora que el Conde de Barcelona hará solemne cesión de todos sus derechos dinásticos en favor del Rey don Juan Carlos. La decisión evidentemente está cargada de importantes significaciones.

Para los que pensaron que Franco podría conseguir su viejo ensueño de reinar después de morir, gracias a las ataduras con las que pretendió inmovilizar a su sucesor en la Jefatura del Estado, la abdicación de don Juan fue durante muchos años el principal objetivo. La idea era que la institución monárquica quedara encerrada bajo las siete llaves del continuismo franquista; en esa azul perspectiva, el Rey don Juan Carlos se vería obligado a refrendar las decisiones de los Gobiernos post-franquistas, que mantendrían intacto el entramado de intereses resultante del régimen anterior, evitando así toda alternativa democrática con forma de Estado monárquica. Las maniobras de quienes hoy se proclaman con todo descaro, «monárquicos hasta las cachas» o «intensamente monárquicos» terminaron en un doble fracaso. Ni el Conde de Barcelona abdicó de sus derechos ni el Rey Juan Carlos comprometió el porvenir de la institución monárquica, deteniendo el reloj de la historia en la madrugada del 20 de noviembre. Esa afortunada circunstancia ha permitido que estos meses de tránsito pacífico hacia la democracia consoliden la forma monárquica de estado, excluyan la posibilidad de que ésta sirva de caución a contenidos autocráticos y cierren en el camino a otras alternativas institucionales.

En ese sentido, cada vez van perdiendo más fuerza las razones para mantener separada la realidad institucional de la Monarquía, cuya titularidad desempeña don Juan Carlos de Borbón, y el proyecto de una monarquía democrática cuyo mantenedor durante largas décadas fue don Juan de Borbón y Battenberg. Algunos opinarán que la decisión del Conde de Barcelona se ha retrasado con exceso y que debería haberla adoptado tras la aprobación de la ley de Reforma del 15 de diciembre de 1976. Otros, temerosos de una súbita involución que pudiera arrastrar consigo al joven Rey, tal vez discutirán la oportunidad de que esa medida se tome en vísperas de las elecciones -generales y en un clima de confusión rico en maniobras de toda suerte. Entre las prisas de unos y la desconfianza de otros, digamos que el Conde de Barcelona ha dado abundantes pruebas de perspicacia y prudencia políticas a lo largo del dilatado período que nos precede; y que el país siempre le agradecerá no sólo su dignidad personal, sino el inmenso servicio que ha prestado a la sociedad española contribuyendo a buscar la fórmula que ha evitado que la sucesión de Franco terminara en una tragicómica República de Saló, o en una Monarquía antidemocrática.

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