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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El presidente del Gobierno no debe presentarse a las elecciones

EL PRESIDENTE del Gobierno no está incluido, a diferencia de los ministros, subsecretarios y directores generales, en el sistema de inelegibilidades para ser candidato en las próximas elecciones. Su eventual candidatura a las primeras elecciones legislativas implica una decisión de Estado cargada de repercusiones para el inmediato futuro. Y no sólo eso: tras la decisión, favorable o no, a intervenir en la próxima elección, se debatiría la naturaleza de esa misma elección y el concepto que de ella se haya formado el Poder.La eventual concurrencia a las urnas del señor Suárez no guarda relación directa, en pura teoría, con su permanencia al frente del Gobierno. Designado por el Rey para ocupar ese cargo, la duración de su mandato expira formalmente en julio de 1981. La ley de Reforma aprobada el pasado diciembre no ha, modificado esa situación.. El presidente del Gobierno no es nombrado por las Cortes ni es responsable ante ellas; y tampoco se le exige que sea diputado o senador.Sólo el Rey puede designarlo o cesarlo, con el trámite previo de la terna o el informe del Consejo del Reino, heredado del régimen anterior. Descartada, pues, esa razón, tampoco parece convincente el argumento de que el señor Suárez quiera presentar su candidatura por Avila para medir su popularidad. Si sólo se tratara de eso, el presidente del Gobierno podría ahorrarse las fatigas de una campaña electoral y las críticas que se le formulan para emprenderla. Los sondeos de opinión prueban concluyentemente que el señor Suárez ganaría con amplio margen un escaño.

¿Qué ocurre entonces? Que el señor Suárez ha llegado a una encrucijada de caminos y duda cuál tomar. Vacila entre mantenerse por encima de la lucha electoral, como hombre de la Corona, o lanzarse abiertamente a esa contienda como líder de una coalición de grupos y de notables.

La irrupción del presidente Suárez en la arena electoral puede suponer una ocupación excesiva del terreno político y podría dar al traste con la credibilidad de la elección. Los ciudadanos se preguntarían si el Poder va a ser juez del proceso o parte del mismo. Se ha extrañado alguien, desde la Administración pública, de que los Gobiernos occidentales sean habitualmente beligerantes en la contienda electoral y en España se discuta el derecho del Gobierno a participar como tal en las elecciones. El cerebro político Inventor del argumento olvida que en las democracias, tras un paréntesis excepcional, suele responsabilizarse de las primeras elecciones un Gobierno gestor y neutral.

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La gestión del señor Suárez ha sido, a grandes rasgos, positiva. El país se fía del presidente del Gobierno porque ha cumplido sus promesas, porque en muchas ocasiones sus hechos han coincidido con sus palabras. Ahora bien, sus nueve meses de gobierno han consistido en una práctica política cuyo indudable sentido democratizador, sin embargo, no ha sido generalizado en una teoría. En realidad, nada sabemos de la ideología del señor Suárez, de su instalación concreta en el espectro político, de sus afinidades con las fuerzas ya actuantes en el país. Sólo estamos seguros de que es un gran táctico. Si bien su presente es inequívocamente prodemocrático, su inmediato pasado arroja una luz contradictoria -por decirlo de alguna manera- sobre su pensamiento político.

Este es el punto donde forzosamente suena, la alarma. Consideramos un deber exponer nuestros temores de que la rumoreada candidatura del señor Suárez a un escaño por Avila no se reduzca a recibir el apoyo plebiscitario de sus paisanos, sino que sea la forma de lanzamiento de una Esta de independientes y notables, forzosamente incoherente, cuyo único lazo de unión sea la lealtad al señor Suárez y el vago propósito de continuar en los resortes del Poder.

Muy grave sería, en ese sentido, que el señor Suárez decidiera crear desde la presidencia del Gobierno su propio partido. Y no pensamos tan sólo en las ventajas que supone conocer los resortes del Poder y estar dispuesto a utilizarlos a fondo. Para emplear una imagen deportiva, el equipo que encabezara para competir en la «vuelta a la democracia» se beneficiaría grandemente del prestigio y la popularidad de su jefe de fila. Pero, ¿quiénes serían los domésticos? ¿Tal vez sus antiguos amigos políticos de la UDPE o del Movimiento? ¿O también los sedicentes miembros de la Oposición instalados en el socialismo amarillo? Por lo demás, ¿qué banderas, qué ideología, qué siglas utilizaría esa alianza electoral? La pretensión de apoderarse de rótulos socialdemócratas, latente en la nebulosa de la FSI, sería un escarnio para quienes, en los duros años de la represión franquista, veían en los noticiarios o en los periódicos dar los gritos de ritual a quienes ahora tratan de rebautizarse de esa manera. Aunque cancillerías extranjeras, temerosas de los pronunciamientos del PSOE, anden ofreciendo dinero a un socialismo democrático de nuevo cuño. ¿Tal vez, si no, ese conglomerado se orientaría hacia los terrenos de los grupos centristas, liberales y democristianos federados en el Centro Democrático? No llegamos a entender la razón por la que el señor Suárez tendría que desalojar del espacio político y electoral a esos partidos y dirigentes en vez de pactar con ellos.

Fuerzas todavía muy poderosas proponen al más alto nivel el mantenimiento, por unos años -«hasta que se aclare el panorama»-, del sistema de fuerzas y equilibrios en que se basó el régimen de Franco. La enorme porción de poder concentrada durante cuatro decenios en .una sola mano se distribuiría, espiritualmente, en un reducido colectivo que representara,. en la cúspide, los grandes grupos de interés.

La Alianza Popular es una operación demasiado gastada a este respecto. Pero existe el peligro de que las fuerzas de siempre elijan sus líderes de ahora. El franquismo no puede ser defendido sin Franco; su conglomerado de intereses, sí. Y he ahí la tentación suprerna: la de repetir la experiencia de un partido del Poder derribando el viejo partido del Poder. Los hombres derribados y los autores del derribo provendrían, qué gran paradoja, de la misma olla: el Movimiento.

No decimos que ésta sea una tesis instalada en el Poder, sino una tesis que un día y otro trata de ofrecerse, con distintas presentaciones, al Poder. Por eso, lo que se debate en el fondo de estas elecciones es, como bien apuntó en su intervención televisada Felipe González, la disyuntiva de prolongar por cuatro o cinco años más el franquismo, o pasar a una situación radicalmente distinta, de democracia pluralista. Y la actitud de Suárez resultará significativa en este aspecto.

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