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Gutiérrez Soto: la imagen cambiante de una arquitectura

La muerte de Luis Gutiérrez Soto nos induce a la reflexión sobre su trayectoria profesional, una de las más contradictorias, en primera aproximación, que se han dado entre los arquitectos españoles.Terminada la carrera en 1923, le correspondió vivir en su inicio el despertar del racionalismo madrileño, tras la huella de la generación de la Ciudad Universitaria, por un camino facilitado por el ejemplo de Zuazo, pero sin una convicción profunda, ya que su modo de entender la arquitectura estaba mucho más próximo a López Otero, con quien trabajó nada más acabar los estudios. De 1923 a 1936 podemos distinguir en la obra de Gutiérrez Soto dos tendencias bastante definidas, que coexisten sin demasiados problemas y que esquemáticamente podemos. incluir en el racionalisino-exprelionista y el eclecticismo-art.deco.

La guerra civil y sus consecuencias inmediatas situaron a Gutiérrez Soto en.la onda de, los equívocos del nacionalismo imperialista. A estos sueños de gloria correspondió el arquitecto con algunas de sus obras menos afortunadas y más conocidas, que sirvieron curiosamente para elevarle a unas cotas de prestigio máximo desde las que operó una evolución, poco reconocida pero evidente, hacia un tipo de arquitectura capaz de recuperar algunos de los valores de la anteguerra, no sólo racionalistas, liberada de las peores vestiduras de postguerra.

Esta etapa de la producción de Gutiérrez Soto, que podemos hacer coincidir con los años 45-60, representa quizá la más significativa de sus aportaciones, y en cierto modo, la consistencia de sus propuestas ha contribuido en buena medida ala formalización de una imagen urbana coherente.

La enorme cantidad de ejemplos elaborados siguiendo la pauta marcada por Gutiérrez Soto en esta época sirvió para difundir un cierto modelo de arquitectura de consumo que nunca se planteó otra singularidad que la de la buena apariencia.

Fue justamente en esta etapa cuando el arquitecto asumió un papel de líder ideológico en cierto modo, y desde la tribuna de las llamadas Sesiones de Crítica, intentó dar cierta coherencia teórica a una especie de «credo arquitectónico» ambiguo y pretendidamente capaz de asimilar tanto el herreriano de la postguerra como el estilo evolutivo posterior, adobado con casticismos, tradición y lógica «constructiva», en una mezcla que no resistiría un análisis riguroso pero que entre nosotros y entonces era viable precisamente por sus imprecisiones.

Con posterioridad, la obra de Gutiérrez Soto se debatió indecisa entre una serie de propuestas formales en las que el arquitecto fue volviendo sus ojos a elaboraciones de distinta procedencia, logrando, no obstante, mantener en algunas aquel excelente tono de otras épocas.

Los cambios inteligibles

La diversa peripecia creativa de Gutiérrez Soto nos puede hacer pensar en un arquitecto seguidor de modas con habilidad suficiente para superar las etapa sin quedar marcado por ellas. Si embargo, si analizamos más fondo ciertos rasgos de su producción, observaremos que, el último término, Gutiérrez Soto era un arquitecto esencialmente ecléctico, con una marcada tendencia a la ambigüedad formal de un gusto decadente por el ornato que siempre, aun en los casos más extremos, le llevó lejos de la ortodoxia y que, puestos a clasificar, incluiríamos en una cierta tendencia art-deco latente en todas las apariencias estilística asumidas a lo largo de su vida Esta constante es la que hace s obra coherente, los cambios inteligibles, su personalidad significativa. Nunca fue su arquitectura inequívocamente racionalista n expresionista, sino «1925 »; nunca totalmente nazi ni totalmente castiza, sino contradictoriamente imperial y localista, pero siempre logró comunicar con una eficacia realmente única entre nosotros, las propuestas formales con aquellas con las que la sociedad se iba sucesivamente identificando.

El desequilibrio existente entre su rigor teórico y sus aptitudes creadoras evitó seguramente una arquitectura que en otro caso hubiera sido ejemplar. A pesar de ello, algunas obras de su extensa producción, como la casa de Martínez Campos, 35 (1927), el cine Europa (1928), el cine Bar celó (1930), la casa de la calle de Almagro (1934), el bloque de la calle de Miguel Angel (1936), las casas de Bretón de los Herreros (1949), las de Juan Bravo (1953), las viviendas para Vallehermoso (1955) o la torre Retiro (1953), dejan clara constancia de una labor de alto nivel, que incluso en casos como el edificio Fénix (1967), tan discutido, o el Ministerio del Aire (1941), tan discutíble, se hace evidente.

Del «dulce encanto» de la mejor arquitectura de Gutiérrez Soto, Madrid, su ciudad en sentido absoluto, ha resultado beneficiaria en una forma urbana precisa y claramente definitoria de su evolución histórica a lo largo de medio siglo.

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