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Reportaje:

Miguel Bakunin, cien años después

José Álvarez Junco

Federalismo, autogestión, «socialismo y libertad».... términos hoy en boga entre las más diversas formaciones políticas -de carlistas a anarquistas, pasando por el socialismo reformista- y que podrían creerse recién acuñados, son precisamente los habituales en aquel ruso desmesurado llamado Miguel Bakunin, muerto ahora hace cien años. Ligado inevitablemente a la pugna con Marx dentro de la Internacional, y dada la prepotencia del marxismo entre los medios revolucionarios durante el siglo transcurrido, su nombre se ha visto estigmatizado y su pensamiento menospreciado. Hoy, sin embargo, olvidadas ya aquellas odiosas injurias personales, de las que ninguno de los dos sale limpio, se tiende a reconocer la razón de Bakunin en muchas de las discrepancias de fondo.Bakunin es el auténtico fundador y la personalidad más brillante del anarquismo; es la pura negación revolucionaria, rica y compleja, en que consiste fundamentalmente el anarquismo.

Su interés no se debe precisamente a los fundamentos últimos de su filosofía social: frente a quienes han juzgado hasta el final la baza del individualismo, como Stirner o Nietzsche, defiende una sociabilidad aristotélica o, mejor, rousseauniana: el hombre no es nada sin la sociedad, su libertad se realiza y asegura por la libertad de los otros. Y frente a quienes quieren apoyar las exigencias proletarias en su materialismo transplantado a lo social, Bakunin -pese a sus constantes protestas de materialismo- profesa una especie de «religión de la humanidad» teñida de idealismo racionalista, pues la «humanidad» avanza al ser dominada progresivamente la «animalidad» por la «razón»; lo cual no estaba muy alejado de los valores humanistas clásicos, proclamados por las mentes más generosas de la sociedad liberal burguesa. Pero el conjunto (parecido, por otra parte, al del joven Marx) sirve de base para la crítica tanto del descarnado capitalismo decimonónico como de la más sofisticada sociedad de consumo: pues no se pretende condenar esta sociedad porque sus condiciones materiales antagónicas la lleven necesariamente a una crisis fatal, sino porque es, pura y simplemente, «inhumana»; incluso cuando consigue dar de comer.

La duda de la estatalización

De ahí que el legado de Bakunin diversifique y enriquezca el socialismo, y que tenga vigor hoy, al menos -y permítasenos el intento de sistematización- en estos aspectos:En su concepción del socialismo como un conjunto de colectividades de trabajadores autogestionadas, unidas solamente por pactos libremente concertados, sin ninguna autoridad dictatorial revolucionaria por encima de ellos. Bakunin vio certeramente los riesgos de los «Estados revolucionarios, completamente centralizados y aún más despóticos que los que ahora tenemos». Y los hechos, desde 1917, parecen confirmar que la estatalización de la tierra, el capital y los instrumentos de trabajo, aun siendo un paso crucial hacia la supresión de las clases, no conlleva la progresiva desaparición de la dictadura de esa minoría que se proclama representante del proletariado, ni tampoco, cualesquiera que sean las sutiles argucias justificatorias que se emplean, el establecimiento de unas relaciones de la autoridad con sus «representados» mejores que las de las democracias liberales. Correcciones a la versión estaliniana del marxismo, como las intentadas por Trosky, hubieran sido innecesarias de haber oído a Bakunin, que previó el desarrollo de un inmenso aparato burocrático, con exigencias dictatoriales, en una revolución estatista de este tipo.

El nacionalismo

En su valoración positiva del fenómeno del nacionalismo y de los particularismos locales y su defensa del federalismo como único tratamiento político para esta realidad. El nacionalismo era, para él, el gran tema de nuestro tiempo, junto con la cuestión social, y en su entusiasmo por las diversidades culturales o lingüísticas, las libertades locales, las asociaciones, los grupos intermedios, etc., frente al centralismo uniformador, se aproxima curiosamente al pensamiento liberal más puro, como el de Tocqueville en relación con Estados Unidos.Para Bakunin, «todo pueblo, por pequeño que sea, tiene su propio carácter específico, su estilo de vida, de lengua, su manera de pensar y de trabajar» y «todo pueblo, al igual que todo individuo, tiene el derecho inalienable a ser él mismo». Ahora, que se reavivan las polémicas sobre estos términos y estos problemas, brindamos la distinción bakuniana entre el «nacionalismo», sana exigencia de libertad de una comunidad diferenciada, que debe plasmar en una fórmula federal (a partir de la autonomía del municipio, la comarca, etc.), que no excluye el internacionalismo sino que lo reclama inevitablemente y que es complemento indispensable del socialismo y la democracia, y el «principio de las nacionalidades», según el cual cada nación aspira a convertirse en un Estado, es decir, en un principio absoluto, opresor de sus propios ciudadanos y rival de los demás Estados.

División de clases

En su preocupación por superar el abismo existente entre el trabajo intelectual y el manual, que constituye la clave de la división en clases (cada vez más que la propiedad de los instrumentos de producción) y del surgimiento de nuevas aristocracias opresoras -los «tecnócratas»- que van sustituyendo a las aristocracias de la sangre y del dinero. Hombre dotado de inmensa fe en las posibilidades liberadoras de la ciencia, temía, sin embargo, las pretensiones de superioridad de los científicos, incapaces de ligar su «ciencia» con la «vida» (el pueblo): una sociedad regida por «sabios» -que, por cierto, Bakunin identifica a veces con la sociedad revolucionaria burocrática- sería monstruosa, la gente acataría las normas sin comprenderlas, por no emanar de sí mismos, y los sabios acabarían por corromperse y esforzarse sólo por defender su privilegio. Una vez más, alguna variante del marxismo (el maoísmo) ha llegado a conclusiones similares por vías inesperadas y sutiles.

Minorias

Y en su flexibilidad y acercamiento a los grupos oprimidos al enfocar el tema de los sujetos y beneficiarios de la revolución social. No sólo en el proletariado industrial ni sólo en los países más desarrollados fijó Bakunin su interés y sus esperanzas, sino en los campesinos, el lumpen-proletariado, los delincuentes, las minorías raciales o culturales, los jóvenes, los países atrasados, los grupos marginados que nada tenían que perder... De ahí que Bakunin haya sido decisivo para el desarrollo del movimiento obrero moderno en los países latinos, pues, parte de las razones que se quiera -atraso económico, necesidades ético-religiosas, problemas entre la diversidad regional y la centralización estatal...- hay siempre un dato que explica el arraigo del bakuninismo en un país como el nuestro: el esfuerzo del propio Bakunin por difundir el socialismo en estas sociedades agrícolas que Marx, desde el punto de vista revolucionario, desdeñaba.

Lagunas

Pero ni son todo intuiciones brillantes en el bakuninismo ni puede, en puridad, buscarse en él una teoría revolucionaria que aspira a ser completa. Hay, desde luego, importantes lagunas, como todo lo referente a la emancipación de la mujer y la liberación de las relaciones sexuales. Y hay, como en todo el anarquismo, carencia y confusión sobre el problema de la etapa intermedia o inmediatamente post-revolucionaria, sobre las dificultades para la completa supresión del poder (que el propio Bakunin reconoce a veces será tarea de muchos años) y la instauración de la sociedad colectivista; el optimismo, la fe en la armonía natural, lo resuelven todo: no será necesaria la instauración de autoridades, ni hay que prever problemas insolubles entre los individuos o las colectividades, ni un cerco de las potencias contrarrevolucionarias combinado con la resistencia de los propios habitantes del país en revolución hará necesaria la toma de medidas de control o represivas porque «todos preferirán el trabajo colectivo», la revolución «debe» producirse de abajo arriba, las unidades sociales «tenderán a unirse por su poderosa atracción mutua», la revolución «estallará en todas las zonas» en cuanto vislumbren el éxito de la primera localidad socialista...No importa demasiado. No es el aspecto «positivo» del anarquismo el que más interesa. Lo verdaderamente revolucionario en Bakunin es su intuición crítica, lo que Marcuse ha llamado «la función liberadora de la negación», que le hace, partiendo de la interpretación socialista de la sociedad actual, ampliar su mirada hacia otros aspectos de la opresión y prever incluso los peligros de los propios proyectos revolucionarios. De la agudeza de esta visión da prueba, más que la pervivencia del anarquismo, el progresivo acercamiento, la impregnación, bajo un nombre u otro, de matices libertarios por parte de los movimientos socialistas de origen marxista.

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