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Reserva ante Barre y conjeturas sobre la formación del nuevo Gobierno francés

La formación del nuevo Gobierno francés, debería conocerse este viernes a última hora. Raymond Barre, nuevo primer ministro, inició ayer sus consultas. El primer personaje recibido fue Olivier Guichard, «barón» gaullista, que sería nombrado ministro de Estado. Este eventual «fichaje» se interpretó como la primera baza de la partida que jugará Giscard contra Chirac, a quien, por su parte, le interesa hacerse con la UDR gaullista, pensando en el día de su vuelta a la arena política. Con motivo de las elecciones.

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Anoche se daba por cierto que otros gaullistas, como el ministro de la Defensa, Bourges, también formaría parte del Gabinete Barre. El nombre de Alain Peyrefitte, también se citó, pero nada parecía cierto a su respecto. Los señores Dourafour y Ornano, ministros de Trabajo y de Industria, se daban también como "nuevos". La señora Giroud, la periodista secretario del Estado de la condición femenina, continuaría igualmente. No parecía tan segura la continuación de la señora Veil, ministro de Salud con Chirac, ni tampoco, de Fourcade, que fue ministro de Finanzas. Pierre Sudreau, autor del proyecto de «reforma de la empresa», también fue recibido por Barre.El ministro de Asuntos Exteriores, Sauvagnargues, se dio como probable baja, en beneficio del actual embajador de Francia en España, señor Deniau. Lecanuet continuaría, pero no como ministro de Justicia, sino en un Ministerio dedicado a los problemas sociales y de la familia. El príncipe Poniatowski, el «brazo de hierro» de Giscard, debería seguir en el Gobierno, pero la certeza no era total a última hora del día.

El empleo del teléfono, con preferencia, por parte de Barre, para sus consultas, pudiera reservar alguna sorpresa, pero no espectaculares por lo que concierne al «encargo» especial que le hizo Giscard, de ampliar la mayoría hacia el centro izquierda. Las personalidades del grupo de los radicales de izquierdas, firmantes del programa común, que podrían ser las más «tentadas» no, «caerían», si se creen las manifestaciones de su líder, Robert Fabre: «Si se me propusiera entrar en el Gobierno, dijo ayer, yo pediría la aplicación del programa común, y como esto no es posible, respondería, no».

La acogida de la «nueva etapa del régimen», con la dimisión de Chirac y el nombramiento del «secretario particular de Giscard», es decir del señor Barre, como primer ministro, inspira, como ya se insinuó ayer, más reservas y silencios que otra cosa. Nadie le niega sus competencias económicas, pero en la clase política, como en las centrales sindicales, se preguntan si «eso es bastante».

Los observadores anotaban ayer el mutismo general de los líderes políticos, tanto de la oposición, como de la mayoría gubernamental. No era fácil discernir en qué medida se trataba de prudencia, de desaprobación, o de inquietud. En todo caso, para la izquierda, la dimisión de Chirac «significa el fracaso de la política de la mayoría gubernamental, social y económicamente». Los sindicatos se declararon hostiles desde el primer momento, al conocer «el esfuerzo de solidaridad nacional» que pidió el primer ministro para enderezar la situación financiera y económica.

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En Francia, como en las demás capitales de Europa occidental, el elemento del desenlace de esta crisis, que ha provocado más comentarios Y reflexiones, es la «apuesta» de Giscard d'Estaing, poniendo fin al gaullismo, y con ello, iniciando la era giscardiana, que por ahora no es más que una tentativa. Para esto, el presidente, «se ha elegido primer ministro a sí mismo ». A pesar de sus sugerencias, anteanoche en la TV, el favor del ejercicio pleno de los poderes del primer ministro, y a pesar de las declaraciones de este último, afirmando que él lo ejercía, nadie se atreve a creerlo. En lo sucesivo, se opinaba con gran unanimidad, se acabó el ejecutivo bicéfalo, causa de la dimisión de Chirac.

Giscard, obrando así parece apostar a corto y a largo plazo. De manera inmediata, con un técnico en economía, como Barre, desearía sanear la situación económica y financiera, domesticando la inflacción y restableciendo el valor del franco, que, dicho sea de paso, ayer, en la bolsa, como consecuencia del fin de la crisis, se rehizo levemente.

A largo plazo, el presidente, bajo su total responsabilidad y con toda libertad, desearía poner en marcha «la sociedad liberal avanzada», que en otros términos, consistiría en realizar su sueño de siempre: ser el Antoine Pinay del último cuarto de siglo, creando un gran partido conservador, moderno. Para esto, sus dificultades son dobles, aunque paralelas: dislocar a la UDR gaullista, y desgajar, ya que no romper, la unión de la izquierda, arrancándole algunos socialistas moderados y los radicales de izquierdas. Hasta la fecha, en sus dos años de poder, estas tentativas han sido vanas. Y nada permite hoy aventurar lo que va a ocurrir, porque la complejidad, en la mayoría, como en la oposición, impide pronósticos serios.

Teóricamente, los observadores no niegan una lógica al mecanismo puesto en marcha por el «rey» Giscard, aunque son bastantes los que se preguntan si no habrá llegado tarde. En la práctica, en pocos meses, todo el edificio podría venirse abajo, en razón, precisamente, de la complejidad de la mayoría gubernamental y de las pocas posibilidades que se le conceden a su deseo de «reventar» la Unión de la Izquierda. Las divergencias de estrategia, a este nivel, y cara a las legislativas, son las que, en profundidad, produjeron el choque entre Chirac y Giscard: el primero, para frenar la ascensión de la izquierda, quería cortar por lo sano inmediatamente, con elecciones anticipadas en el otoño próximo. El segundo quería organizar el «giscardismo».

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