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Aru se presenta como gran rival de Froome en el Tour de Francia 2017

El inglés sale de amarillo de la Planche des Belles Filles pese intentar y no poder alcanzar al sardo, que voló

Carlos Arribas
Fabio Aru ataca y se distancia del grupo, guiado por el Sky en pleno.
Fabio Aru ataca y se distancia del grupo, guiado por el Sky en pleno.LIONEL BONAVENTURE (EFE)

Cuando ataca, en pleno esfuerzo, tan pleno y enorme que parece imposible que lo pueda mantener más de 10s, Fabio Aru agita la bicicleta de lado a lado y abre la boca tremenda de grandes dientes blancos y se inclina peligrosamente por encima del manillar, de pie sobre los pedales, y avanza sin mirar atrás. Se sufre viéndole subir una tarde solar y de calor Tour, pegajoso. Aru, un sardo que cumplió el lunes 27 años, no es un estilista, no quiere serlo. Más que pedalear, lucha. Se pelea con los rivales, con el asfalto que se derrite bajo sus tubulares, con la montaña que asciende vertical delante de él. Y a todos les derrota. Si el adjetivo agónico no se inventó para describir a Fabio Aru al ataque alguien debería hacer algo para que así fuera. Reescribir su etimología, por ejemplo, de la misma manera que el ciclista sardo reedita en La Planche des Belles Filles, el promontorio de las vírgenes suicidas podría traducirse, tres años más tarde, la imagen de un corredor vestido de tricolor italiano, rojo, blanco, verde, volando por encima de los demás en un tobogán final al 20%.

La felicidad de un ciclista sentimental

La ilusión de Aru en el 17 era ganar el Giro que salió de su isla, Cerdeña. Se hirió y no pudo participar. Y el ciclista, un sentimental, lloró por no estar como unas semanas antes lloró cuando su compañero de equipo, y fiel lugarteniente, Michele Scarponi, murió tras chocar con una camioneta en un entrenamiento; como lloró la semana anterior al Tour cuando ganó el campeonato de Italia tras una exhibición de ataque vistiendo una maglia del Astana de su compañero fallecido que le había hecho llegar su viuda.

En La Planche des Belles Filles no lloró, pero se emocionó. Y dijo: “Después de los momentos tan difíciles que he pasado y del infortunio de mi equipo, esta victoria supone una felicidad enorme. Ha sido fantástico”.

Más símbolos en una fotografía, difícil, lo que resulta apropiado para una etapa, solo la quinta de la edición, que no decidió el Tour, (las diferencias entre los mejores fueron mínimas: el noveno, Nairo, llegó a 40s de Aru)  pero ofreció un anticipo de lo que puede ofrecer y un recuerdo de lo que fue otros años. Vincenzo Nibali, el siciliano de entonces, de 2014, cambió la maglia tricolor de campeón de Italia por la amarilla de líder del Tour, que terminó ganando. Cuando Froome, el brazo armado de Bradley Wiggins entonces, ganó en la misma subida en 2012 (y fue la primera de sus siete victorias de etapa en la carrera que le ha hecho grande), su líder se vistió de amarillo, un maillot que no abandonó más. Así, se podría concluir, si el Tour se guiara más por estos detalles que por las piernas, la cabeza y el corazón de sus agonistas, que uno de los dos, Froome, ya ganador de tres Tours, y Aru, aún virgen en Francia (pero ganador de la Vuelta de 2015), se coronará en parís el domingo 23. Aru reclamará el derecho por su victoria de etapa; Froome, porque, pese a no poder alcanzar al italiano, que atacó con tanto coraje a 2.400 metros de la cima, y al que cedió 26s (incluida la bonificación), salió de amarillo. Y dijo, mientras mascaba avena en puré durante su conferencia de prensa, que no pensaba soltarlo. “Aunque tenga pocos segundos de ventaja”, dijo, “lo defenderé”. Aunque muchos piensen que este Froome no es el Froome de siempre.

El domingo, y será solo la novena etapa, todos se enfrentarán a la que muchos dicen que será la etapa más dura de todo el Tour. Tres hors catégorie en el Jura y un descenso terrible a Chambery. Los sabios, los que dicen que una subida de menos de 17m (con 16m 14s, Aru batió, por 9s, el récord de ascensión de los 5,6 kilómetros de La Planche des Belles Filles que fijó Froome en 2012) no puede decir nada, anuncian que entonces sí que se sacarán conclusiones.

Froome como mejor vive en el Tour, y su equipo, tan fuerte, con él, es defendiéndose, y siempre ha triunfado porque nadie nunca tuvo recursos o audacia para atacarlo sin cesar.

A Aru le gusta atacar, dejarse llevar por el temperamento, por el inconformismo. En el puerto empinado de los Vosgos lo hizo cuando Froome tenía aún medio equipo tremendo con él, Kwiatkowski, Nieve, Henao, Landa. Nadie hasta entonces había podido así con Froome y el Sky. Entre los dos antagonistas debería librarse el combate por el Tour.

Los demás protagonistas —Richie Porte, que no está tan exuberante como hace un mes; Nairo Quintana, que está cansado del Giro y parece haber perdido su ligereza proverbial en la montaña; Alberto Contador que no es el mejor Contador; Romain Bardet, que es un corredor limitado— solo buscan sobrevivir, no perder el derecho a soñar. Todos tienen el valor de contrastar sus sueños con el miedo al fracaso. Un valor que les hace únicos. Y por eso se les venera. Aunque pierdan.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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