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Un belga y un polaco se echan al mar

Meersman gana la etapa al sprint y Kwiatkowski es el nuevo líder en Baiona

Gianni Meersman, celebra su victoria al llegar a la meta de la 2ª etapa.
Gianni Meersman, celebra su victoria al llegar a la meta de la 2ª etapa.J. Lizon (EFE)

Fue Meersman, belga. Fue un sprinter de los que dijo Jempy Drucker, antes de salir, “de serie B”. No hay sprinters en la Vuelta. ¿Para qué, en una carrera que penaliza a los velocistas puros en favor de los velocistas de media montaña? El sprint ha muerto. Meersman solo fue un heredero de un trono poco disputado, que ganó bien, con calma, con dos golpes de pedal y uno de riñón, para dejar una bicicleta de diferencia entre él y el segundo clasificado. Como quien lava. Ganaba por el exterior (que si Georgia, que si Valonia, que si Romandía, que si...). Cada sprint será un sorteo para evaluar a los nuevos valores, aunque este sea talludito (30 años) y la suerte y el esfuerzo le sonreían al fin. Junto a él llegó otro sorprendido,-pero menos-, el polaco Kwiatkowski, del Sky, que le arrebató el maillot rojo a su compañero Kennaugh por los puestos conseguidos en las dos etapas. Todo quedó en casa del Sky, salvo el honor ganado para el Ettix en la etapa por Meersman.

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Todo seguía un guion. El habitual. Que me escapo, que yo también. Y que yo también. Eso dijeron Nauleau, Cesares Benedetti (de nombre y apellido ilustres) y el francés Pichon. Aventureros por aquello de sí suena la flauta, de sí a los gallos no les funciona el despertador, de sí el olor a mar narcotizaba al pelotón. Porque de pronto El Miño se fue ensanchando, y ensanchando, y... que apareció el mar de Baiona, donde la espuma borbotee donde le da la gana formando spas naturales sin dar a ningún botón. Donde el mar se va a ninguna parte, o sea, a todos los sitios, a los juegos reunidos de la naturaleza. Y allí se fueron, a ninguna parte, los tres escapados, que abrieron la puerta en el kilómetro 2 y aguantaron hasta el postre. Pero fueron castigados, engullidos por el pelotón antes de que probaran, si acaso son el dedo índice (como mandan los cánones) la tarta de la meta.

Lo suyo fue una leyenda, como la de Liberata, la virgen barbuda, la canonizada y ex canonizada (por esas dudas que se dan entre la historia y la fe), la virgen huelguista de hambre anoréxica, la crucificada cuando se practicaba la crucifixión, la patrona de las mujeres mal casadas a la que apelan las mujeres para deshacer casamientos indeseados. Vamos, una santa con muchas dudas para la solemnidad religiosa. Así andaban los escapados, sabiendo que su beatificación en la etapa podía anunciar las puertas del infierno. Y se abrieron al acercarse a Baiona, donde el mar burbujea y oculta su final, blanco y azul, bicicletas por la carretera, veraneo tranquilo. Se los comieron a los tres en un par de bocados cuando olieron las algas.

Kwiatkowski, líder

Y llegaron los kilómetros finales. Antes Pichon, el francés, se había enfundado el maillot del premio de la montaña. No poca cosa para un solo puerto. Al final todos en fila, todos mirando al suelo en busca de esa raya horizontal que divide el éxito del fracaso. Y por eso algunos se cayeron, algo lógico con tantos “enloquecidos” corriendo como locos.

Y ganó Meersman. Y se puso líder el polaco del nombre impronunciable, Kwiatkowski, que fue cuarto y por eso se puso por delante de Rojas, Valverde. Froome y Puccio. Por algún lado hay que cortar la tarta y el polaco agarró el manillar como si fuera un cuchillo.

Kwiatkowski, con el maillot rojo.
Kwiatkowski, con el maillot rojo.Javier Lizon (EFE)

Protagonistas accidentales de una etapa sin incidentes ni sorpresas a la espera de las emociones fuertes. No había fuerte oleaje en Baiona. Mar en calma, con sus pequeños géiseres que pincelan el agua. Y el géiser fue un belga, donde no hay mar. Y un polaco, donde tampoco el mar no se ve. Debió ser la sugestión del oleaje. Los patrones del pelotón esperan.

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