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FERIA DE SAN ISIDRO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un corridón de toros

Castella solo cortó una oreja a un magnífico ejemplar, el mejor de una muy aceptable corrida de Jandilla

Antonio Lorca
Sebastián Castella, saluda con la oreja cortada a su primer toro.
Sebastián Castella, saluda con la oreja cortada a su primer toro.Kike Para

Jandilla/Paquirri, Castella, López Simón

Toros de Jandilla-Vegahermosa —el quinto, devuelto— bien presentados, bravos en los caballos, nobles y con clase en el tercio final. Destacaron el segundo, que fue premiado con la vuelta, el tercero y el sexto. El sobrero, de Salvador Domecq, bravo y encastado.
Paquirri: pinchazo y descabello (silencio); estocada (silencio).
Sebastián Castella: media estocada (oreja); —aviso—, pinchazo y estocada caída —2º aviso— (ovación).
López Simón: estocada (palmas); dos pinchazos, estocada —aviso— (silencio).
Plaza de Las Ventas. Decimosexta corrida de feria. 26 de mayo. Lleno de no hay billetes (23.624 espectadores).

Quizá sea exagerado el titular, sin duda, pero pretende expresar que fue una corrida distinta, novedosa, sorprendente y, sobre todo, torista en el mejor y más amplio sentido de la palabra. Es exagerado porque el quinto fue devuelto por su manifiesta invalidez; es exagerado porque solo un toro, el segundo, de nombre Hebrea, fue sencillamente extraordinario y recibió los honores de la vuelta al ruedo. Pero valgan esas cuatro palabras porque encierran la experiencia de una corrida en la que embistieron todos los toros, incluido el sobrero de Salvador Domecq; cumplieron sobradamente en varas —de largo y con alegría el segundo, el tercero, el quinto y el sexto—; fueron todos alegres en banderillas y permitieron el lucimiento de Chicote, José Chacón, Domingo Siro, Jesús Arruga y hasta del propio Paquirri, que banderilleó al cuarto. Y embistieron de largo, con nobleza y clase en el tercio final los seis. ¿Quién puede pedir más? Un corridón de toros, aunque pueda parecer exagerado.

El mejor, sin duda, el segundo, el tal Hebrea, de 527 kilos de peso, bien presentado y astifino como toda la corrida. Tuvo defectos, pero hubiera sido indultado en cualquier plaza. Acudió presto en los dos encuentros con el caballo, aunque bien es verdad que no hizo una gran pelea; dobló las manos en el quite de López Simón, y escarbó en varios momentos de la lidia. Pero fue un toro de bandera por su casta desbordante, por su movilidad, su poderío, su fijeza y humillación; en una palabra, por su calidad exuberante en las banderillas —vistoso y alegre galope—, y en el tercio final, de incansable embestida, mejor por el lado derecho que por el zurdo. Era un espectáculo el noble y fiero ímpetu con el que el toro buscaba la muleta, al tiempo que su encastada nobleza realzaba todo el quehacer del torero.

Fue uno de esos toros que justifican una afición y la dedicación y el sacrificio de un ganadero. Un toro para recuperar la esperanza, una vez más, y confirmar de nuevo que el toro bravo y encastado es el protagonista indiscutible de esta fiesta. Cuando hay toro, surge la emoción.

Hebrea recibió los honores de una solemne vuelta al ruedo en la que Las Ventas le rindió sentido homenaje al héroe triunfador.

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Pero no fue el único toro bravo de la tarde. El tercero también acudió de largo al cite del picador, permitió el lucimiento de los banderilleros y repitió incansable a la muleta de López Simón. Y el sexto, otro toro bravo en el caballo, perseguidor en el segundo tercio y con las dificultades propias de la casta en la muleta. Repitió hasta la saciedad no sin ciertas asperezas.

Fue muy aceptable el lote de Rivera Ordóñez, nobles ambos, y con menos movilidad, quizá, que los demás en el último, aunque quedará para siempre la duda si fue problema de los toros o de la impericia de su lidiador.

Y fue magnífico el sobrero, que también dejó alto su pabellón ante el piquero, obedeció a los banderilleros y se lució en una faena tan larga como anodina de su matador.

En fin, que la corrida no tuvo más que un fallo: los toreros. Los tres tendrían que haber salido a hombros por la puerta grande, pero todo el premio se redujo a una solitaria oreja que paseó Castella del segundo. ¿Qué pasó? Pues que estuvieron mal; así de sencillo y concluyente.

Veamos: Castella quiso estar a la altura de Hebrea y no lo consiguió. Lo intentó con toda su alma, pero la calidad del animal era insuperable. En su haber, dos naturales circulares templados y hermosos, y muchos buenos pases que levantaron un clamor exagerado. En el quinto, quiso arrancar otra oreja, pero no pudo. Su faena fue larga, irregular y deslavazada, muy lejos de la calidad de su oponente.

López Simón está en horas bajas. Ayer naufragó en sus dos toros, desvaído, insípido, anodino, aburrido y superficial. Tuvo dos toros de premio y los dos desaprovechó.

Se despidió Rivera Ordóñez. No está para estos compromisos. Quiso y eso es todo. Lo intentó de veras, pero su corazón no le permitió heroicidades. Adiós, muy buenas, y que dé las gracias a quien deba por el favor recibido.

Banderilleó al cuarto con voluntad y acierto y fue lo mejor de su actuación.

Fue la suya una despedida sin alma, sin afecto, sin un abrazo; una despedida sin alegría. Vamos, que podía haberlo hecho con un mensaje de Twitter y se hubiera ahorrado el mal trago.

La corrida de hoy

Toros de El Torero, para Joselito Adame, Francisco J. Espada y Ginés Marín.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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