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Los últimos sopladores de letras

Dos artesanos con más de un siglo de experiencia entre ambos, reclaman apoyo para el neón, y un lugar en las escuelas de arte y diseño

Los últimos solpladores de letrasVídeo: L. RICO
Pedro Gorospe

Tienen el aliento luminoso después de haber soplado kilómetros y kilómetros de letras de neón. Tantos, dice José Manuel, como para unir con una frase su localidad natal, Tánger, con la de acogida, Vitoria. Marciano apela a la épica de su nombre: "Podría llegar a la luna". Sin embargo, pese a ser unas letras mágicas, que se encienden con colores brillantes gracias a los gases nobles contenidos en los tubos de cristal retorcido, poco a poco se están apagando. Los leds, la crisis, alguna que otra normativa municipal como en Madrid o Bilbao, pero también en otras muchas ciudades que hicieron desaparecer miles de rótulos en pocos días, y finalmente las limitaciones que ha impuesto la UE al uso del mercurio, han reducido a algo excepcional lo que antes era habitual. “El neón languidece, de ser miles de artesanos y empresas de luminosos en España, yo creo que quedaremos unos cuarenta o cincuenta, y apenas si hay jóvenes que siguen, esto se acaba”, pronostica, Juan Manuel Gallego (Tánger, 1958) de la firma vitoriana Electroneón.

"Esta es una llamada de SOS para que esta disciplina no desparezca, que se incorpore a las escuelas de arte, de decoración y a las de arquitectura, como un elemento a tener en cuenta en todas las fases de ese proceso creativo", pide. Lo mismo reivindica Alfonso Domingo (Bilbao, 1972), el hijo de Marciano (1941), también soplador, ambos de la empresa Luminosos Bilbao: "Es arte, mi padre lleva soplando desde los 14 años y tiene 75. Sería necesario trabajar desde las instituciones para que no desaparezca, para hacerlo compatible con los cascos históricos, con las normativas de alta tensión", explica poniendo como ejemplo los espectaculares carteles madrileños de Tío Pepe en la Puerta del Sol y el de Schweppes de la Plaza del Callao.

En Marruecos rompió

Las letras de Neón, “en realidad la mayoría son de Argón”, puntualiza Gallego, son un icono del crecimiento, del desarrollo y de la publicidad, inseparables del concepto de la curiosidad, de lo llamativo, la moda e incluso el morbo. “Antes hacía tres y cuatro encargos por semana, ahora apenas uno o dos al mes”, se lamenta en su pabellón industrial, en la capital alavesa, que ahora dedica parcialmente a otra de sus aficiones favoritas, la familia y los amigos. Dentro ha construido una cocina cerrada con espacio para unas cuarenta personas en la que pone en práctica sus conocimientos culinarios. “Aquí soplamos en el sentido más amplio”, bromea. Ha cumplido 40 años de profesión y no sabe si tal y como está el mercado va a llegar al medio siglo convirtiendo en luz de colores unos delicados tubos de vidrio que almacena en largas estanterías. “En Euskadi apenas si somos cuatro o cinco soplando los tubos”, dice.

Los clubes de carretera eran buenos clientes” Juan Manuel Gallego

El cartelista de Tánger afincado en Vitoria, de padre madrileño y madre andaluza, recuerda a su progenitor soplando desde que tiene uso de razón en el taller de la ciudad marroquí. De Tánger se movieron a Tetuán y después de dos años a Ceuta, para acabar en un País Vasco que ya despuntaba como región industrial y emergente. En Marruecos rompió los primeros tubos de cristal en medio del enfado de su padre, que pacientemente le fue enseñando a soplar con tino. Le enseñó a manipular los tubos de cristal con aire y un soplete, a meter el gas, a pasar una bola de mercurio por el tubo para activarlo y que luzca con brillantes colores, y finalmente a moldear su paciencia para aguantar horas y horas concentrado moldeando vidrio. Después de toda una vida de artesano, ve como su sector da paso a otras tecnologías.

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Alfonso aprendió también de su padre, que sigue trabajando el vidrio en el taller que tienen en Deusto. Marciano muestra con orgullo la cabeza del león que simboliza la nobleza y la lucha de los jugadores del Athletic de Bilbao y que. Confía en que la crisis del neón sea como el Guadiana, que aparece y desaparece, pero prevalece, explica, recordando que si en los años 20 supuso un auge en Estados Unidos y cayó en desuso a principios de los años 50, el Neón Art le devolvió a la vida en los ochenta. durante aquellos años en España todavía funcionaba de maravilla también en la arquitectura y la publicidad. Pero también en el mundo de la noche. “Los clubes de carretera eran buenos clientes”, recuerda alimentando el tópico Gallego. Los corazones con una chica en medio y en algún caso con un chico, entraban en su agenda de encargos con cierta periodicidad. “Alguna vez me quisieron pagar la mitad en negro y la otra mitad en especie”, bromea, tras asegurar que rechazó ambos métodos. "El neón y las luces de neón son historia, pero no pueden pasar así a la historia, no pueden desaparecer de esta manera con la carga artística y con su capacidad real para reinventarse en otro tipo de usos. El neón necesita ayuda", reclama Alfonso Domingo.

Todos ellos reivindican las bondades de los carteles de neón, su durabilidad, y las peculiaridades frente a conceptos como la contaminación lumínica. Conscientes y de un negocio que tiene mucho de arte pero que no puede sobrevivir solo con los encargos que le hacen los artistas con los que colaboran. “Me encargan trabajos, ellos y las grandes superficies, porque saben que unas letras de Neón de calidad pueden durar quince años sin dar problemas, y se pueden hacer de gran tamaño. Tengo hasta de seis metros de alto” dice Gallego.

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Sobre la firma

Pedro Gorospe
Corresponsal en el País Vasco cubre la actualidad política, social y económica. Licenciado en Ciencias de la Información por la UPV-EHU, perteneció a las redacciones de la nueva Gaceta del Norte, Deia, Gaur Express y como productor la televisión pública vasca EITB antes de llegar a EL PAÍS. Es autor del libro El inconformismo de Koldo Saratxaga.

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