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Columna
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El ex de la pareja

Mejor es que tu pareja te deje que dejarla tú. Contra la lista de consideraciones negativas que provoca el que se va, justas o injustas, la pareja abandonada se nimba de un halo de dolor que la santifica socialmente. No importará, al cabo, de quién fuera la culpa, si es que puede hablarse así. Lo importante es el cuchillo que se clavó en el cuerpo que antes llamamos nuestro amor, nuestro cielo, nuestro corazón, nuestro máximo deseo. Sobre ese adorado monumento del otro hemos cometido el crimen, ¿cómo no sentirse de una parte un canalla y aparecer ante los demás como asesino?

El matrimonio católico indisoluble absorbía hace menos de un siglo delitos de toda especie. Traiciones, asesinatos y parricidios también. Los absorbía. Toda la materia tarada, la ignominia, la hipocresía, el despecho y el odio, formaban parte de un mismo guisado venenoso a veces y, siempre, tan nutricio que el matrimonio no podía separarse de él.

Ningún ex deja de amar a su ex, ni deja de interesarse por su éxito o su desgracia

Este plato cargado de los más diversos y amargos ingredientes iba macerándose con la edad y creando, al cabo, una argamasa íntima quizás tan diferencial como insufrible e imposible de curar. Matrimonios crónicos al modo de las enfermedades para toda la vida y en cuya permanencia se desarrollaba una relación, hablada o muda, que anticipaba las características de un fuerte embalsamamiento que, sin duda, aun metafóricamente, ayudaba a morir.

Ahora, sin embargo, a través de las separaciones o los divorcios se crea un ex que va por el mundo como un peso grave que no se llega, sin embargo, a morir. Por principio, literalmente, el ex cree saber más de aquella pareja rota que ningún otro alcanzará a saber. El ex fue quien la conoció en el origen y ha sido el testigo más próximo de su evolución. La ruptura no significaría así otra cosa que la explosión de ese conocimiento en su cima puesto que escenificaría la culminación de la metamorfosis de una estructura a otra, de un bien a un mal que se contempló y experimentó en primera fila.

El ex poseería así el código primordial del otro, su clave secreta que nadie más llegará a poseer en una etapa posterior. Desde el punto de vista de quien ha abandonado la relación, el ex nunca valdrá más que cuando, de pronto, se transforma en ausente. Pero también, desde el punto de vista del sujeto abandonado, el otro nunca es más terriblemente poderoso o importante que ahora.

Las consabidas maniobras de consuelo, la serie de coartadas que uno y otro muñen para vivir desde entonces y merecidamente en paz se revelan farsas y cuando menos se las espera. El amor provoca estas raras convulsiones del afecto. Nos animamos para querer desaforadamente en el incomparable periodo del enamoramiento y sus secuelas pero ¿cómo desmontar, al estallar la ruptura, este largo esfuerzo donde la misma vida se puso en juego?

Solo hay un sistema: no conceder tanto valor al amor. Enamorarse y desenamorarse, amar y odiar a un mismo sujeto sería un juego de transición donde el hilo sentimental se enreda y se desenreda como en los pasajeros ejercicios de entretenimiento.

La mitificación del amor, no obstante, tan inseparable del gozo amoroso, hace prácticamente imposible esta ironía distanciadora. Simplemente, porque amor e ironía se oponen radicalmente. Amamos muy seriamente, "hasta la muerte", "hasta el delirio", "hasta el fin". ¿Cómo rebajar, por tanto, esta ecuación dorada a la ordinaria categoría de una anécdota?

Ningún ex deja de amar (o vivir) a su ex, ni deja tampoco de estar interesado por su peripecia, su felicidad, su éxito o su desgracia. En ese ser o ex/tirpado de la vida sigue coleteando nuestra vida a la manera en que la cola de la lagartija continúa sus espasmos seccionada del cuerpo.

El ex, relativamente olvidado, sorteado en la conversación, negado en la interrogación, sigue tan vivo y coleando como el sentido de una vida que no ha dejado allí de inaugurar su sentido.

No ya la desgracia del abandonado o abandonada interesa como desquite, la posible felicidad de uno u otra se halla estrechamente unida a nuestra paz y dependiendo, aun silenciosamente, de aquel que ya no está. No está físicamente aquí pero, paradójicamente, por el poderoso efecto de la ausencia, se halla aquí y allá, dentro y fuera, en el llanto y en la risa, en la salud y la enfermedad, en verano y en Navidad. En ninguna parte, en ningún tiempo y en todos.

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