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Otra cara de la violencia de género

El pasado marzo, un marroquí fue detenido por mantener retenida a su mujer durante 18 meses en el domicilio conyugal en Viladecans (Barcelona). La mujer sólo hablaba bereber, pero pidió auxilio. La Audiencia de Almería ha condenado esta semana a otro inmigrante marroquí también por encerrar a su mujer en casa bajo llave. Fue ella, la mujer, quien solicitó ayuda.

El goteo de casos de violencia de género asociada al secuestro de mujeres originarias de países musulmanes tiene sus motivos. "No se ha deteriorado la situación. Sólo que ahora empiezan a denunciarse estos casos", aclara Hadar Saabi, musulmana marroquí dedicada a la mediación cultural y ponente de varios congresos de feminismo islámico en España. Que trasciendan casos aporta, paradójicamente, cierta nota positiva. "La comunidad inmigrante está madurando para denunciar. Es el reto pendiente contra la violencia de género", señala.

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La gravedad del asunto, apuntan los expertos, fue mayor durante los años en que apenas trascendían estos abusos. "Parte importante de inmigrantes habita en una especie de tierra de nadie, desvinculados de la sociedad y de su propia comunidad", incide Laura Rodríguez, trabajadora social que asesora a víctimas de abusos desde la Unión de Mujeres Musulmanas.

"Hasta ahora, las víctimas quedaban atrapadas: mujeres resignadas bajo amenaza de nuevas palizas, esposas en situación irregular que no denuncian abusos por temor a ser expulsadas, y otras, las pocas, que abandonan a su pareja y terminan en la calle sin recurso alguno", apunta Rodríguez. "Pero queda mucho por hacer: cuando ellas denuncian, el apoyo de la Administración debe echar el resto", advierte.

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