"Negarse a la vacunación es antialtruista"
Hace más de 40 años que el profesor Stanley Plotkin descubrió la vacuna contra la rubeola, la que hoy se utiliza en todo el mundo y la que ha conseguido erradicar la enfermedad en los países desarrollados (el último brote epidémico se produjo durante los años 1964 y 1965). Después de un largo periplo dedicado a la búsqueda de vacunas en el Instituto Wistar y en la Universidad de Pensilvania (Estados Unidos), Plotkin se ha pasado a la industria. Actualmente es asesor ejecutivo de Sanofi Pasteur. Considerado el "padre de la vacunología moderna", afirma que en los últimos 10 o 15 años se han dado pasos de gigante. "Las vacunas han modificado la salud humana más que ningún otro avance, si exceptuamos el agua potable. Creo que su papel en el futuro será aún mayor y se podrá hacer frente a enfermedades como la malaria o el sida", sostiene.
"No vacunarse pone en riesgo no sólo a los no vacunados, sino también a los que lo están, porque les pone en contacto con la enfermedad"
"Desarrollar una vacuna cuesta 680 millones de euros y mucho tiempo. La del rotavirus se inició en los ochenta y se ha comercializado en 2006"
Pregunta. ¿No le parece una contradicción que las vacunas no lleguen a los países donde más falta hacen?
Respuesta. Éste es un problema muy grave, aunque se han hecho avances importantes para resolverlo. En los últimos 20 años se han incrementado los programas de vacunación en los países en vías de desarrollo y se ha pasado de un 20% a un 80% de cobertura; pero es cierto que esta cifra sólo incluye las vacunas más básicas, por lo que el problema real sigue existiendo.
P. Y para un problema real, ¿se ha propuesto alguna solución real?
R. Avanzamos en tres frentes. El primero lo forma la industria farmacéutica. Pero no hay que olvidar que el desarrollo de una vacuna es un proceso muy caro debido a los requisitos de seguridad y la envergadura de los ensayos clínicos. Desarrollar una vacuna cuesta unos 800 millones de dólares (680 millones de euros) y lleva mucho tiempo. Por ejemplo, la nueva vacuna frente al rotavirus, causante de la diarrea infantil, se empezó a desarrollar en los años ochenta y no se ha comercializado hasta 2006. Antes de obtener la licencia se probó en más de 70.000 niños. El segundo frente pasa por utilizar los recursos económicos de grandes fundaciones como la de Bill y Melinda Gates. Pero en mi opinión la solución pasa por el tercer frente: fabricar las vacunas en los propios países pobres, algo que ya se está haciendo en India o Brasil, pero desgraciadamente todavía no en África.
P. ¿Cómo se puede lograr?
R. Mediante acuerdos entre las multinacionales y los fabricantes de dichos países con el fin de transferir tecnología. Sin embargo, esta solución choca también con las carencias organizativas de esos países. Incluso cuando disponen de vacunas, no siempre resulta fácil vacunar a los niños. Hay que concienciar a los Gobiernos de que invertir en salud mejora la situación económica del país.
P. ¿Cuáles son las vacunas prioritarias ahora?
R. Es urgente encontrar una vacuna contra el VIH y, por supuesto, contra la malaria. Pero no podemos olvidar la tuberculosis del adulto, el citomegalovirus, el dengue, la hepatitis C, el meningococo C y el virus respiratorio sincitial. Ahora tenemos nuevos métodos para desarrollar vacunas, como las proteínas recombinantes genéticamente inactivadas, la vacunología inversa, las vacunas combinadas o la inducción de la inmunidad innata. Además, vamos disponer de vías de administración distintas a las tradicionales, como las vacunas intranasales para la gripe, con aerosoles para el sarampión o la rubeola, rectales para enfermedades de transmisión sexual (ETS), y también orales o transcutáneas.
P. La comunidad científica ha rechazado la vacuna contra la malaria desarrollada por el colombiano Manuel Patarroyo. ¿Por qué?
R. La base de cualquier avance son las buenas ideas. Desde hace muchos años estamos tratando de encontrar una vacuna contra la malaria, pero la realidad es que no tenemos ninguna perfecta. La razón del fracaso se encuentra en que no se puede aplicar a los parásitos lo que hemos aprendido de los virus y las bacterias. El problema de la malaria es complejo porque el propio parásito es muy complicado. Aparece en diversas fases: en el hígado, en la sangre y por supuesto en el mosquito. Se han desarrollado prototipos de vacunas contra cada una de esas fases, pero el problema es que prevenir cada una de ellas no evita necesariamente la infección. Además, no hay que olvidar que la inmunidad natural se desarrolla lentamente y que es temporal; es decir, las personas que han nacido en zonas donde existe malaria, si sobreviven a la infección, se inmunizan frente a la enfermedad, pero si abandonan la zona endémica y regresan al cabo de unos años, vuelven a ser sensibles. Ahora, el gran problema son los niños que viven en zonas endémicas y, por ello, se está realizando un ensayo clínico en niños y esperamos que, aunque no se prevenga totalmente la infección, se mitigue para que el niño pueda vivir.
P. La idea de intentar reducir la infección, ¿podría ser válida también para el sida?
R. En el caso del sida no hemos sido capaces de producir un anticuerpo que neutralice todas las cepas del VIH. Ahora tenemos métodos para producir una respuesta celular y esperamos que los ensayos en marcha demuestren que dicha inmunidad celular es capaz de reducir la carga vírica (número de virus en sangre) para que la persona, aunque esté infectada, pueda vivir muchos años sin necesidad de tratamiento. Limitar la cantidad de virus en sangre reduciría también la cantidad de virus circulante en la población. Se ha calculado que incluso una vacuna con una eficacia del 50% reduciría la epidemia y podría llegar a controlar la infección por el llamado "efecto rebaño".
P. Pero una vacuna que no sea totalmente efectiva puede ser rechazada. De hecho, hay quienes rechazan las vacunas del calendario básico de vacunaciones.
R. Es fundamental reafirmar la seguridad y eficacia de las vacunas. Frente a algunas personas, algunos padres y ciertos colectivos que rechazan la vacunación. Porque ello supone un riesgo, no sólo a los no vacunados, sino también para los que lo están porque les pone en contacto con la enfermedad, incluso si la cifra de los que rechazan la vacunación es inferior al 2%. Negarse a la vacunación es un comportamiento antialtruista. No hay ninguna razón para oponerse a las vacunas.
P. ¿Considera que la industria farmacéutica ha invertido suficiente en vacunas?
R. No hay ninguna duda de que es más rentable vender fármacos que vacunas. Éstas sólo se ponen tres o cuatro veces a lo largo de la vida y los medicamentos, algunos, todos los días, aunque no debemos olvidar que el efecto de las vacunas en salud pública en vacunas es superior al de los fármacos.
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