Finjo que entiendo pero no
La primera sospecha de que yo era un neandertal me atacó en el colegio, porque los niños sapiens, que son unos cabrones, me miraban raro. Tenía que llevar a cabo unos esfuerzos heroicos para ocultar mi neandertalidad, así que me pasaba la vida observándolos para imitar su comportamiento y no me quedaba tiempo para dedicarme al estudio. Suspendía todo, lo que me volvía más neandertal, si cabe. Mi familia, a simple vista, no parecía neandertal, por lo que deduje enseguida que era adoptado, un adoptado idiota, claro, hasta que tropecé en la tele con un programa de neandertales y me reconocí en el protagonista porque parecía una copia de mí o yo de él. Mis padres, que estaban a mi lado, no se dieron cuenta de nada. Papá, que era un sapiens sapiens de los de pura cepa, dijo que menos mal que el hombre había logrado escapar de aquella condición.
En mi calidad de neandertal pasé una adolescencia muy dura, pues no quería a las chicas por su dinero
-¿Por qué? -pregunté yo.
-Porque los neandertales -dijo él- carecían de capacidad simbólica.
No me atreví a preguntar en qué consistía la capacidad simbólica, pero consulté la enciclopedia y aprendí lo que era un símbolo. Las banderas, por ejemplo. A mí me parecían unos símbolos de mierda, pero fingí interesarme por ellas para hacerme pasar por sapiens. Estábamos rodeados de símbolos. El collar de perlas Majórica de mi madre, por poner otro ejemplo, también era un símbolo (de estatus). Averigüé asimismo que los neandertales y los sapiens habían intercambiado todo tipo de materiales, incluido el genético. Al principio, los sapiens daban a los neandertales collares de vidrio a cambio de comida porque a los sapiens les gustaba la gastronomía mientras que a los neandertales les fascinaba el resplandor. Al carecer de capacidad simbólica, ignoraban el significado de ese resplandor, pero se quedaban encandilados con él. El caso es que de tanto intercambiar objetos, y como el roce hace el cariño, los neandertales y los sapiens empezaron a meterse en la cama juntos. Los sapiens, que eran muy listos, lo hacían por vicio, mientras que los neandertales, más ingenuos, se acostaban por amor. Y ahí es donde comenzó el intercambio genético.
En mi calidad de neandertal pasé una adolescencia muy dura, pues no quería a las chicas por su dinero (la ausencia de capacidad simbólica me impedía apreciar el valor de los billetes de banco), sino por su resplandor. Pero a ellas les gustaban los jóvenes con capacidad simbólica, es decir, que conocieran el significado de poseer un renault. No había manera, en fin, de intercambiar material genético con ninguna. Aceptaban que las invitara a merendar, pero cuando les ofrecía una porción de semen salían corriendo.
Fue duro, todavía lo es. Continúo fingiendo que entiendo a los sapiens, que poseo sus habilidades simbólicas, pero la verdad es que sufro como un perro porque el sapiens ha llevado sus capacidades intelectuales hasta extremos difíciles de imitar. Así que cuando enciendo la tele y veo, por poner un ejemplo de hombre sapiens de gran éxito, a Mario Conde, me siento un desplazado.
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