100 El elixir de la vida
El rescate de los recuerdos detrás de un rostro de alguien que ha superado el siglo de edad, como es el caso de Lope Roldán, es una aventura arriesgada, como la del explorador que desciende a terrenos abisales. La mirada perdida, los silencios, reflejan la incontestable pérdida de memoria, pero en ocasiones la lucidez aflora en ráfagas, trozos de una vida intensa, un hallazgo entre oscuridad. Nacido en Huelves (Cuenca) en 1910, Roldán contaba con dos años cuando se hundió el Titanic. Como agricultor, asegura que durante la Guerra Civil no sufrió "ni un arañazo", pero la rutina de madrugadas interminables para trabajar en el campo antes de la salida del sol, arar la tierra durante horas, cargar sacos de cebada, trigo o garbanzos, se hizo mucho más dura. Y de las represalias de los vencedores hacia los vencidos, tras el conflicto, le queda una frase. "Me choca que las personas de talento hayan sido tan crueles". Roldán recuerda que algunos privilegiados se llevaban al campo cordero frito, pero ese nunca fue su caso. "De hambre y miseria puedo contarle todo lo que usted quiera. He llegado a comer cardos que arrancaba por ahí". Su vida no ha sido fácil, pero a pesar de que ahora tiene una movilidad reducida, echa de menos el trabajo, levantarse antes que el sol. No tiene una comida favorita, ha dormido poco, la carne le disgusta, apenas ha probado el vino, y lleva casado tanto tiempo que no se acuerda de la fecha de su boda, solo que tenía "la edad de Cristo". Es un hombre que admite que tiene su genio, y explica sentirse razonablemente feliz, tras 67 años al lado de su mujer, Ramona, una anciana tranquila, muy paciente y dormilona que ya ha cumplido los 96. Esta pareja centenaria se emociona cuando se besa. Roldán es uno de los 7.190 centenarios que hay en España, según datos del INE en 2009. Su edad es excepcional. Se encuentra dentro del exclusivo grupo de españoles longevos que apenas representa el 0,01% de la población. Cuando se le pregunta cuál cree que es la causa por la que ha vivido más tiempo que los demás, responde que no lo sabe.
El récord mundial de longevidad lo tiene una mujer francesa, muerta en 1997 a los 122 años
"Las defensas de los centenarios se parecen más a las de los jóvenes sanos de treinta años"
El misterio de una vida tan larga surge cuando se conoce más de cerca a otros centenarios. El autor de este reportaje puede dar fe de Luisa (la abuela de mi mujer por parte materna), que falleció en 2008, poco antes de cumplir 103 años. Luisa aún conservaba gran parte de su lucidez. Era capaz de subir tranquilamente las escaleras, madrugar todos los días, pasear haciendo sus ejercicios diarios y mostrar un apetito -y un oído- envidiable. De joven se ganaba la vida recogiendo uva en Ponferrada, ayudando a sus padres a sulfatar las viñas. Le gustaban más la carne y los dulces. Uno se pregunta qué tenía de diferente.
Un grupo de científicos españoles, encabezado por Mónica de la Fuente, del departamento de Fisiología de la Universidad Complutense de Madrid, y la doctora Patricia Alonso, geriatra del hospital Infanta Leonor de Madrid, lleva años buscando una respuesta. A partir de los 18 años, el crecimiento deja paso a un lento decaer, al principio imperceptible. Pero con el paso de los años, no todos nos derrumbamos a la misma velocidad. Estos centenarios han envejecido mucho más lentamente que el resto. ¿Por qué? Y lo que es más importante, ¿podemos predecir si alguien está destinado a vivir una vida más larga y sana? En las defensas del cuerpo humano podrían hallarse estos auténticos semáforos de la longevidad, marcadores que indican la verdadera edad biológica. Pero las investigaciones en personas chocan siempre contra el mismo muro. "El ser humano es muy longevo", dice De la Fuente. "Puedo empezar a estudiar los parámetros inmunológicos de alguien de treinta años, pero yo misma habré fallecido cuando esa persona alcance los ochenta".
Para abordar las misteriosas claves que rodean a los centenarios españoles, De la Fuente y su equipo examinaron la vida entera de ratones de laboratorio. Extrajeron sus leucocitos mes a mes y a lo largo de sus dos años de existencia para comprobar cuál era el estado de sus defensas, un seguimiento imposible de realizar en una persona. Comprobaron que en los animales que vivían menos sus células defensivas exhibían las mismas características; eran más lentas combatiendo infecciones, y menos eficaces para eliminar los tumores. Un vistazo a su interior mostraba que el animal estaba envejecido prematuramente. Los ratones más longevos exhibían, en cambio, un sistema inmune rejuvenecido. Esos parámetros actuaban como semáforos que predecían su longevidad.
Paralelamente, el equipo de Alonso y De la Fuente se dedicó a chequear el estado de las defensas a partir de la sangre de un grupo de 21 personas centenarias, comparándola con las muestras de otro grupo de 30 jóvenes sanos de entre 25 y 35 años, y de otro de 30 personas en edad más madura (65-75 años). Para su sorpresa, descubrieron que los humanos envejecían siguiendo las mismas pautas que los ratones. El paralelismo de los resultados, publicado en la revista de la Sociedad Geriátrica Americana, resultaba chocante. "Encontramos que las defensas de los centenarios se parecían más a las de los jóvenes sanos de treinta", indica De la Fuente. "Aquellos individuos que lograron mantener su sistema inmunológico joven eran los que llegaban a los noventa o cien". Las defensas bien reguladas y eficaces eran la causa última de un envejecimiento mucho más lento. La intuición, por parte de estos investigadores, es que el sistema inmune podría anticipar una mayor o menor longevidad.
En el caso de Lope Roldán, sus parámetros inmunológicos le colocaron en una subpoblación muy especial que "ha escapado al proceso de envejecimiento normal", afirma Patricia Alonso. En la inmensa mayoría, en cambio, las células defensivas comienzan a averiarse a partir de los 60 o quizá los 70 años. La falta de equilibrio del sistema inmune está desvelando una fotografía que aclara eso tan misterioso que llamamos envejecimiento. El patrullaje de los leucocitos contra las agresiones e infecciones pierde efectividad. Muchos de los glóbulos blancos se adhieren con más fuerza a las paredes internas de los vasos y les resulta más difícil atravesar los tejidos para llegar al lugar y combatir la infección; algo sucede con los linfocitos, que empiezan a rezumar demasiadas sustancias oxidantes en respuesta a los invasores. En resumen, según estos investigadores, el cuerpo termina pagando el peaje: más inflamación, más oxidación por culpa de unas defensas poco eficientes, termina arrojándonos a las garras de las patologías que tememos con el paso de los años, como el cáncer o las enfermedades degenerativas.
El misterio de una vida sana y larga, pues, podría residir en diez mililitros de sangre centenaria encerrada en un tubo de cristal. Ese podría ser el auténtico elixir de la juventud. Cada uno de nosotros producimos uno propio, con mayor o menor fortuna. Es como un termómetro de nuestra edad biológica. A la luz de estos estudios, resulta llamativo rescatar el argumento de una serie de TV de medicina-ficción llamada El inmortal, producida en EE UU en 1970, sobre un probador de coches, Ben Richards, que jamás envejecía gracias a un sistema inmunológico portentoso. "Este hombre tiene una ventaja singular respecto a los demás. Ben Richards es inmune a cualquier enfermedad, incluido el envejecimiento, y vivirá más tiempo que nadie", se explicaba antes de cada capítulo. La sangre de Richards era tan valiosa que sus transfusiones "podrían proporcionar una segunda y una tercera vida a otra persona", algo que sucede con un millonario sin escrúpulos, que manda a sus mercenarios para capturarle. Es casi un argumento redondo, a excepción de que no hay pruebas científicas que avalen que la sangre de un extraño tenga efectos rejuvenecedores en los demás.
Los centenarios ofrecen una ventana excepcional a los científicos, pero las defensas son una parte de una historia más compleja. ¿Cuál es el límite de la longevidad humana? De acuerdo con Walter M. Bortz, profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford, el ser humano podría vivir hasta un millón de horas, es decir, unos 120 años. Ejemplos de supercentenarios excepcionales existen en diversas partes del mundo. El prestigioso Instituto Max-Planck para la investigación demográfica en Rostock (Alemania) emprendió hace unos diez años un ambicioso proyecto para encontrar y catalogar a las personas que superaron la barrera de los 110 años. Y acaba de desvelar los resultados. Los bancos de datos arrojaron una cifra sorprendente: hay 600 personas en todo el mundo que superaron este escollo, de las cuales 20 llegaron a vivir más de 115 años, los 20 seres humanos más viejos del mundo. "Se trata del primer registro científico fiable sobre supercentenarios a nivel internacional", indicó Heiner Maier, portavoz del instituto, en una nota de prensa. Este rastreo se realizó gracias a la aportación de investigadores procedentes de 15 países, que bucearon en la demografía de Canadá, Japón, Estados Unidos, Francia, España, Alemania, Bélgica, Suiza, Reino Unido, Italia, Australia y los países nórdicos. Certificar una edad tan longeva es un asunto complicado. La mayoría de estas personas nacieron a finales del siglo XIX, y por entonces sus países natales no disponían de registros centrales de nacimiento. Como la ciencia no dispone de un termómetro fiable para determinar la edad cronológica -un escollo insalvable-, el asunto tiene que resolverse entre montañas de papeles, certificados oficiales, censos y certificados de defunción.
Una ojeada a esta fascinante exploración sobre los límites de la longevidad humana resultó muy reveladora. En EE UU se encontraron 341 supercentenarios, de los cuales 309 eran mujeres. Y en España, el estudio de los investigadores españoles Rosa Gómez Redondo y Juan G. González, de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), que se engloba dentro de este censo mundial de longevidad, certificaron la autenticidad de 28 supercentenarios que superaron los 110 años. Tres de estas personas (que nacieron en Andalucía, Murcia y las islas Baleares) vivieron hasta los 114 años. Uno de ellos resultó ser la española más longeva de la historia, según los registros: "Identificamos a una mujer andaluza, M. A. C. C., que nació en 1881 en Andalucía y murió en la misma localidad 114 años más tarde, un total de 41.857 días".
El récord mundial de longevidad sigue teniendo un nombre: el de la mujer francesa Jeanne Calment, que falleció en 1997 con 122 años. En varias entrevistas antes de su muerte, Calment desafió a los nutricionistas afirmando que fumaba un cigarrillo y se tomaba una copa de oporto a diario. En lo que se refiere al secreto de una vida tan extensa, dejó una frase memorable. "Hay que pasárselo lo mejor posible". El japonés Shigechivo Izumi, que supuestamente vivió 122 años, fue descartado en el estudio al no poder certificar su edad las autoridades japonesas, por lo que el hombre más longevo del mundo sigue siendo el danés Chris Mortensen, afincado en EE UU, que murió a los 115 años.
La última noticia acerca del ser humano más longevo es extraordinaria y difícil de creer, pero se ha hecho eco en las páginas de una publicación tan prestigiosa como Scientific American. En abril de 2009, una mujer llamada Sakhan Dosova, del pueblo de Prishakhtinsk, en la República de Kazajistán, celebró su 130 cumpleaños. De acuerdo con esta publicación, Dosova tiene un pasaporte y un documento de identidad por el que nació el 27 de marzo de 1879, pero carece de certificado de nacimiento. Los documentos son fáciles de falsificar. Sin embargo, en el censo soviético consta que ella tenía 46 años en 1926. La mujer tiene 10 hijos, y una de sus hijas, con 76 años, está todavía viva, lo que significaría que la concibió a una edad tardía, 54 años. ¿Es posible? Según lo relatado a Scientific American por parte de Jay Olshansky, profesor de Epidemiología de la Escuela de Medicina Pública de la Universidad de Chicago, sí. "En los centenarios y supercentenarios, que superan los 110 años, se observa un alto nivel de fecundidad que perdura en una vida posterior. Estas mujeres todavía producirían óvulos y experimentarían la regla más tarde que la media". El caso de Dosova está pendiente de ser admitido.
Los obstáculos se hacen cada vez más grandes al final del camino que abre las puertas de los 100 años. La medicina y la tecnología han combatido con un formidable éxito la guadaña de las enfermedades infecciosas, lo que ha aumentado espectacularmente la esperanza de vida, pero resulta insuficiente para acceder al exclusivo club de los centenarios. ¿Qué comparten ellos? Los genes. El estudio más ambicioso realizado hasta la fecha y publicado en Science a principios de este verano viene a dar un sonoro mazazo a aquellos que sueñen con encontrar un gen de la longevidad. Los investigadores Paola Sebastiani y Thomas Perls, de la Escuela de Medicina Pública de la Universidad de Boston, analizaron los perfiles genéticos de más de mil centenarios, comparando diferentes regiones cromosómicas con varios grupos de control. No localizaron ningún gen especial, pero se toparon con lo que en genética se conoce como "marcas" o variantes (los polimorfismos de nucleótido simple), que no son otra cosa que variaciones de una sola base (una letra cambiada por otra) en la lectura de la secuencia del ADN que aparecieron cuando se comparaban las secuencias de los centenarios con el resto. En total, se trata de 150 cambios en esa lectura. Y de entre todos esos cambios, los investigadores hallaron 19 grupos o "firmas genéticas" exclusivas en el 90% de los centenarios. En aquellos de una longevidad excepcional, que superaban los 110 años, casi la mitad (un 45%) mostraba un mayor número de variantes.
Pero no hay genes mágicos ni cromosomas donde radique el secreto de la longevidad. "Los 150 marcadores están esparcidos por todos los cromosomas y no se localizan en una región o cromosoma específico", responde Sebastiani a El País Semanal, en una teleconferencia con varios medios internacionales. "Sugieren que la genética es muy compleja y envuelve muchos procesos biológicos diferentes". De momento, los marcadores centenarios han posibilitado la realización de un test genético. El equipo de Sebastiani asegura que sus variantes genéticas pueden predecir si una persona va a llegar a los 100 años con una probabilidad de éxito de un 77%. Un pinchazo, una gota de sangre, un análisis genético y la combinación de un programa de software realizado por estos científicos serían el equivalente de la bola de cristal de la longevidad.
Claro que la respuesta no radica solo en los genes. Es cierto que, en el caso de algunos centenarios, sus familiares suelen disfrutar de una longevidad notable, aunque no siempre es así. "Hay influencia genética en la longevidad", admite Patricia Alonso. En los centenarios con los que ha trabajado, el árbol genealógico mostraba "antecedentes de centenarios". Pero el papel genético parece ir a la baja. En su opinión, "la longevidad depende un 25% de los genes, y el 75% restante, del estilo de vida y aspectos ambientales".
Desde el punto de vista geográfico, no existe nada parecido a un Shangri-la repleto de gente que supera la barrera de los 100 años. No hay dietas milagro, climas especiales o elixires escondidos en la naturaleza que alarguen la vida. Los estudios de centenarios en España sugieren que las regiones que agrupan un número más alto de supercentenarios son Andalucía y Castilla y León. El equipo de Paola Sebastiani tampoco encontró en su muestreo genético una región geográfica significativa, aunque Japón "tiene la media de vida más larga y bastantes centenarios", admite Thomas Perls. "Sin embargo, no sabemos si hay diferencias significativas con otras regiones de EE UU". Se han establecido correlaciones entre la dieta mediterránea en Japón -la ingesta de pescado y algas y la costumbre de pasear, muy extendida entre los japoneses, con esta longevidad. Incluso las comparaciones con la población japonesa que vive en Hawai, y que ingiere más carne roja o fuma más, demuestran que la vida media no es tan alta en este lugar si se adopta el estilo de vida occidental.
Las restricciones de calorías suelen alargar la vida en numerosos experimentos con animales. ¿Existe algún camino para rejuvenecer nuestra edad biológica? "Si el envejecimiento se produce por tener más oxidantes que defensas antioxidantes, una posible solución es una dieta rica en antioxidantes", indica De la Fuente. En sus investigaciones posteriores se examinó el efecto que tenían estas dietas (ricas en vitaminas C, E, polifenoles de la soja, mezclas de diversos antioxidantes, etcétera), tanto en ratones como en personas. Y en ambos casos "encontramos que después de una dieta así, los leucocitos rejuvenecían". Al tener los ratones una vida más corta, el equipo de De la Fuente comprobó además que los animales vivían más. Las personas solitarias, que sufren más depresión y ansiedad, también suelen tener las defensas más envejecidas, afirma esta experta.
Sobre la longevidad humana flotan tópicos difíciles de desterrar. Uno de ellos es el estrés, la epidemia del siglo XXI, y la percepción del público de que es algo que acortará inevitablemente nuestra vida. "Los centenarios que estudiamos han pasado por una guerra civil, conocen lo que es el hambre y no han tenido una vida cómoda", argumenta esta fisióloga, que reflexiona sobre los aspectos que ha ido encontrando tras veinte años de investigaciones. La hormesis es un concepto cada vez más implantado en estudios sobre envejecimiento, que implica que asuntos aparentemente dañinos para el cuerpo humano pueden generar efectos positivos en pequeñas cantidades, ya que estimulan las defensas. "Paracelso ya lo explicó en el siglo XVII. Los venenos, en poca cantidad, pueden protegernos". El hambre y la desnutrición son perjudiciales, pero un día de ayuno estimula las defensas. En cierto sentido, un poco de tensión no viene mal. "La mayoría de los centenarios han trabajado hasta hace poco, llevando una vida muy activa. La vida sin un estrés no es ni buena ni sana".
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