De cosecha propia
Tomates cultivados en la terraza, a pleno sol, que ni siquiera tendrán que conservarse en la nevera antes de tomarlos. Turgentes, aromáticos y sorprendentemente sabrosos. Todo un lujo gastronómico que hay que sembrar en primavera para añadir al placer de comerlos la satisfacción de haberlos cultivado uno mismo.
Mitad fruta, mitad hortaliza, el tomate (Solanum lycopersicum) es una planta vivaz de vida corta que se trata como anual, lo que significa que hay que plantarla cada primavera. Originaria de la región andina de Perú y Ecuador, empezó a cultivarse en México y llegó a España en el siglo XVI. Como miembro de la familia de las solanáceas, le costó abrirse camino, ya que durante algún tiempo se creyó que era venenosa. Nada más lejos de la realidad: es un alimento sanísimo, bajo en calorías, rico en sales minerales y vitamina C, y un poderoso antioxidante gracias al licopeno que contiene y que le proporciona su desinhibido color rojo.
El cultivo en invernadero es el responsable de que los consumamos todo el año, pero entre los plásticos y el transporte el sabor y el perfume desaparecen. Por eso los tomates cultivados al aire libre son realmente otra historia.
Siembra. Se realiza a lo largo de marzo y abril, en cuanto los termómetros empiecen a marcar entre 16 y 20 grados. Para una cosecha casera será suficiente preparar un semillero pequeño, de unos 12 huecos, que se pueda recubrir cómodamente con plástico o con una tapa de cristal en caso de que la temperatura descienda por debajo de los 10 grados. En menos de dos semanas las semillas habrán germinado, y en cuanto las plántulas alcancen la altura adecuada, entre 12 y 20 centímetros, se podrán trasplantar.
Plantación. Los tomates necesitan mucho sol en los órganos aéreos y humedad en las raíces. La planta se desarrolla perfectamente en macetas de 25 o 30 centímetros de diámetro y otros tantos de profundidad, mejor de barro que de plástico, que acumula más calor, y con uno o varios agujeros de drenaje. Aunque no son exigentes respecto al suelo, su calidad repercutirá en la cosecha. Es importante que sea fértil, ligera y esponjosa; que retenga la humedad, pero no se encharque. La tomatera crecerá mejor en un lugar cálido y soleado.
Tutor. En las variedades de pie alto, que desarrollan un solo tallo de más de un metro, habrá que colocar, en el momento de la plantación, algún tipo de tutor o guía que le sirva de soporte. Puede ser una simple caña, a la que se irá atando el tallo conforme crezca. Es importante que deje una cierta holgura para no estrangularlo.
Riego. Las tomateras requieren un riego regular, pero no excesivo. La tierra debe mantenerse siempre ligeramente húmeda, por lo que habrá que aumentar la frecuencia conforme suba la temperatura. Hay que regar el pie, pero evitar mojar las hojas.
Es muy recomendable recubrir la tierra con una buena capa de cortezas recortadas, arcilla expandida o turba, ya que este acolchado protege las raíces tanto del frío como del calor y conserva la humedad.
Abono. Si la plantación se ha hecho en tierra nueva y de calidad, bastará con abonar cada veinte días. Para ello lo más recomendable es buscar en el vivero más cercano un producto rico en potasio (K) diluido en el agua de riego.
Pinzado. Consiste en suprimir regularmente los brotes que vayan apareciendo en las axilas de las hojas, en el punto de unión con el tallo, para que la savia se concentre en los frutos. Para hacerlo no harán falta tijeras, se pinzan con los dedos porque son muy tiernos y fáciles de desprender.
Rutinas. Regularmente se deben retirar las hojas secas o que empiezan a amarillear, especialmente las de la parte baja. Hay que evitar que rocen en el suelo y prevenir así la aparición de infecciones.
En buena compañía. Plantar tagetes al pie de las tomateras; el olor de estas flores ahuyentará a los pulgones que podrían instalarse en las hojas y evitará la presencia de nematodos, unos gusanos minúsculos que atacan a las raíces. Además contribuirán a mantener la humedad del suelo, imprescindible para que el tomate prospere.
Recolección. A los tres o cuatro meses de la siembra se podrá empezar a recolectar la primera cosecha. Lo ideal es coger los tomates cuando ya tienen color pero aún están duros y tenerlos en casa, fuera de la nevera, uno o dos días para que adquieran el punto óptimo de maduración. Además la recogida frecuente acelera el desarrollo de los que todavía quedan en la mata.
¿Qué variedad?
Hay diferentes tipos de tomate y muchísimas variedades de cada uno, sin contar con las autóctonas, que se están empezando a recuperar y que en principio serían las más adecuadas para los principiantes. Hay variedades precoces y tardías; la diferencia entre las cosechas de unas y otras puede ser de un mes. Variedades amarillas, negras, verdes, rosadas; redondas, lobuladas y en forma de pera. Entre las que suelen tener los centros de jardinería: marmande, montserrat y muchamiel dan estupendos tomates para ensalada, y entre los tipos cereza o cherry, que tienen mucho éxito, la black cherry es exquisita.
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