El cine de la libertad
Centauros del desierto
John Ford, 1956
Junto a Ciudadano Kane y El Padrino, esta cinta de John Ford aparece de manera sistemática en la lista de las mejores películas de la historia. Tiene todas las marcas del cine del maestro: la naturaleza, los héroes reluctantes, las gotas de humor en medio de la tragedia, los encuadres inolvidables, la fuerza de una historia que nos arrastra en cada uno de sus matices. Como ocurre con todas las obras de arte, este filme se hace más complejo y rico con cada visión. Centauros del desierto es un relato sobre el odio, el racismo y la venganza, en el que un hombre, Ethan (John Wayne), se va destruyendo a sí mismo en la obsesiva búsqueda de una sobrina secuestrada cuando era una niña por los indios. Pero va mucho más allá porque narra la historia de un hombre pero también de un país, hasta convertirse en un relato sobre todos nosotros.
El hombre que mató a Liberty Valance
John Ford, 1962
John Ford regresó a un sobrio blanco y negro para rodar esta cinta cuya espina dorsal reside en un dilema crucial: ¿hasta dónde llega la ley y hasta dónde la fuerza? ¿Cuándo es legítimo utilizar la violencia para acabar con la violencia? El hombre que mató a Liberty Valance narra la historia de un joven abogado idealista, interpretado por James Stewart, que cruza el Pecos con la esperanza de una nueva vida y de llevar la ley a un territorio donde mandan las pistolas y los látigos. Allí se encuentra con rudos pistoleros, con bandidos despiadados, con periodistas valientes, dispuestos a jugarse la vida para defender la libertad de expresión, y también con una historia de amor. Es una película inabarcable, sobre la construcción de una sociedad pero también sobre los protagonistas ocultos de la historia.
Los profesionales
Richard Brooks, 1966
Como la propia vida, el western se enfrenta a una serie de cuestiones fundamentales: la amistad, el amor, la traición, las causas perdidas, la decepción, la lealtad, la muerte, el dinero... Este filme de Richard Brooks consigue condensarlas todas al relatar la historia de un grupo de tipos duros que se adentran en México para rescatar a una mujer secuestrada por un antiguo compañero de batallas. Aunque nada es lo que parece. La película ofrece escenas y diálogos memorables. "La revolución nunca fue pura ni perfecta. Nos fuimos a buscar otra causa, otro amor, porque sin amor, sin una causa, no somos nada. Nos quedamos porque creíamos, nos fuimos porque nos desencantamos. Hemos vuelto porque estamos perdidos. Morimos porque estamos comprometidos", son palabras, pronunciadas por el revolucionario Raza, difíciles de olvidar.
El Dorado
Howard Hawks, 1966
De todos los filmes de la llamada serie de los ríos, que Howard Hawks dirigió entre 1948 y 1970, El Dorado es seguramente el más redondo. En esta película ya se empieza a intuir el western crepuscular y que toma una distancia irónica con sus personajes: un temido pistolero con una bala cerca de la columna que siempre le deja fuera de combate en el peor momento (John Wayne), un sheriff que se bebió el Misisipi después de que le rompiesen el corazón (un grandioso Robert Mitchum), pero que sigue siendo el mejor incluso con una resaca descomunal, un joven en busca de una venganza (James Caan)... El Dorado destila el oficio de uno de los grandes artesanos del Hollywood clásico y resume todos los grandes temas de un cine del Oeste en el que ya se empieza a intuir una larga derrota.
Grupo salvaje
Sam Peckinpah, 1969
La frase de promoción de esta película lo decía todo: "Cuando ellos llegaron, el cielo se tiñó de sangre". Sam Peckinpah es autor de un puñado de westerns memorables (Duelo en Alta Sierra, La balada de Cable Hogue, Pat Garrett y Billy el Niño) que describen un mundo que se acaba; pero seguramente Grupo salvaje sea su película más redonda (y sin duda más influyente, porque desde entonces nos hemos cansado de ver explosiones de sangre a cámara lenta). Este filme habla de los últimos héroes en un mundo sin piedad, sin nobleza. Tiene momentos de violencia desatada, en los que resulta imposible contar los muertos por minuto, pero sobre todo es la historia de viejos amigos enfrentados porque uno de ellos se ha vendido al ferrocarril. Ya lo dijo Billy el Niño: "Los tiempos cambian pero yo no".
La leyenda de la ciudad sin nombre
Joshua Logan, 1969
"Hay dos tipos de personas. Los que se van y los que se quedan. Y yo soy un exciudadano de ninguna parte y siento añoranza de mi hogar", dice, en una auténtica declaración de principios, Ben Rumson, el minero interpretado por Lee Marvin en este improbable musical del Oeste en el que cantan no solo el propio Marvin sino también Clint Eastwood y Jean Seberg. Es un filme que juega con muchos tópicos del western a la vez que los desmonta, que consigue colar canciones sin que chirríen -bueno, algunas chirrían un poco- pero que, sobre todo, se ciñe a uno de los relatos fundamentales del género: la historia de la construcción de un país. Y contiene algunos momentos de humor memorables. "¿Ha leído usted la Biblia, señor Rumson?". "Sí, señora". "¿Y no le quitó la afición por la bebida?". "¿No señora, me quitó la afición por la lectura?".
Las aventuras de Jeremiah Johnson
Sydney Pollack, 1972
En su fundamental libro sobre el western, Más allá del Oeste (Debate), Ángel Fernández-Santos recordaba un diálogo que resume esta joya de Sydney Pollack: "¿Por qué no te vas a una ciudad?". "Una vez estuve en una y no me gustó". Este filme retrata la historia de un hombre, Jeremiah Johnson (Robert Redford), que decide irse a vivir a la montaña, alejado de la sociedad y sus problemas. Sin embargo, se ve atrapado por la tela de araña de una vida de la que cree que podía escapar. Con su profundo sentido político, Pollack trata dos temas fundamentales del género: la fuerza de la naturaleza y la relación de los rostros pálidos con los indios, dos historias que muchas veces son la misma porque cualquier conquista implica la muerte para sus habitantes originales.
Sin perdón
Clint Eastwood, 1992
Con este filme, Clint Eastwood devolvió al género toda la grandeza de los clásicos, porque logró combinar la tristeza del western crepuscular con las esencias de un mundo que forjaron maestros como John Ford, Anthony Mann o Howard Hawks. Sin perdón condensa una serie de escenas y diálogos inolvidables -"eres un asesino sin escrúpulos, has matado a un hombre desarmado". "Debió armarse antes de decorar su salón con mi amigo"-, pero la columna vertebral de la película son sus personajes: William Muny (Eastwood), el asesino de niños y mujeres rehabilitado, que vuelve al camino por dinero (o tal vez por una causa justa); su amigo Ned (Morgan Freeman); el implacable sheriff Little Bill (Gene Hackman), más cruel que los peores forajidos; el pistolero Bob el Inglés (Richard Harris)...
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