"Ningún cargo político me daría el poder que me da la tele"
Llega a lomos de la Honda Scoopy con la que sortea los atascos y la escasez de aparcamiento endémicos de Madrid. Ha elegido el Flash Flash, un restaurante ultramoderno, hermano de su homónimo en Barcelona, que acaba de abrir en el centro de la ciudad. Sube la moto a la acera, se quita el casco y aparece una mujer de 58 años de rostro arado de arrugas y aire adolescente a la vez. Se la ve fuerte. Fibrosa. Favorecida. Viene de negro integral, a tono con los enormes retratos de Karin Leiz, la esposa del gran publicista catalán Leopoldo Pomés, que decoran el local y van a servir de fondo para las fotos. Todos son amigos de toda la vida. "Si puedo ayudar a alguien con mi imagen, no lo dudo", admite, "se trata de socializar la fama". Después de tres décadas delante de las cámaras, Mercedes Milá se las sabe todas. No da puntada sin hilo. La entrevistadora estrella de los años ochenta y noventa lleva diez como mascarón de proa de Gran Hermano, el paradigma de programa de telerrealidad denostado por unos y adorado por otros. Ahora vuelve a la parrilla con La tribu (Telecinco), un espacio nocturno en el que comparte protagonismo con Javier Sardá, Boris Izaguirre y Carlos Latre. En persona, Milá no defrauda. Entra al trapo. Exhibe una curiosa actitud entre la arrogancia y la vulnerabilidad. Recoge y devuelve las críticas. Polemiza con las piedras. Domina el terreno. Es una profesional.
"Digo a mis jefes que me frenen. no tengo mucho sentido del ridículo"
"Los periodistas escritos os creéis de una clase superior a los de la tele"
"Un plató de televisión es mi vida en estado puro, donde estoy más feliz"
Son míticas sus entrevistas en televisión. Los entrevistados se le entregaban. ¿Qué hay que tener para lograrlo?
Curiosidad. Si yo no entiendo al personaje, cómo lo van a entender los demás. Tengo que preguntar hasta conseguirlo, probar por todos los medios. Siempre con muchísimo respeto. Y el respeto se lo demuestras habiéndote estudiado lo que ha hecho para provocarte interés. No le puedes hacer a él tu trabajo. Muchos periodistas preguntan: "¿Cómo empezaste?". Fatal. La persona tiene que sentir que estás interesado, que te has molestado por ella, y se abre como una granada, que es de lo que se trata.
Si quiere.
Bueno, el fracaso también existe. Hay personas imposibles. Yo comparo las entrevistas a los toros. Un buen torero hace bueno un mal toro, y un mal torero destroza uno bueno. Puedes cargarte a un entrevistado, agobiarle. O puedes darle aire, dejarle que se explaye. Lo que pasa es que en la tele tienes 15 minutos y a veces le tienes que meter los dedos en la boca porque si no se te va vivo.
Los profesionales de su generación se inventaron el periodismo en la tele. No había modelo.
Acabé en televisión quizá porque nunca supe escribir, o porque el primer día que trabajé en un plató sentí algo muy fuerte, un enamoramiento con la cámara. En vez de darme miedo, me dio seguridad. Cuando vi el piloto rojo, supe que era mi aliado. Estoy en esto por accidente. Quería estudiar políticas, pero en Barcelona no había facultad y empecé periodismo porque se parecía.
¿En qué?
Los periodistas y los políticos somos dos rebaños muy cercanos.
Pero en distintos corrales.
No, entonces no. En esa época éramos amigos, aliados. Nos utilizábamos mutuamente, unos no teníamos sentido sin los otros.
¿Qué entrevistas recuerda de aquellos tiempos?
Lo más fuerte fue la llegada de los exiliados tras la muerte de Franco. Gente que volvía a España en un goteo permanente. Fue una maravilla. Trabajaba en la radio, y tenía la oportunidad de entrevistar a personas extraordinarias con historias extraordinarias. Lo hacías con un respeto brutal, con la sensación de abrir un armario donde había muchas cosas que contar, nuevas completamente, porque aquí no les habíamos podido oír. Después, en televisión, hubo también mucha emoción. Recuerdo cuando entrevisté a Jordi Petit, el primer hombre que dijo en la tele que era homosexual. Podría contarte millones de cosas nuevas que hacíamos cada día.
¿Tenía la sensación de hacer algo 'histórico'?
No, Dios me libre. Me parecería una pedantería horrorosa, que es de lo que hay que huir siempre. Lo que me emocionaba era que ese hombre tuviera la oportunidad de decir eso en la tele y que fuera yo, que estaba ahí por pura suerte y casualidad, la que preguntaba.
Defíname qué es un 'momentazo' en televisión.
Algo inesperado, que atrae la atención de mucha gente y que se mantiene en el recuerdo.
¿No se preparan?
No, se pueden calentar, pero no provocar. Momentazo es Tejero en el Parlamento, ése es el gran momentazo. O Suárez diciendo me voy. Momentazo es que un torero (Jesulín) se baje los pantalones y te enseñe las heridas.
¿Momentazo es que Cela le diga que absorbe litro y medio de agua por vía anal?
Bueno, eso fue inolvidable para siempre jamás, y cómo lo iba a sospechar yo. Recuerdo el ataque de risa que me dio en directo. También hubo llanto. Miguel Bosé vino al programa Queremos saber cuando se decía que se estaba muriendo de sida y apareció perfecto. Se emocionó y se echó a llorar. Son momentos extraordinarios. Puedes sembrar la confianza, el ambiente, pero no decir: ahora voy a lograr el momentazo, como un torero no sabe jamás cuándo va a romper la plaza.
A usted, una cámara le pone como una moto. Se le nota.
A mí, un plató de televisión no es que me ponga, es que es mi vida en estado puro, es donde yo estoy más feliz. Sí, las cámaras me gustan, no me asustan, las tengo de mi parte.
Dice que no sabe escribir. He visitado su 'blog' y no lo hace tan mal.
Ésa es la gran novedad de mi vida. Escribir en papel me sigue dando vergüenza, mientras que Internet me da confort. Pensé que lo del blog iba a ser un desastre, pero lo que para mí era un sueño: poder transmitir por escrito sentimientos y observaciones, me está pasando. Escribir es muy complicado. Es para mí lo más grande que puede hacer un ser humano, mucho más que pintar, que componer música. La literatura es lo máximo. Le tengo un respeto reverencial a la escritura.
Sin embargo, no tiene pelos en la lengua. Son legendarios sus 'calentones' de boca en directo.
Tengo un poco de peligro que he ido domando con los años. Era más precipitada antes. Sigo siéndolo, pero si consigo controlarlo, me siento mejor, porque los calentones no son buenos, lo he comprobado. Ya tengo años y he conseguido aprender algunas cosas, porque creo que uno consigue cambiarse. Ahora espero un poco a opinar, antes no; creo que he encontrado la gama de los grises cuando he sido siempre de blanco y negro. A veces, en una entrevista en televisión no te queda otro remedio que reaccionar en el momento, pero he aprendido a no hacer daño.
Hay que estar en alerta permanente.
Con la sensibilidad a flor de piel y sin miedo a entrar en terreno pantanoso: entras, y si te arañas, para eso te pagan.
¿Y el miedo al ridículo?
También cuenta, pero yo... Mi marido, José Sámano, decía que no tengo vergüenza. Él me enseñó muchísimas cosas de televisión, jamás se lo podré agradecer, porque yo era un animal en bruto. No sabía lo que era el espectáculo, y en la televisión tienes que conocer esa forma de trabajar, porque es espectáculo. José estuvo en los años más importantes de mi vida.
Eran como un tándem. Sámano tras la cámara y Milá delante.
Hasta que nos separamos y yo empecé un mundo totalmente distinto, que gracias a Dios me ha ido bien, porque podría haber sido lo contrario. Él era más mesurado, y aprendí a darle vueltas a las cosas hasta estar preparada para hablarlas. Pero eso no quita para que yo tenga ese pronto de soltarle a alguien: ¿Por qué miente?". De pequeña era hipertímida, pero ahora no tengo muchas vergüenzas.
¿Los años le han desinhibido?
Eso que llaman profesionalidad, los años, el oficio, te va dando bagaje para decir: cuidadito, que esto lo está viendo mucha gente que puede no pensar como tú. Pero sentido del ridículo no tengo mucho, confieso, y eso no es bueno. A mis jefes les digo: frenadme porque no me doy cuenta y entro en terrenos que luego es difícil salir. Yo obedezco a la persona que respeto. Soy buena subordinada.
¿No le atrae la responsabilidad, el poder?
Nada. Es que cuando sales por la tele y recibes tanto de la gente, no necesitas nada más, lo que quieres es repartir, porque la fama es de una potencia que da hasta miedo. Ningún cargo político me daría más sensación de poder, de control, de influencia, que la que tengo haciendo televisión hace 30 años.
¿Cómo anda de ego?
Pues mira, lo tengo rellenito hasta arriba. Mi autoestima es enorme, incluso excesiva. No necesito más reconocimiento, ni ego, ni nada.
Ni psicólogos ni psiquiatras.
No, yo sólo he necesitado al psiquiatra cuando he sentido el dolor más profundo en unas circunstancias de desamor. Eso sí que son palabras mayores, ahí sí.
Esto sí que es un momentazo.
Sí, ahí tuve que pedir ayuda. Cuando lo superé, me gustó compartirlo con los demás, porque me parece que la gente como yo tenemos la obligación en algún momento de decir: no os creáis que no sabemos de lo que hablamos. También sufrimos. De eso salió un programa con Olga Viza, Dolores del alma, en Radio Nacional. He aprendido a vivir sola, que se puede salir de un agujero negro. Que hay pastillas que pueden ayudar en un momento de la vida y que hay que pedir ayuda. Aprendes lo que son los límites, y eso es bueno.
Cuando ha tenido 'subidones' también los ha compartido. La historia de su novio joven es de dominio público.
Sí, exacto. Cómo fue aquella historia, por Dios, qué poco me podía imaginar cuando me separé de José que me iba a ocurrir lo que me ocurrió. Pero es que la vida es fantástica, siempre está por delante, siempre te sorprende. Hay que esperar lo mejor, y a veces sucede.
¿Ha seguido la historia de Jade Goody, la concursante del 'Gran Hermano' británico que vendió a los medios la exclusiva de su enfermedad y muerte por cáncer?
Sí, y me interesa mucho. Me extrañó el titular: Concursante de GH con cáncer lo expone en televisión. Pero fui más adentro y me encontré con una historia brutal de alguien de un nivel social muy bajo, con unas circunstancias vitales durísimas, que a través de un programa de la tele había salido de eso, y que explota al máximo la fama en un terreno terrible como el cáncer. Me parecen bien dos cosas. Una: que no haya tenido pudor para compartir el proceso de su enfermedad, cosa que, según los médicos ingleses, ha ayudado a mucha gente. Y dos: que haya ganado todo el dinero posible para dejárselo a sus hijos. Dos cosas tan importantes que borran todo lo demás. Si además ella tuvo una sonrisa hasta el final, habrá que preguntarse por qué. Quizá voy a contrapelo, pero no la cuestiono.
Se ha acuñado el término 'extimidad' frente a 'intimidad' para definir el auge de la telerrealidad. Es conocida su defensa a ultranza de 'Gran Hermano'. Sin embargo, sostiene que nunca entraría en un programa parecido.
Sí, pero yo no entraría en GH por la intimidad, sino porque no soy valiente para aguantar estar sometida a observación 24 horas al día. Hay dos cosas que hay que ser para entrar en GH: valiente, y generoso, porque das mucho más de lo que recibes. Yo no soy suficientemente ni una cosa ni la otra. Quizá porque no lo necesito, cuidado, porque una de las grandezas de GH es que da la oportunidad, a gente que sí lo necesita, de entrar en mundos que si no fuera por el programa no podrían. Y lo respeto muchísimo. La palabra extimidad no me gusta. Pero ¿sabes qué pasa?, que se me da fatal teorizar. Y si no sé bien de qué hablo, prefiero callarme.
¿Usted sabe en directo cuándo se produce el 'minuto de oro' de su programa?
A veces sí, pocas. Dices: bufff, lo notas. Los que saben de parrillas, los parrilleros buenos de verdad, que son pocos y están muy locos porque tienen sobre sus hombros la responsabilidad de las teles y, por tanto, el trabajo de mucha gente, ésos sí saben cuáles son los minutos de oro.
Los mascarones de proa de las cadenas también tienen esa responsabilidad. ¿La siente? Tengo la inmensa suerte de presentar GH, que es un seguro de share tan fuerte que el terror que he pasado en otros momentos ha dejado de existir.
Ahora se embarca en 'La tribu', una nueva nave. Sí, pero el mascarón es Javier Sardá. Se lo dije el primer día: quiero estar a tus órdenes. Pero una cosa es que no sea jefa y otra que no opine. Sardá dice: no penséis en la audiencia. Y digo yo: qué manía, hay que pensar en la rentabilidad de los programas, exactamente igual que un empresario piensa en la rentabilidad de la empresa. Dicen que está pasado de moda, pero si tu trabajo tiene una repercusión es por la audiencia, lo siento. Y a las ocho de la mañana, cuando salen los datos de Sofres, que me diga uno que trabaje en la tele que eso no le preocupa, porque miente. Lo que sí es preocupante es lo que pasa en algunos países donde se hace el programa pensando en el minuto a minuto de audiencia, y sólo sale lo que va a tenerla. Eso desvirtúa el producto.
O sea, que le quita el sueño el 'share'.
He sufrido mucho con la audiencia y con las taquillas del teatro de mi marido y la de las películas que producíamos. Con la respuesta del público a algo en lo que pones cariño, dinero y muchísimo esfuerzo. Por eso ¿tú sabes lo feliz que fui cuando empecé en GH y cada día era una brutalidad de audiencia? Es que tú eso no lo puedes entender, tía.
Si los periodistas de prensa escrita supiéramos cuándo el lector 'abandona' un artículo, no podríamos informar.
Seríais mucho más humanos, porque sois muy inhumanos.
¿Por qué?
Hombre, por favor, los periodistas escritos os creéis que sois mucho mejores que nosotros, como de una clase social superior, y nosotros, los que trabajamos en los medios audiovisuales, somos unos pobrecitos.
¿Qué dice? Cobramos infinitamente menos. Bueno, eso habría que verlo, y quizá por eso estáis siempre enfadados con nosotros y nos echáis todas las culpas, pero no es nuestra responsabilidad.
¿Cree que están enfadados con ustedes quienes dicen que trabajan en función de la audiencia? Pero, bueno, es que os creéis dueños de la opinión del público cuando nadie os ha dado esa responsabilidad. Tú vendes 400.000 ejemplares de tu periódico, lo leerán como mucho millón y medio de personas, y yo hago un programa que, como poco, un día malo, lo ve un millón de personas voluntariamente.
¿Esos son sus poderes? No, porque yo no llamo al periódico diciendo que el editorial está mal escrito, que este artículo no me gusta, y la foto es terrible, que es lo que hacéis vosotros con nosotros permanentemente. Sois como los papás que juzgan el trabajo de los niños, y eso ya no tiene sentido. Gracias a Dios, los periódicos han empezado a meter dinero en empresas de televisión, y en ese instante se ha visto que cambiaba la postura de los periódicos hacia la tele. Es muy divertido observarlo. Ver cómo tu periódico, que ha despreciado los realities toda la vida, cuando ha tenido realities en Cuatro ha empezado a valorarlos. Eso se llama ignorancia. Algo de lo que aprender.
No lleva muy bien las críticas. No es eso. Mira, yo creo que tiene que ser durísimo vivir de opinar sobre el trabajo de los demás. Yo no digo que no tenga que haber críticos, pero ¿por qué tienen tanto pudor en decir que algo les ha gustado o disgustado profundamente? Sería lo que tendrían que hacer, no simplemente poner a parir a un programa. También decir que les ha gustado mucho algo, para tener algo de crédito. Pero eso me importa menos porque respeto mucho la labor del crítico. Me sorprende más la postura de las empresas. Me troncho al ver cómo los popes de la profesión, en función de los intereses de sus empresas, han ido variando su postura hacia la televisión.
Creo que 'Diario de', el programa de reportajes que realiza en Telecinco, es la compensación que exigió a cambio de presentar 'Gran Hermano'.
Sí, es la niña de mis ojos. Yo soy periodista y no puedo trabajar sólo tres meses al año. Mientras siga haciendo GH, Diario de es la combinación perfecta.
¿Cree que lo que hace en 'GH' es periodismo?
Sí. Otro periodismo. Y lo es porque hago de la vida en la casa una crónica. Observo lo que pasa y luego lo reflejo en el programa, y hago las entrevistas en función de lo que he visto, por tanto estoy haciendo periodismo. Lo que ocurre es que hay mucha gente que niega el pan y la sal a esa historia, pero ha llegado un momento en que me da igual. Trabajo para los que ven y les gusta GH, el resto me da igual.
Usted podía haber sido una niña bien de Barcelona. Es que yo soy una niña bien de Barcelona. En mi colegio, las monjas nos lo decían: sois unas niñas bien, como si fuera un insulto, y yo pensaba: sí, somos niñas, obviamente, y bien..., pues está bien ser bien. Hasta que con 16 o 17 años me di cuenta de que aquello efectivamente no se podía ser, porque era un horror. Pero no voy a renegar de mi pasado. Soy hija de una familia muy concreta, con unos privilegios y unas circunstancias vitales que me han favorecido: poder hablar idiomas, viajar, tener facilidades a la hora de estudiar...
Su tío Miguel diseñó la lámpara Milá, y Leopoldo, la Montessa Impala. ¿Cree que la herencia cultural de la familia pesa en la carrera de las personas?
Cómo no voy a tener eso en el código genético. Yo soy muy Milá. Si analizaras a mi familia, encontrarías que somos parecidísimos. Pero los Milá son muy guerreros también, ¿eh? Hay muchas personas de mi familia que han abierto caminos nuevos en sitios donde antes no había sendero, y eso lo respeto enormemente.
¿Y usted ha puesto su granito? En mi casa no había periodistas. Lo mío es generación espontánea, y lo de mi hermano Lorenzo, también. Mi padre, con 90 años, dice: quién me iba a decir que yo, que no veo televisión, que no me gusta, que no me interesa, acabaría viendo el telediario y ese programa que no entiendo llamado Gran Hermano [ríe].
Me va a decir que es una pregunta machista, pero ¿se planteó alguna vez ser madre? Efectivamente, es machista. ¿Y a ti qué te importa?
Lo decía porque muchas profesionales de su generación renunciaron a la maternidad. Hoy se habla de conciliación, entonces ni existía el concepto.
Las madres trabajadoras son heroínas. Algún día habrá que compensarlas porque no se puede pedir tanto a una persona. Tengo hermanas con hijos que llevan una vida muy complicada para combinar el trabajo y su casa dignamente.
Hay pocas comunicadoras de su edad. ¿La tele es más cruel con las mujeres? A mí nadie me ha dicho que me vaya.
Le ha pedido a la fotógrafa que no le borre las arrugas con Photoshop. ¿Es una reivindicación?
Absolutamente. No me gusta ver a personas que conozco pasadas por el Photoshop. Las veo al natural y digo: Dios, ¿dónde estaba eso en la foto? Me gusta ver el paso del tiempo. Por lo menos, de momento.
Muchas y muchos de sus colegas se quitan las arrugas antes de los 40.
A mí no me gustan más los hombres ni las mujeres porque se borren sus arrugas. La expresividad pasa por encima de todo. Una deportista, por ejemplo, aunque sea joven, está llena de arrugas, y tiene una expresividad fortísima. Se las quitas y ya no es ella. Se borran el alma. Pero, ojo, hay gente que necesita borrárselas porque no soporta el espejo, y lo entiendo.
¿Y usted cómo se enfrenta al espejo?
Bien; hombre, a veces en ésos de aumento digo: Dios mío, ¿dónde vas con mantón de Manila? Lo digo en la tele, cuando me hacen un primer plano, tampoco se trata de que hagáis carnaza de este desastre.
Ha empezado a explotar su 'sexy' a la edad en que otras empiezan a taparlo. ¿Te refieres al canalillo? Eso son mis estilistas, que son muy persistentes.
Pero antes no se dejaba. No les hacía ni caso. Pero ahora sí porque han sido listas y se han dado cuenta de cómo hay que entrarme. Yo no me había puesto un escote jamás. Pero me han demostrado que saben de lo que hablan. Que me han mirado, y creen que eso me favorece. Ya he dicho que obedezco a quien respeto.
Sus compañeros en la tele son gente joven. ¿No hay choque generacional por aquello de la cultura analógica y la digital, el siglo XX y el siglo XXI? Yo soy la abuela, con diferencia. Me llevo muy bien con ellos, me río, no tengo problema para tratar con gente muy joven. Ellos tienen cosas que yo no, y yo tengo cosas que ellos no tienen, y lo bueno es compaginarlas. Ellos son muy creativos en terrenos donde yo desconozco cómo se hacen las cosas, pero necesitan de la nena. Me necesitan porque hay algo que se llama el paso de los años, la experiencia, que hacen que un programa como Diario de, si está presentado por una chica conocida que soy yo, facilita las cosas.
¿Qué opina de quienes dicen que se ha acabado la era de la prensa en papel o de la televisión generalista, a favor de los medios en Internet?
Los agoreros se suelen equivocar casi siempre, y en cambio, cuando tienen información y podrían ayudar dándola, se callan. Porque que esto iba a pasar lo sabíamos todos, pero no lo dijeron a tiempo. Hace ya cuatro o cinco años que esta crisis se veía venir. A mí lo que más me angustia de todo esto es la máquina que destruye seres humanos porque destruye sus trabajos. Pero de esta crisis seguro que saldremos. Y respecto al papel y la tele generalista, cuando no había televisión por la mañana y sólo había radio, y empezó la televisión matinal con Jesús Hermida, se decía: se ha acabado la radio, y mírala, fuerte como un roble. No me creo que algo tan obvio como un periódico o una tele vaya a desaparecer, porque no es verdad, porque también dijeron que desaparecerían los libros.
¿El periodismo no se acaba? Si morimos todos los humanos, puede, pero mientras haya un hombre sobre la Tierra, siempre habrá un periodista tocapelotas contando lo que le pasa.
Adora las frases lapidarias. Soy una trabajadora de televisión, y en la tele tenemos los totales. Un total es una frase con sujeto, verbo y predicado que se puede poner en un titular, y es tanto el deseo que tienes de que quien tienes enfrente te dé uno que me he contagiado.
¿Ha creado un personaje o es siempre usted misma? ¿Es Mercedes Milá quien se pone 19 trajes regionales para batir un récord Guinness en directo? Soy yo, ¿no me ves? Quien me conoce dice que soy exacta a la de la tele. Y soy la del Guinness, porque eso me lo inventé yo.
¿Qué es la tele?
El mejor invento del siglo XX. Ahí tienes otro total. Ahora está de moda decir que es monstruosa. No lo creo. Es la ventana por la que ha entrado todo en las casas: la información, la emoción, el conocimiento. La tele es igualitaria. Triunfa el que la gente quiere, tengas lo que tengas; si no te quieren, te vas. Por eso estoy contenta, llevo 30 años y nunca me han echado. Sé que un día me dirán: ¿dónde vas con la cachava? Pero aquí estoy. Antes me gustaba trabajar menos; ahora, más. Será la cercanía de la vejez.
Una Milá muy Milá
Mercedes Milá
(Barcelona, 1951) forma parte de una conocida saga catalana (arriba, con su hermano José María) entre la que figuran intelectuales, diseñadores y arquitectos. Comenzó su carrera periodística en la sección de deportes de Televisión Española. Pero su salto a la popularidad se produjo en 1978, cuando presentó el programa de entrevistas Dos por dos, de Fernando García Tola, junto a Isabel Tenaille.
Incisiva y directa, sus entrevistas a escritores, políticos y celebridades marcaron una época y son aún hits en Youtube. Cela, Umbral, Juan Rulfo, Jesulín o Miguel Bosé se destaparon ante ella con la cámara por testigo.
Bloguera reciente (su bitácora loquemesaledelbolo está en la web de Telecinco), cuenta y no para del nuevo campo de expresión que le ha abierto Internet. Más vale tarde que nunca.
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