Xabi Alonso
Los hermanos Alonso, Mikel y Xabi, jugaban en la playa de la Concha, en San Sebastián, una mañana del verano de 1990; Julio Medem buscaba desesperado un niño pelirrojo, de complexión fuerte, con cara de vasco, de unos once años, que le encajara para el papel infantil del protagonista de Vacas, la que habría de ser su ópera prima. Y lo encontró, ahí estaba el Peru que él había imaginado. Xabi todavía se ríe al recordarlo. Pero en ausencia del aita, de Periko -"andaría entrenando", cree recordar Mikel-, la decisión la asumió Isabel, la amatxo, que declinó la invitación educadamente. El papel de Peru niño, finalmente, lo interpretó Miguel Angel García, y Xabi Alonso Olano (Tolosa, 1981) siguió jugando al fútbol. Nunca le importó, porque nunca quiso ser una estrella, y menos del cine; de hecho, hasta los 17 años, cuando debutó en el primer equipo de la Real Sociedad de la mano de Javier Clemente, ni siquiera se planteó ser futbolista profesional. Hoy es campeón del mundo, parte fundamental de la selección española, un equipo que ha roto moldes más allá del terreno de juego, juega en el Real Madrid y vive en el barrio de Salamanca.
"Soy muy de barrio. Mi mujer y yo vivíamos así en San Sebastián y en Liverpool. Ahora lo hacemos en Madrid"
"Si hay niños mordedores y otros mordidos, yo era del primer tipo... pero mucho"
"En mi casa mandaba mi madre. En Euskadi mandan las mujeres, y a ella lo que le importaba era que estudiáramos"
"Cristiano Ronaldo se esfuerza en que me parta de risa, pero nada es comparable a los modelitos de Drenthe"
"Primero probé vivir en Pozuelo", explica Alonso. Duró dos meses. "Para lo que nos gusta a mí y a mi mujer, nos encajaba más el centro, por nuestra manera de vivir, nos va más el tema urbano. Así que nos mudamos y estamos muy felices: Madrid es maravillosa". Al principio, claro, los vecinos se sorprendían, ya no; la costumbre ha hecho desaparecer la inicial sorpresa hasta convertir en indiferencia el hecho cotidiano de encontrarlo en la barra del bar de la esquina, tomando un café antes de irse a entrenar, saliendo de la tienda de ultramarinos o comprando el periódico en el quiosco. "Yo es que soy muy de barrio. Mi mujer y yo estábamos acostumbrados a vivir así en San Sebastián, en Liverpool, y así vivimos en Madrid. No tiene mucho mérito, la verdad, es lo que hemos hecho toda la vida", se justifica.
Las raíces de Xabi hay que buscarlas junto al río Oria, en el corazón de Guipúzcoa, en el Goierri; por parte de padre, Periko Alonso -futbolista, 20 veces internacional, campeón de la Liga con la Real Sociedad en 1980 y 1981 y con el Barcelona en 1986-, la referencia es Tolosa; por parte de madre, Isabel Olano, Orendain, unos pocos kilómetros al norte, en el caserío Okaingorro. Xabi nació en Tolosa, vivió sus primeros seis meses en Ibarra, muy cerca, y cuando su padre fichó por el Barça, la familia se instaló cerca de la Diagonal. Allí vivieron seis años, los tres que Periko jugó en el Barça y los tres que militó en el Sabadell, así que los primeros recuerdos de Xabi se refieren a Barcelona, especialmente a la guardería Caperucita Roja y a Flora, su profesora.
"Si hay niños mordedores y niños mordidos, yo era del tipo mordedor... pero muy mordedor", asume Xabi, que guarda otra imagen imborrable de aquellos años en Catalunya: la primera vez que entró en un vestuario profesional. Fue en la Nova Creu Alta, en Sabadell. "Iba tan contento con mi bandera, la pisé y caí rodando por las escaleras de la tribuna". Mikel, su hermano, un año mayor y también futbolista -Athletic, Real, Sumancia, Bolton, ahora en el Tenerife...- asume que, de niños, eran una pareja de cuidado. "Bueno, ya sabes, un día tenía uno la idea, al siguiente el otro la mejoraba", se ríe Xabi. Los dos recuerdan con especial afecto los veranos en el caserío de Okaingorro, cazando lagartijas, robando en el gallinero de casa los huevos que luego lanzaban al paso de los coches en la carretera cercana, y pasando muchas horas con su abuelo.
La infancia de los dos estuvo marcada por el fútbol, pero en contra de lo que podía suponerse siendo su padre ex futbolista y entrenador, en casa se hablaba poco de este deporte. "En casa mandaba mi madre, faltaría más. En Euskadi mandan las mujeres, ¿no sabías? Y a mi madre lo que le importaba era que estudiáramos", recuerda Xabi, que fue alumno de la ikastola Ikuntza, donde suspendió un examen de lengua castellana y lo pagó caro. "Mi madre me tuvo un mes castigado sin fútbol", recuerda, todavía con cierto lamento.
Xabi ejerce de donostiarra abiertamente: jugó al fútbol en la playa de la Concha, es miembro de dos sociedades gastronómicas, la del Antiguo, el barrio donde vivió siempre, y la del Sauce, por un amigo de la cuadrilla, donde le conocen por Bone... "San Sebastián es mi ciudad, allí me crié, allí empecé a jugar, a ir al fútbol", resume. En San Sebastián, claro, conoció a Nagore Aramburu, su esposa, la madre de sus dos hijos, Jon, que nació el 11 de marzo de 2008 en Liverpool, y Ane, nacida en Madrid el 30 de marzo de 2010. Pero a los 22 años hizo las maletas y se marchó a Liverpool. Llevaba tres temporadas en Primera con la Real Sociedad -había sido subcampeón de Liga y jugado una Champions- y 15 partidos con la selección. Era evidente que había llegado la hora de cambiar de aires. Por eso, Iñaki Ibáñez, algo más que su representante -ya era asesor de su padre cuando Xabi era un crío- cerró un acuerdo con el Madrid. Florentino Pérez, por el contrario, no fue capaz de ponerse de acuerdo con José Luis Astiazarán, presidente del conjunto donostiarra: solo estaba dispuesto a pagar quince millones y le pedían tres más. Embebido en su trabajo, Ibáñez no paró hasta abrirle otra puerta a Xabi: la de Anfield.
"Empezó siendo una aventura y ahora sé que cambió mi vida", reconoce Xabi, que considera los años que pasó a orillas del Mersey como un referente vital, más allá de lo futbolístico, más allá de la victoria en la inolvidable final de la Champions de 2005 contra el Milan, cuando el Liverpool perdía un 3-0 en el descanso, remontó y terminó ganando en los penaltis, más allá del inolvidable partido el 15 de abril del 2009, el día que se cumplían 20 años de la tragedia de Hillsborough, cuando murieron 96 seguidores reds en el campo del Sheffield.
"En Liverpool aprendí a afrontar problemas que en casa, en San Sebastián, ni me había planteado", reconoce ahora cuando rememora el traslado. Nagore, que había trabajado en una tienda de moda en San Sebastián, hacía en ese momento de figurinista para la película ¡Aupa Etxebeste!, de Asier Altuna y Telmo Esnal. Cuando terminó el rodaje, se fue a Liverpool, donde Xabi llevaba ya dos meses, y se puso a trabajar en un hotel en el centro, muy cerca de su casa en los docks. Xabi, que trató de seguir estudiando la carrera de ingeniería, lo dejó en tercero, poco antes de que naciera su primer hijo, en circunstancias que hablan de la manera de entender la vida de Xabi, que se enfrentó a Rafa Benítez, su entrenador, por acompañar a su esposa en el trance. "En realidad, no pasó nada grave", avisa. "El sábado jugamos contra el Newcastle, y el domingo Nagore rompió aguas. El lunes tenía que viajar a Milán para jugar la Champions y le dije al míster que si quería, me incorporaría cuando naciera el niño", explica. "No te puedo esperar", le contestó su entrenador. Xabi dice que lo entendió, pero se quedó en Liverpool. "Benítez nunca me obligó a ir a Milán, sabía que me hubiera quedado", desvela el centrocampista.
Hablar de Liverpool le emociona. Creció viendo partidos en Atotxa junto a su abuelo paterno y Karlos Arguiñano, que tenía los asientos a su lado, así que tiene un gusto muy particular por el fútbol. Por eso, seguramente, no duda: "Anfield es el templo. Puede parecer exagerado, pero para mí es el campo más maravilloso del mundo", asegura. Más allá de eso, y asumiendo que Liverpool es una ciudad dura, dice que contagia vitalidad: "A Liverpool le da sentido el carácter de la gente, mayoritariamente trabajadores, gente curtida, que padeció enormemente los años del tacherismo, cuando se cerraron los astilleros. Entonces se generó un estigma de orgullo que sigue vigente. La gente está acostumbrada a pelear por lo que cree, y ese carácter te contagia. Yo me sentí muy bien allí". ¿Por qué se fue? Seguramente había llegado la hora y el Madrid llamaba, otra vez, a la puerta.
Fue algo meramente futbolístico, porque en Inglaterra estaba tan a gusto que ni la comida era un problema. No pasaba semana sin que algún amigo o familiar se acercara a verle con las maletas cargadas de alubias, verduras frescas y hasta tejas de Tolosa. Incluso algunos consiguieron colar chuletones, conscientes que para Xabi pocas cosas hay más importantes que comer bien. "Soy vasco, en algo se tenía que notar", bromea.
"Comer me gusta incluso excesivamente", conviene. Y cocinar, también. Su gran fracaso a los fogones es la paella. "Me sale mal, fatal, un desastre. Me hubiera gustado, porque me encanta, pero no le pillo el punto". Asume que las cosas sencillas son las más complicadas, y dice que maneja el horno con soltura, ya sea para guisar una dorada o un rodaballo "con sofrito suave, con aceite, vinagre y ajito... me encanta. Al final, con eso tan básico, o con un buen pollo asado con lechuga, me quedo más que contento".
Xabi admite que la gran oferta gastronómica de Madrid le tiene a mal traer. "Me pierde. No tengo manías, como de todo, y en ese sentido Madrid no te lo acabas: cocina de mercado, japonesa, china, más elaborada, menos... me da igual, me gusta mucho comer. Tanto que he tenido que cortar porque no puedo andar de jamada cada día, y Madrid tiene una oferta buenísima". Da su consejo: "Para comer buena carne y pimientos del piquillo, Casa Julián de Tolosa, en la Cava Baja; verdura de la buena, en La Manduca de Azagra, en la calle de Sagasta; ¿un japonés?, el Kabuki, en el Wellington. Y para cocidos y fabes, al Paraguas". Y avisa. "Si es para comer, acepto sugerencias, siempre estoy abierto a conocer cosas nuevas".
No le pasa lo mismo con la ropa. "Para eso soy muy clásico; me gusta el detalle y cuidar lo que me pongo, me encantan los relojes y los zapatos, pero no soy un fashion victim. Compro de todo, cosas de marca y sin marca. Tengo muy claro qué me gusta y qué no, y para eso soy visceral: jamás me pondría un abrigo de pieles", asegura. Xabi no puede con la gente que se pone cualquier cosa solo porque sea tendencia, aunque le quede fatal. "Ver a según quién con según qué, me da la risa", dice. Y uno se plantea que en el vestuario del Bernabéu se debe reír a gusto. "Hombre, hay de todo, pero reconozco que algunas mañanas pienso: 'Madre mía, no puede ser'. Cristiano Ronaldo se esfuerza en que me parta de risa, pero nada puede ser comparable a los modelitos de Drenthe, el holandés que se ha ido al Hércules. Era algo espectacular. También me río mucho de Arbeloa. 'Hoy te ha vestido tu mujer, ¿no?', le digo. Y se cabrea".
Es clásico para la ropa, lo es para el cine -"me gusta en blanco y negro, cine negro, histórico o político"-, para la música -"soy muy de legends; de joven me fascinaba Nirvana, y ahora cada vez me gustan más Sabina, Calamaro, los Beatles, Neil Young, Tom Waits, Loquillo..."-. También se confiesa muy clásico para los vinos -"un buen Ribera del Duero, un Mauro, y tan feliz"- y admite, aunque le genere cierto apuro, que su debilidad tiene burbujas. "Me pierde el champán".
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