La Penélope Cruz de los años treinta
Corre 1927. Pasan en la sala la película El cantor de jazz, de los estudios Warner Bros., muda, en blanco y negro. De repente, allí, dentro de la pantalla, resuena una voz: "Esperen un minuto: ¡aún no han oído nada!". Los espectadores se quedan pegados a la silla. Asombrados. La orden la acaba de pronunciar el actor Al Jolson con la cara embadurnada de negro al estilo racista de la época. No hay más frase que ésa en el filme, pero ahí comienza una era: el sonido causa sensación en las salas (entonces nickelodeones) y revoluciona la actividad cinematográfica para siempre jamás. Provoca revuelos. Posiciones enfrentadas. A favor, como D. W. Griffith ("Si a la imagen añadimos la voz humana y la música, será un arte perfecto"), y en contra, como Chaplin, para el que las palabras en el cine sobraban.
"Miss Alcañiz mide cinco pies, pesa 108 libras, tiene bellísimos ojos verdes y cabellos castaños", así la vendía la Fox
El sonido acabó con el cine conocido: mudo, con argumentos de ensueño, protagonizado por actores de rostro hierático, mirar lento y gesto exagerado. Y, por extensión, la voz de Al Jolson transformó la vida de muchos actores latinos y/o españoles de entonces, entre los que estaba una mujer llamada Luana Alcañiz. ¿Razón?
La mayoría de famosos intérpretes mudos se iría perdiendo en el olvido (algunos, míticos, desaparecieron; otros, como Greta Garbo, salieron airosos) y otros con físico y voz personalizada ocuparon posiciones. Ah, pero en verdad Jolson tenía razón: aún no se había oído nada? De repente, Hollywood se convirtió en torre de babel: mutó en políglota. Imagen y mímica son lenguaje universal. ¿Pero qué sucede si se habla inglés y se pretende vender la película en Latinoamérica o Europa? Idea: hacer versiones de los grandes títulos en otros idiomas. Muchos españoles y latinoamericanos del mundillo artístico (actores, guionistas, directores) fueron contratados para rodar en castellano segundas versiones. Eran muchos: de Edgar Neville a Antonio Moreno, Pilar Arcos, Dolores del Río, Roberto Rey, Rosita Moreno, Helena D'Algy, Catalina Bárcena... Y entre ellos, ya se dijo, Lucrecia Ana Ubeda Pubillones, quien mutó su nombre en el más artístico de Luana Alcañiz y, guitarra en mano, cuerpo dotado para el baile y ojos verdes inmensos, llegó "al estilo Penélope Cruz de antaño" y se ganó al Hollywood años veinte y treinta. Lo contaba la revista Popular Film: "El cinema sonoro está renovando el personal artístico y técnico de los grandes estudios... constantemente recibimos retratos de artistas nuevos... Luana Alcañiz es uno de éstos...".
"Mi tía Luqui". Aparece escrito en dorado en la esquina inferior derecha de la cubierta de un viejo álbum familiar (del que se han extraído las fotos de estas páginas). Y en la dedicatoria: "Lucrecia Ubeda Pubillones. Prima hermana de mi madre. Artista de la Warner, de la Fox, de la MGM, Popular Films, Alma Latina, First National, Columbia Estudios, Filmográfic, Estudios América, International Film, HispanoContinental Films... y algún otro que me olvido" Páginas amarillentas y gastadas, muchas arrancadas, en las que primero la propia Luana y luego su sobrino (el pianista Paco Miranda, admirador entregado, que lo ha conservado y completado con mimo durante años con notas, observaciones e imágenes inéditas) se guardan cientos de recortes de prensa de estrenos, entrevistas, carteles, comentarios propios y ajenos sobre la vida artística de esta desconocida que se convirtió en hit gracias a la Fox. "Destinada a ser una de las sensaciones de 1930-1931", se lee en un cartel tocada con sombrero mexicano. "Miss Alcañiz mide cinco pies de alto, pesa 108 libras, tiene bellísimos ojos verdes y cabellos castaños? y es en la vida privada la señora de Juan Puerta, famoso bailarín...", así la vendían. Hojeando este álbum-botín aparecen muchos titulares, mucha entrevista halagadora, mucha fotografía de gran belleza. Crecida entre Madrid, Nueva York y La Habana, al calor del mundo del espectáculo circense propiedad de su familia, los Pubillones, Luana nació en Madrid (o Filipinas, dicen otros), se educó en un colegio religioso en Cuba, vivió siempre itinerante y triunfó en aquel país primero, y luego en los teatros neoyorquinos durante los años veinte, curiosamente con la compañía de Al Jolson, ese pionero del cine sonoro. Participó en una treintena de filmes: La llama sagrada, El pasado acusa, Del mismo barro... No sólo en segundas versiones. Y actuó con mucho galán famoso, incluido Humphrey Bogart.
Con el tiempo y trabajo, en México, Puerto Rico, Colombia, Cuba o Venezuela (donde abrió escuela de cine), Luana fue conocida y respetada. Trabajó hasta los años cuarenta. Luego lo dejó, se casó de nuevo, no tuvo hijos, regresó a ese Madrid franquista donde todo, hasta su memoria, quedó diluido. Murió en 1991. Pero ella, afirma su sobrino, recordó siempre cómo un cazatalentos cayó rendido a sus pies viéndola bailar en un teatro de la Calle 86 de Manhattan. "Me presentaron a grandes personajes de la compañía? Me miraron de arriba abajo, y me quisieron ver la dentadura como a los caballos. Me pusieron de perfil, de frente, y a los dos días firmé contrato por cinco años y mañana tomo el tren para Hollywood...", decía. "¿Qué clase de contrato"?. "Magnífico", aseguraba. "No, quiero decir qué va usted a filmar, ¿cintas en castellano?". "No, hombre... en inglés". "¿De modo que va usted como estrella?". "Así parece... Pero ya me entregaron una lista de doctores y dentistas para que me digan qué debo hacer para mantenerme delgada. Y ver si tengo algún defecto en la boca".
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