Entre el Guadiana y el Fénix
Desde el siglo pasado las colecciones de clásicos se han visto sometidas más o menos a un proceso semejante de comienzos brillantes y descenso más o menos lento, a veces hasta la desaparición. A comienzos de los noventa, por los años en que aparecía la Biblioteca Clásica dirigida por Francisco Rico, antecedente directo de la que comentamos, podían comprarse a precio de saldo volúmenes de la serie Clásicos Castellanos, promovida por Américo Castro y Tomás Navarro Tomás en los años veinte para la editorial de La Lectura y proseguida por Espasa Calpe en las décadas siguientes. No sin sobresaltos: después de la Guerra Civil, mi padre compró el Diálogo de Mercurio y Carón de Alfonso de Valdés (1929) de esta colección y añadió de su mano el nombre del editor, suprimido mediante una banda de tinta negra: José Fernández Montesinos Lustau, por entonces en un penoso exilio en Francia. El sarcasmo crece al leer en la introducción que el diálogo, donde según el eminente filólogo republicano la política española hablaba por primera vez el lenguaje del pacifismo, fue incluido en el índice inquisitorial desde 1554 y desapareció de la circulación.
La determinación en reavivar esta colección procede del lugar que ocupan los clásicos en la escuela
Así pues, no sólo hay que contar con razones comerciales. El hecho es que esos altibajos afectan a todas las colecciones, incluida esta que revive. La determinación en última instancia procede del lugar que ocupan los clásicos en la escuela. Impresiona el eco machadiano de las palabras de Menéndez Pidal (1922) para presentar la Biblioteca Literaria del Estudiante, destinada a la enseñanza media: "Desea esta Biblioteca ser parte en aminorar el caso tan frecuente de los que se educaron en la más cerrada ignorancia de nuestra vida artística pasada y vivieron, y aun escribieron, ora venerando meros fantasmas de los nombres famosos que alegran su oído como una charanga estrepitosa, ora despreciándolos por apaciguar el disgusto de ignorarlos o el sinsabor de haber descubierto demasiado tarde figuras que debiera haber conocido antes y con mayor preparación para comprenderlas". Y la advertencia de 1933: "Por mi parte, sin pretender impertinente echar aquí mi cuarto a espadas entre los pedagogos, me parece claro que para todas las varias edades de la vida existe en la obra clásica un atractivo especial, más especial y más apropiado cuanto la obra es más grande". Cervantes nos declara que esto sucedió así respecto de su novela, desde su aparición: "Los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran".
A Francisco Rico le ha interesado desde siempre la edición de clásicos: el número 1 de Textos Hispánicos Modernos de Labor, la edición del Cántico guilleniano de 1936 por José Manuel Blecua (padre) data de 1970. En esta nueva salida, llamada Biblioteca Clásica de la Real Academia Española, se recuperan algunos títulos de aquel catálogo, procedentes del ámbito americano (Garcilaso el Inca, Concolorcorvo, Lizardi, Sarmiento, Isaacs, Ricardo Palma). Como el de Biblioteca Clásica de Crítica, sigue teniendo 111 títulos. Se edita en Galaxia Gutenberg bajo los auspicios de la RAE, con el patrocinio de La Caixa. De los cuatro primeros volúmenes, tres reaparecen puestos al día, Cantar de Mío Cid editado por Alberto Montaner, Milagros de Nuestra Señora de Berceo editado por Fernando Baños, el Buscón editado por Fernando Cabo Aseguinolaza, y uno es nuevo, la Gramática sobre la lengua castellana editada por Carmen Lozano.
La disposición, ahora, consta de una breve nota de presentación, anónima pero del promotor de la colección, enseguida el texto (cuidado al máximo: así, el códice único del Cantar se ha examinado con "fotografía digital de análisis hiperespectral", los de Berceo a la luz de la crítica textual neolachmaniana, el Buscón se edita a partir de un manuscrito específico, Nebrija a partir del incunable de 1492) y un apartado de estudios y anexos: en el caso del Cantar un ensayo de Rico precede al de Montaner, y siguen el aparato crítico, notas complementarias, mapas, bibliografía, etcétera; en los de Berceo y Quevedo se prescinde de los estudios previos a cargo de especialistas consagrados, como ocurría en Biblioteca Clásica, y los estudios y notas quedan a cargo de los editores. Para guiar a los lectores en un acompañamiento crítico a veces muy prolijo, se especifican al máximo los epígrafes en página impar.
Veamos más de cerca el Nebrija: sus 658 páginas contienen la citada "gramática que nueva mente hizo el maestro Antonio de Lebrixa sobre la lengua castellana", edición, estudio y notas de Carmen Lozano y unas Paginae nebrissenses al cuidado de Felipe González Vega (en distintos anexos colaboran S. España, L. Fernández García, A. Gallego, L. García-Macho, E. Gutiérrez, J. Martín Abad, R. Orellana y G. Serés). La presentación nos sitúa la gramática castellana como un "capricho genial", en los márgenes de un proyecto intelectual en latín. De ahí la pertinencia, en el original y su traducción de muestras de las ampliaciones sucesivas de las Introductiones latinae, una obra que fue creciendo hasta convertirse en una monumental enciclopedia de lingüística, núcleo del que emanan las restantes obras del autor, incluida la gramática de 1492, donde convencido de que el arte de enseñar el latín sobresalía entre las "artes de la paz" se aplicó a "reduzir en artificio este nuestro lenguaje castellano".
No cabe sino desear pulso sostenido y buena suerte a esta colección renovada.
Cantar de Mío Cid; Milagros de Nuestra señora, de Gonzalo de Berceo; Gramática sobre la lengua castellana, de Antonio de Nebrija, y La vida del Buscón, de Francisco de Quevedo. Biblioteca Clásica de la Real Academia Española. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2011. 19,50 euros cada uno.
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