Acabar con la tutela al mundo árabe
En las reacciones que vienen suscitando las revueltas populares de Túnez a Yemen, hay algo que Occidente no acaba de comprender: la tutela a la que se ha sometido al mundo árabe debe llegar a su fin. Las masas árabes están demostrando una entraña democrática que echa por tierra las tradicionales excusas de Occidente para regatearles una democracia digna de tal nombre. Apoyándose en la principal de ellas, el miedo al islamismo, Occidente ha amparado una y otra vez la violación de los derechos humanos, la corrupción y la autocracia. El statu quo regional se ha garantizado a expensas de las posibilidades democráticas de las naciones árabes. La tutela exterior, ejercida por Estados Unidos y en menor medida por la Unión Europea, ha sido posible, desde luego, gracias a la tutela interior ejercida por los dictadores nacionales, que han tratado a sus pueblos como menores de edad. Sin embargo, los árabes no pueden ser rehenes de las necesidades geopolíticas de Estados Unidos y sus aliados.
Tradicionalmente esto ha sido posible gracias a la proliferación y perpetuación del estereotipo que asignaba a la civilización araboislámica una inferioridad política connatural. La realidad de los hechos está llamando, más que nunca, a una nueva relación de Occidente con el mundo islámico. Cuando se habla de ello no suelen faltar los píos propósitos (Obama es el primero en derrocharlos, aunque ya queda muy lejos su discurso de El Cairo), pero no se concreta, por lo general, su alcance. La tendencia es a los pequeños cambios cosméticos, cuando está visto que sirven de poco y que lo que urge es un cambio de paradigma. ¡Cambio de paradigma, palabras mayores! Pero de un intento de algo así es de lo que trata el libro de Juan Cole. Según Cole, historiador norteamericano de la Universidad de Michigan, agudo polemista, nada será posible en este sentido sin el respeto a la legalidad internacional, el fin del desprecio al islam y, en gran medida, la configuración de un nuevo modelo energético, basado en energías renovables y limpias. Porque el mundo islámico no dolería tanto si no fuera por sus recursos energéticos (en Asia Central, en Oriente Próximo y en el Magreb) y porque varios países de mayoría musulmana cuestionan el papel regional de Israel, Estado ahijado de Estados Unidos.
La consecuencia de la intencionada confusión entre pugnas culturales que no son tales e imperativos económicos indisimulables es una propensión a la agresión militar que desactiva el poder blando de que goza Occidente en las sociedades musulmanas, fundado en los ideales democráticos y la pujanza científica. Cole analiza todo ello desde la perspectiva estadounidense, que mira ante todo a Arabia Saudí, Irak, Irán, Afganistán, Pakistán y Líbano. Desde una perspectiva europea, ganarían protagonismo el Magreb, Turquía y el Sahel, y saldrían a la palestra la cuestión identitaria y la presión migratoria. De ahí que no haya bálsamos de Fierabrás para la relación con el mundo islámico. Su diversidad en la unidad lo desaconseja. Vistas las cosas en una dinámica doméstica, de funcionamiento interno de las sociedades árabes, el reto mayor es la emancipación de la mujer. Con frecuencia se reduce a la mujer árabe a un papel de sumisión y de falta de protagonismo, pero existe una larga tradición reivindicativa (en el tiempo, no más corta que la española) que por frágil no deja de estar ahí. Autoras como Huda Shaarawi, Fatima Mernissi y Mai Ghusub han creado un tejido reflexivo árabe del que bebe y contra el que se rebela al mismo tiempo la libanesa Joumana Haddad, autora de una obra poética y periodística centrada en el estatuto del cuerpo en las sociedades árabes. Muy sonada fue la creación de su revista Jasad en 2008. En estas Confesiones de una mujer árabe furiosa critica por igual la sumisión patriarcal y el paternalismo occidental (también el feminista), y declara que una mujer árabe distinta existe, ni dócil y velada, ni occidental por obligación. Y esa mujer es... ella misma. Volteriana, gibraniana, Haddad tiene todo su derecho a gritar y existir y reclamarse única y soberana, y a pensar que así ayuda a la mejora de la condición de la mujer árabe. ¿Y si no es verdad? Igualmente tiene derecho. ¿Y si está equivocada? Pues no pasa nada, ejerce su libertad y así acierta. La sentencia, dentro de cien años. Entender a los árabes es, por encima de consideraciones de caso, entender que su vulnerabilidad no es un hecho intrínseco y exclusivo, sino fabricado y compartido. Ha de verse en el marco del imperialismo estadounidense, que deshumaniza a los sujetos para convertirlos en objeto de sus políticas. Los libros de Judith Butler, Tariq Ali y James Petras ayudan a comprenderlo. Ali incide en los fundamentos político-institucionales del imperio y en el continuismo de las presidencias en teoría disímiles de Bush y Obama. Petras aborda las relaciones de dependencia menos aparentes: cultura, educación, comunicación. Y Butler (en una magistral conferencia impartida en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona) analiza lo mediático-doctrinal, en concreto la función reclutadora de las cámaras que graban la guerra, tanto en un sentido literal como en el de reclutar opinión favorable a la acción bélica.
Un nuevo compromiso con el mundo islámico. Juan Cole. Traducción de Yolanda Fontal y Carlos Sardiña. Bellaterra. Barcelona, 2010. 275 páginas. 25 euros. Yo maté a Sherezade. Confesiones de una mujer árabe furiosa. Joumana Haddad. Traducción de Marta Mabres Vicens. Debate. Barcelona, 2011. 142 páginas. 16,90 euros (electrónico: 11,99 euros). Violencia de Estado, guerra, resistencia. Por una nueva política de la izquierda. Judith Butler. Traducción de Patrícia Soley-Beltran. Katz. Madrid, 2011. 81 páginas. 8 euros. El síndrome Obama. Capitulación en Estados Unidos, guerra en el exterior. Tariq Ali. Traducción de Belén Urrutia. Alianza. Madrid, 2011. 247 páginas. 17,50 euros. Economía política del imperialismo contemporáneo. James Petras. Traducción de Equipo Rebelión y Diego Guerrero. Maia. Madrid, 2009. 280 páginas. 12 euros.
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