Blanca Portillo
"Soy adicta al trabajo y me lo estoy mirando"
La boina calada, el abrigo estricto, el rostro anguloso. Le falta el halo de un cigarrillo alrededor para acabar de parecer una diva de entreguerras comiéndose la cámara, y ella lo sabe. "Quiero salir fumando, que eso es una declaración de intenciones", le dice al fotógrafo. No hace falta ir a por tabaco, lleva encendiendo un pitillo con otro desde que llegó. Víspera de la Fiesta Nacional. Portillo se presenta con los periódicos leídos y ganas de comentar la jugada. "Otra vez la bronca del PP con el patriotismo y la bandera. Qué pereza". Hace unas horas que se ha quitado el corsé de la perversa marquesa de Merteuil en Barroco, la obra que representaba en Madrid y que le impidió recoger la Concha de Plata en San Sebastián hace semanas, pero nadie lo diría. Delgada y eléctrica como un látigo, las prendas de las fotos le caen a plomo sobre el cuerpo y se nota que se gusta, que se lo cree, que se transforma. Casi se la puede ver crecer un palmo al encarar el objetivo. Será luego, de vuelta a sus vaqueros y sus botas de batalla, cuando mire a los ojos, busque la complicidad del otro y le regale un despliegue de risas, caras y voces que bastaría para cubrir el elenco de caracteres de una película, de un función, de una teleserie. Ella puede.
Hace cuatro años se apeó de '7 vidas' en plena cresta de la ola. En 2007 gana la Concha de Plata por 'Siete mesas de billar francés' y vuelve a la 'tele' con 'Cuéntame'. El círculo se cierra. Y vivo en una placita con siete árboles maravillosos. El siete me persigue. Me voy a hacer un colgante: es un número mágico. Me siento al final de una etapa, porque creo que la vida se compone de ciclos, como la naturaleza. Hay periodos en los que tienes que dedicarte a sembrar, sin esperar nada. Sólo trabajar la tierra, echar la semilla, regarla, y, si lo haces con trabajo y amor, llega un día en que florece y fructifica. Ahora estoy cosechando.
Y, sin embargo, abandonó el campo abonado de la tele y se fue a hacer teatro en Buenos Aires. Empezó a arar en terreno baldío. Parece tenerle alergia al éxito. Algo de eso hay. El éxito es una cosa muy peligrosa, porque lo asocio a cierta comodidad. Uno corre el riesgo de relajarse, y eso no me gusta nada, me aburriría profundamente. Tendría la sensación de que ya he hecho lo suficiente, y siempre se puede hacer más de lo que uno cree. De todas formas, no sé bien qué es el éxito. Yo no tengo en absoluto impresión de éxito, al revés, tengo sensación de trabajar y trabajar.
¿Le motiva trabajar bajo presión? La presión me la pongo yo, porque vivimos en un mundo en que, cuando las cosas te van bien, la gente te deja estar, y todo va como suave, y entonces, como no te pongas tú el acelerador, te piden siempre lo mismo y están encantados. Pero yo, no. ¿Quién mejor que yo para pedirme lo que quiero? Puedo equivocarme, tocar fondo, llegar a determinados límites y no poder saltarlos, pero por lo menos me entreno. Cuanto más me pida, más podré ofrecer.
Pero se permitirá a sí misma disfrutar del reconocimiento. Algún regalo me hago. Cosas un poco extrañas. De repente, como no tengo tiempo para ir de vacaciones, que es lo que más me gusta, viajar...
Bueno, podría trabajar menos. Se lo puede permitir. Efectivamente [risas]. Pero la profesión me lía. Es que es mi vida, no es mi trabajo. Todo esto forma parte de mi vida diaria. Me llegan cosas que me impiden moverme, y me regalo dos o tres días en un hotel maravilloso de Madrid.
Sin salir de casa, para no perder tiempo. Claro, busco los mejores hoteles y me voy un par de días. A leer, a dormir, a que me den masajes en el spa. Y también hago cosas para los demás, porque se trata de que, cuando tú estás bien, la gente que está a tu lado, también. Entonces, cojo una suite divina e invito a mis amigos o mi familia.
Creo que a su madre la tiene en palmitas. La mimo todo lo que puedo y todo lo que se deja. Es muy fácil, basta con que la llames y le digas muchas veces que la quieres.
¿Es una forma de compensarla por los disgustos que le dio de joven? Mi madre enviudó pronto y sacó adelante a una familia numerosa. Soy la cuarta de ocho hermanos. He crecido un poco en tierra de nadie, he abierto caminos a mis hermanos y he sido pionera en muchas cosas. Fui la primera que decidió hacer un trabajo no muy seguro, la primera que llegó de madrugada, la que obligó a mi madre a no llamarme cada día a ver qué hacía, y la primera que se fue de casa sin casarme ni motivo aparente. A los 20 años le dije que me iba porque quería demostrarme que era capaz de sacar mi vida adelante, de pagar una luz y un teléfono.
¿De qué vivía entonces? Estaba acabando la carrera de Arte Dramático y ya vivía de eso. Es increíble, pero siempre he vivido de esto. Nunca he tenido que poner copas, algo que han hecho todos los actores del mundo, y lo digo hasta con vergüenza. Son ya 25 años viviendo esto. Eso sí que es un éxito. Era lo que me planteé cuando decidí ser actriz: no quiero hacer otra cosa. Y la vida me lo ha permitido. Eso es mucho más importante que los premios y la fama. He estado con una mano delante y otra detrás, he tenido que pedir prestado, coger muchos curros, compartir piso. Pero nunca he tenido que renunciar a lo mío.
Me dicen que todo lo que gana se lo gasta en teatro. Es verdad [se ríe]. Es otra ilusión cumplida, producir teatro. Cuando salió la serie [7 vidas] y empecé a ganar dinero, no se me ocurrió poner una tienda ni un bar. Soy actriz. ¿Qué puedo hacer? Pues producir. Y monté mi productora. He llegado a tener tres empleados, ahora tengo una. A ver si ampliamos capital [risas].
Quien me lo dijo la conoce bien y sugería otra cosa. ¿Es usted adicta al trabajo? Sí, lo soy. Y me lo estoy mirando.
Lo dice en broma, ¿no? No, es verdad. Dedico toda mi energía a mi profesión porque es mi vida, lo que me produce placer, lo que me hace estar despierta y soñar. También me hace sufrir, me quita el sueño, me hace estar viva. No puedo renunciar a eso. Incluso cuando agarro mi maleta y me voy de viaje sola, tiene que ver con mi trabajo: observar, vivir otras cosas, ver qué se hace fuera. Todo gira en torno a eso.
¿Y cree que llegará el día en que tendrá que pararse a pensar qué pasa con usted? Sí. Y ese momento está llegando.
¿Otra huida desde la cima? Sí, quizá, quitarme del foco. No me gusta estar tan expuesta, tener tanto éxito, porque lo asocio a modas, y la moda pasa. Esto es muy goloso: todos diciéndote que eres divina y de repente desapareces. Me aterra.
Se autoflagela mucho, se da caña. Mucha; es mi mayor virtud y mi peor defecto. Odio hacer las cosas a medias en el trabajo, aunque en la vida dejo muchas a la mitad.
El próximo año rueda con Almodóvar, y he leído que va a "entrenarse en cuerpo y alma". Supongo que no se refiere a hacer flexiones. ¿Cómo se ejercita para un papel? Toda esa retroalimentación de viajes y encuentros es básica para estar en forma. Y luego está el entrenamiento específico. Ahora no tengo ni idea de lo que voy a hacer con Almodóvar. Entonces, lo que intento es prepararme mentalmente, porque sé que es un director exigente, sutil, fino, y trato de eliminar cosas del camino para, cuando llegue la hora, estar muy limpia, muy serena, y cuando me diga de qué va la película, entrenarme de verdad. Empiezas a empaparte de nutrientes para echarlos a la olla: hueles, lees, miras, te metes imágenes que puedan ser útiles. Cuanta más información, mejor. Después empiezas a trabajarla, a focalizar, hasta perfilar el papel.
¿Y lo del adiestramiento físico? ¿Hay una tabla, una dieta, un plan? También lo hay. Hay que... [enciende el enésimo cigarro]; sí, ya sé que esto es fatal, pero no lo pienso dejar, es mi único vicio. Pues eso: vives y comes de una manera determinada. Dependiendo del personaje, me gusta que mi cuerpo se transforme.
A propósito de transformaciones, en 'Siete mesas de billar francés' está usted francamente dejada. Muchas gracias, de eso se trataba. El personaje de Charo es una mujer de barrio muy abandonada, que no se gusta y no se cuida [se derrenga en la silla]; entonces, te dejas. Dejas que te salga la chicha, comes sin pesarte y el cuerpo se va colocando. El papel de Agustina en Volver es el de una aldeana enferma: perdí siete kilos, me quedé consumidita. Y ahora, en Barroco, la marquesa de Merteuil es un torbellino sexual, fuerte y elegante; pues voy al gimnasio y me estiro, me estilizo. Pongo el cuerpo al servicio del personaje.
Almodóvar le reserva un papel que aún no ha escrito. Gracia Querejeta le ofreció el personaje de Charo antes de componerlo. Y Tomaz Pandur creó a la marquesa de 'Barroco' para usted. ¿Cómo digiere ser musa de sus contemporáneos? [Se ruboriza hasta la raíz del pelo] Es que me da tanta vergüenza... Eso se come muy mal. Me pongo mala de pensarlo.
¿Le intimida? Muchísimo. Cuando leí el guión de Gracia, pensé: "¡Ella cree que puedo hacer esto! ¡Dios mío de mi vida! Y ahora, ¿qué? Si ella me ve capaz, tengo que hacerlo. No puedo decirle que no".
De todas formas, usted no es de las que esperan a que las llamen. ¿Para esto tiene su productora, para pasar a la acción? Absolutamente. Si te quedas esperando, ¿quién va a llamar a tu puerta? Ni el hombre de tu vida, ni el trabajo de tu vida, ni nada de tu vida. Uno ha de intentar saber qué quiere y trabajárselo, desear con toda su alma las cosas y hacer que sucedan.
En esos 25 años de trabajo, ¿qué papel ha tenido esa voluntad? Ahora más, porque, si no hay trabajo, ya me lo creo, me lo busco y me lo monto yo. Pero también de joven buscaba gente, pasta, montaba equipos e ideaba cosas, aunque luego no se pudiera hacer. También es cierto que cada trabajo es una inversión de esfuerzo y, afortunadamente, cada vez que he hecho algo con alguien, esa persona ha querido volver a tenerme cerca, o ha hecho que otro me llamara, aunque fuera para llevar la lanza.
Se ha ido ampliando el círculo. Exacto. A fuerza de hacer las cosas como creía que había que hacerlas. A muerte. Como si fuera el último trabajo de mi vida. Haciendo de la loca 312 del Marat-Sade allá, al fondo, como si fuera Lady Macbeth.
¿Y eso no es hacer 'cualquiercosismo', como le recomendaba su maestro en la Escuela de Arte Dramático, el mítico Pepe Estruch? En absoluto. Hacer cualquiercosismo hubiera sido venderme más barato.
Entonces, hacer de portavoz de Carrefour tampoco es 'cualquiercosismo', porque seguro que no lo ha cobrado barato. No, eso es algo voluntario, decidido y premeditado. Tengo una empresa que mantener, muchos proyectos soñados, y los voy a cumplir. Además, interpreto un personaje.
O no tanto. En Carrefour dicen que la eligieron porque representa el nuevo perfil de consumidor 'single' y conecta usted con la gente. Porque es de "esas personas a las que les comprarías un coche usado", señalan. Sí, soy urbana, vivo sola y voy a comprar con el carro. Soy gente corriente.
Y, de paso, se ha agenciado un pellizco para mantener el vicio del teatro. Efectivamente. Además, tengo una familia muy grande a la que me encanta cuidar.
Con siete hermanos, tendrá un enjambre de sobrinos alrededor. Pues no, sólo tres. Es gracioso, vamos alternando generaciones. Mi abuela tenía 11 hermanos y sólo una hija. Mi madre, ocho hijos y tres nietos. Imagino que mi sobrino tendrá familia numerosa. Mi casa es un matriarcado; mi abuela murió hace poco con 98 años.
Tiene usted buenos genes. ¿Le gusta lo que ve hoy en el espejo? A estas alturas, sí. Empiezo a tenerme más cariño.
¿Antes se quería menos? Mucho menos. Intento aprender a no resistirme al paso del tiempo. Eso es duro, difícil, sobre todo en esta profesión, porque empiezas a pensar en los personajes que ya no vas a poder hacer. Queda mucho por venir, es cierto. Pero hay algo inexorable, el tiempo pasa, la cara se cae, el cuerpo cambia y durante un tiempo me he resistido mucho. Ahora, no. Me gusta ver que detrás de mi cara y mi cuerpo hay mucha vida, mucho pasado, mucha alegría y mucha pena. Evidentemente, no tengo la piel de los 20 años, pero mis arrugas cuentan historias también.
¿Recuerda la primera vez que le llamaron señora? Perfectamente, con 32 años. En el autobús, un tío me dice: "Señora, el billete". Y yo: "¿Es a mí? ¿Qué se ha creído éste?". Pero da igual, cuando te dicen señora se acaba un ciclo. Y, sin embargo, ahora me gusta. Porque sí, porque soy una señora... Una señora con dos ovarios.
Hablando de lo que le queda por hacer, la calle está llena de juezas, de médicas, de profesionales maduras. Si el arte imita a la vida, le queda mucha tela que cortar. Creo que sí. Somos una generación de mujeres que ha abierto camino, y quizá las actrices de esta edad estemos abriendo también brecha profesional. Es pura lógica. Hubo un tiempo en que las mujeres estaban en un lugar muy cerrado y muy limitado; después vino otro en que nuestras madres nos traían nuevos perfumes, y nosotras los hemos puesto en práctica. Ahora, con 40 y 50 años, recogemos el resultado de tanto esfuerzo. Ya era hora.
Usted se moja políticamente. Estuvo en Cultura contra la Guerra y en Actrices por el Diálogo en la tregua de ETA. Tengo todo el derecho, incluso la obligación.
¿Cree que hay cierta responsabilidad social en la profesión? Sí. Yo salgo a escena, hay 600 personas escuchándome y tengo la obligación de mandar un mensaje responsable. Y como ciudadana digo lo que pienso: ¿por ser actriz tengo que callarme y estar a lo mío? Por supuesto que en lo mío lo hago. No subo a un escenario sin estar convencida de lo que voy a decir, y de que eso tenga un compromiso social y humano. Si sirve para mover, mejor. Me ofende quien dice que los actores se callen y se dediquen a lo suyo, una patochada.
Antes hablaba de la necesidad de 'nutrirse'. ¿También se recicla viendo a sus colegas? Siempre busco nuevos maestros. De hecho, hay actores mucho más jóvenes que yo de los que aprendo muchísimo.
A ese respecto, ¿el 'duelo' de caras entre Maribel Verdú y usted en la escena del restaurante chino de 'Siete mesas...' le 'alimentó' más que el menú? Ésa es una de las secuencias inolvidables de mi vida. Lo que pasó ese día con Maribel, y con Gracia, fue... ¡Vámonos, chicas, a muerte! Un partido de tenis apasionante. Nos provocábamos, nos crecíamos... Eso es gloria.
¿Una se 'pone' con eso? ¡Pero cómo! Igual suena muy feo, pero a mí me calienta esta profesión. Me hace arder, me excita, me pone la piel de gallina. El otro día, grabando con Ana Duato, pensaba: "Soy una privilegiada, esto es maravilloso, y después lo van a ver seis millones de personas". Eso es muy fuerte. Por eso, cuando oigo a quien dice sin ton ni son "yo soy actor", digo "ayyy, ¿seguro?". Esto es muy gordo y muy importante y muy serio, no es ninguna tontería.
Tampoco significa estar en un pedestal. Yo estoy en la tierra. Soy pura infantería.
Me da que el momento 'alfombra roja' no le apasiona. Hay curiosidad, para eso soy muy niña. Pero a mi parte adulta no le gusta nada, me da mucha vergüenza.
Sin embargo, se la ve coqueta. Y lo soy, pero... Voy a ser muy sincera... Tengo muchos complejos. Nunca he sido una actriz guapa. Igual ahora, con los años, la belleza sale de otra forma, pero nunca me he visto en la situación de tener que estar divina. A Maribel le pones un saco y es la mujer más elegante y bella del mundo, porque es hermosa, perfecta, es linda. Yo nunca he tenido eso. Entonces, esas situaciones en las que parece que se te exige estar guapísima sin serlo me crean mucha inseguridad y quiero irme enseguida.
En Cannes pasó casi desapercibida al compartir el premio con sus colegas de 'Volver', y en San Sebastián no fue a recoger la Concha. En sus grandes noches hace mutis por el foro. Fui a la presentación de la película, pero sí, el momentazo Concha de Plata me lo ahorré. No pude ir; estaba en el teatro y eso me produjo mucha paz. Lo mío es trabajar.
¿De dónde le viene esa devoción incondicional? No sé, lo pienso mucho. Mira, yo, como buena géminis, me aburro de todo enseguida y quiero cambiar. Pero del teatro es lo único de lo que no me he aburrido nunca. Porque vives mundos diferentes, pero es que, además, la primera vez que alguien me dijo "me he emocionado viéndote", pensé: "¿Cómo? Que te emocione a ti, vale, pero que emocione al que mira...".
Eso la convierte en alguien poderoso. Soy consciente de ese poder, por eso soy tan cuidadosa. No quiero ser tirana, porque tienes ese riesgo. Posees esa capacidad de hacer pensar y conmover y, quizá, cambiar y convencer. Hay que tener cuidado.
En 'Cuéntame' hace de profesora. ¿Le resulta familiar esa atmósfera tardofranquista? Muchísimo. Se lo contaba a Imanol Arias: "Tú siempre me has gustado como hombre para mí, pero cuando te vi en la serie, me recordabas tanto a mi padre, que pensé que no era decente que me gustara tanto alguien como mi padre". Se moría de risa. Todo me suena: lo de jugar en el descampado, la casa, todo.
Creo que una época que le fascina es la movida de los ochenta. ¿Cómo la vivió? Me pilló demasiado joven. Era adolescente, cuando los protagonistas tenían veintitantos. Viví esa historia a bandazos. Pasaba de Umberto Tozzi a Alaska, me ponía una cresta y al día siguiente unas hombreras tipo Depeche Mode. Pero creo que fue un periodo fundamental. Este país se transformó, y lo bonito es que no sé si había tanta voluntad de cambiar las cosas. Lo que había era un deseo incontenible de hacer. Salió de todo: músicos, escritores, pintores, cineastas, locos, gente que quería abrirse las venas y meterse de todo para ver de qué era capaz... No ha vuelto a haber una eclosión tan simultánea y espectacular.
¿Y qué me dice de estos chavales de hoy con 25 años, varios idomas y 'masters', y tantas ganas de comerse el mundo? [Silencio]. Me da un poco de susto, porque los veo profundamente individualistas. Es el tú a lo tuyo y olvídate de todo, que tú puedes triunfar y debes triunfar, y el paraíso es de los líderes. Eso me da miedo. Me gusta mucho más la idea de una sociedad de gentes que se juntan para cambiar, para mejorar, un tipo de sociedad más amorosa. Me encantaría que el eslogan fuera únete y conseguirás tu bienestar y el de la gente que está a tu lado. Ahora es tú solo, y da un codazo si así te va mejor.
Lo dice una 'single' de libro, con sus saneados ingresos sólo para ella: el mirlo blanco del consumo. Los singles de mi edad somos más atípicos y solidarios y comunales que estos chicos, que debajo de su modernez son tremendamente conservadores. Se casarán y tendrán dos hijos, y dos casas y dos coches; dales tiempo.
Cuenta Maribel Verdú que le llevaba usted kiwis al rodaje. Creo que cuanto más esfuerzo necesites para un papel, mejor ambiente hay que crear, porque desde la relajación todo sale mejor.
Pero habíamos quedado en que necesitaba presión. Sí, pero no hace falta que te la meta nadie; ya me la meto yo por mí y por todos mis compañeros [se desternilla]. Me gusta cuidarles, quizá demasiado. Fíjate que en Siete mesas..., al que menos caso hacía era al niño, porque creo que los críos son más independientes. Somos los mayores los que necesitamos cariñito.
Entonces, de hijos ni hablamos. No te digo que no, también me lo estoy mirando.
¿Por aquello de no esperar, de hacer que las cosas sucedan? Porque son momentos en la vida, y yo estoy en ése.
Cinco quinquenios sobre las tablas
Blanca Portillo tiene 44 años. Desde los 19, ya estudiante en la Escuela de Arte Dramático, ha interpretado multitud de papeles en teatro, cine y televisión. También ha dirigido y montado su productora, Avance Producciones Teatrales. "He hecho de todo, pero siempre en lo mío", presume. Pepe Estruch y José Luis Gómez son sus "maestros".
'7 vidas' fue la serie que la lanzó a la popularidad en 2000 en la piel de Carlota, una mujer de carácter con el reloj biológico apremiándole. En 2004 abandona la serie y se va a Argentina a representar La hija del aire, de Calderón.
De vuelta a casa, empalma exitosos montajes teatrales con películas como Volver, de Almodóvar, que le reporta la Palma de Oro de Cannes en 2006. Este año ha ganado la Concha de Plata de San Sebastián por Siete mesas de billar francés, de Gracia Querejeta. Le gusta la poesía de Félix Grande. "Es un mago de la palabra, y a mí, la palabra me mata".
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