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Los derechos humanos en Cuba
Columna
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Lo que no sabe Cuba

Cuba es la peor enemiga de sí misma. Y si cupiera alguna duda, la muerte de Orlando Zapata sería la prueba irrefutable. Tanto si el Estado castrista ha dejado con su indiferencia que muriera el disidente, 85 días en huelga de hambre, como si ha colaborado con torturas o malos tratos -que La Habana desmiente-, su gesto puede marcar un antes y un después, en la medida en que ha provocado el repudio del mundo y la reacción en cadena de otros presos políticos, que se suman a esa durísima forma de protesta.

Cincuenta años de amurallamiento nacional producen una pérdida de masa crítica. La Cuba de 1959, aunque terriblemente injusta, poseía un excelente conocimiento del mundo exterior, ignorancia que si es grave para cualquier país democrático, mucho más para las dictaduras que pagan un altísimo precio por no estar siempre sobre aviso. Y Cuba en 2010 ignora cómo es el mundo, porque si los recuerdos de las aventuras internacionalistas en Angola y Etiopía tenían un sentido hace cuatro décadas, dejaron de tenerlo con la desaparición de la URSS en 1991 y el fin de la división del planeta en dos bloques; de igual forma que es imposible comparar hoy lo que significó para la izquierda la guerra de Vietnam en los años sesenta y setenta con los conflictos de Irak o Afganistán, en los que no sólo no juegan ningún papel la extinta Moscú ni la reformulada China, sino que todos los Gobiernos del Tercer Mundo aceptan la intervención de Estados Unidos.

Raúl Castro deja morir a los disidentes porque desconoce el mundo y cree conocer a los cubanos
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Cuba no ha respondido a la con todo modesta apertura del presidente Obama, que en abril de 2009, en vísperas de la Cumbre de las Américas en Trinidad, liberalizó la posibilidad de viajar a la isla y enviar remesas de dinero y especies. El segundo Castro, Raúl, ungido presidente hace dos años por enfermedad del primero, Fidel, no quiere entender que para que Washington normalice la relación y acabe con el embargo, debe primero instaurar libertades concretas que pueda saborear el ciudadano, aunque sólo sean de carácter económico.

El castrismo creó gracias a los subsidios de Moscú el mayor sistema de atención social de América Latina, pero esa munificencia entró en coma al mismo tiempo que la URSS, provocando la caída del PIB cubano un 24% en 1991 y un 15% en 1992, pese a lo que La Habana tiene que gastar 600 millones de euros al año en subvencionar alimentos, de los que importa un 80%, y 275 millones para comedores obreros. Los dos grandes pilares en los que se sustentaba su legitimidad eran esa preocupación por el bienestar ciudadano, y la defensa de la soberanía frente a Estados Unidos. A Raúl Castro es probable que le tiente el modelo chino, que también extrae uno de sus grandes flotadores del crecimiento económico, pero con el Estado Providencia en precario, se ha limitado a inyectar racionalidad en un poder constantemente cortocircuitado por lo que la analista María Teresa Romero llama "factores telúricos" -como pertenecer a la vieja guardia de sierra Maestra- con el fin de conseguir que la cadena de responsabilidad y mando sea la única que tome decisiones. Y si no ha hecho más puede deberse a que cree que vuelve a haber futuro. En los últimos tiempos, numerosos dirigentes latinoamericanos han visitado la isla, el brasileño Lula con frecuencia, y el venezolano Chávez prácticamente vive allí; Cuba será parte de una nueva OEA sin EE UU, como proyectan Brasilia y Caracas; y Venezuela se ha convertido casi en una segunda URSS, pagando a los técnicos cubanos que inundan el país, y fiando el crudo a la isla. Raúl Castro deja que mueran los disidentes porque desconoce el mundo y cree que conoce a los cubanos. Como escribe Jorge I. Domínguez: "En Cuba la soberanía es un artículo de consumo, y su goce un fin en sí mismo". La rebeldía castrista es el último bien fungible que esgrime el régimen, entre el espejismo chino y las dádivas chavistas.

Y no falta en medio de todo ello una diversidad de razones para condenar la muerte de Zapata. Para cualquier ciudadano, porque es de estricta justicia; para la derecha ideologizada, porque así se siente plenamente democrática; y para la coalición del resentimiento porque es una forma de atacar al presidente Zapatero por no haber batido el récord de velocidad en pronunciar esa condena. Pero no se puede condenar a Cuba sin hacer lo propio con el embargo norteamericano.

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