La política de lo posible
Srebrenica es una aldea bañada en muerte; en su recuerdo y su presencia. Cada aniversario de la matanza se produce un enterramiento masivo. Es su forma de medir el paso del tiempo. Ayer, 775 cuerpos que se suman a los casi 4.000 sepultados. Faltan muchos hasta los 8.000 varones musulmanes asesinados en julio de 1995. Los restos están repartidos en bolsas a la espera de las pruebas de ADN o en fosas comunes secretas.
Es imposible la justicia completa donde los crímenes son masivos. Solo se puede lograr una cantidad suficiente de justicia que permita la sensación de que se ha hecho justicia. Srebrenica es, junto al cerco de Sarajevo, el símbolo máximo de la guerra de Bosnia. No hay justicia en Srebrenica porque siguen los desaparecidos y el jefe militar de aquella masacre, el general Rat-ko Mladic, permanece en paradero desconocido, seguramente en algún lugar de Serbia.
Los acuerdos de Dayton en diciembre de 1995, que pusieron fin a 44 meses de guerra, son la cárcel de Bosnia, un cordaje que impide reformas políticas y constitucionales que ayuden a dejar atrás a los partidos de la guerra, a los nacionalismos croata y serbio y la utilización de las víctimas por parte de dirigentes musulmanes.
El error de aquellos acuerdos está sobre todo en su simbología: premiaron a los ideólogos de los asesinos al entregar Srebrenica a la República Srpska, la entidad serbia de Bosnia. También sucedió con Foca, donde hubo violaciones de mujeres.
Occidente siempre vendió que Dayton puso fin a la guerra, y que era el arte de lo posible. Pero la realidad es otra: la guerra terminó con la intervención armada de la OTAN 40 meses demasiado tarde y el avance de musulmanes y croatas hacia el norte. Cuando los bombardeos y el avance de la infantería lograron la división del territorio en un 51%-49% se dio la orden para la negociación. Ese 51% para la República Srpska y el 49% para la federación croata-musulmana era lo previsto en los planes de paz presentados en 1993 por Cyrus Vance y David Owen, enviados especiales de la ONU y la UE, respectivamente. El arte de lo posible ha matado a mucha gente en Bosnia, Ruanda, Sierra Leona, Liberia, Darfur...
Escribió Ivo Andric, yugoslavo y premio Nobel de Literatura, que Bosnia es una enfermedad que se arrastra. En los Balcanes el cultivo del odio es parte esencial de la educación. Son nacionalismos que se nutren de una difusa mitología medieval que han pasado de la tradición oral de esos mitos a la transmisión televisiva de otros renovados y mejorados. No hay Gutemberg: la comprobación de los hechos. Srebrenica es la prueba.
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