Un país roto entre rojos y amarillos
El conflicto es una lucha entre los pobres del campo y las élites urbanas
El primer ministro tailandés, Abhisit Vejjajiva, puede reivindicar que ha logrado una victoria sobre los miles de camisas rojas, que desde mediados de marzo habían tomado el centro de Bangkok para pedir la disolución del Parlamento, la convocatoria de elecciones anticipadas y la dimisión del Gobierno. Y puede considerar que el número de víctimas causadas ayer —seis muertos y decenas de heridos— es relativamente bajo dada la cantidad de mujeres y niños que se hallaban en el campamento, y que había cientos de guardias amotinados.
Pero lo más difícil, probablemente, esté por delante. Kokaew Pikulthong, un líder de los manifestantes, advirtió a este periódico que tomar la zona de protesta "no serviría para nada", porque, aunque pudieran expulsarlos, podrían montar otra en otro lugar.
Los camisas rojas tienen millones de seguidores, algunos de los cuales habían amenazado con represalias si se producía una intervención armada. Está por ver si los líderes pueden, o quieren, controlarlos. Una muestra llegó ayer tras la rendición. Se produjeron disturbios e incendios en barrios de Bangkok y otras provincias. Un grupo radical ha anunciado que continuará la lucha. La clave está en si los incidentes se intensificarán en próximos días, y despertarán incluso el fantasma de una guerra civil, o se apagarán.
El asalto radicalizará aún más el conflicto entre camisas rojas y camisas amarillas. Los rojos, mayoritariamente pobres de zonas rurales y urbanas, aunque también estudiantes e intelectuales defensores de la democracia, se consideran despreciados por la élite gobernante. Acusan al Ejecutivo de aplicar un doble rasero cuando se echan a la calle ellos o cuando lo hacen los camisas amarillas. Estos, cuyo símbolo es el color amarillo de la monarquía, están integrados, principalmente, por las élites empresariales, militar y las clases medias.
Los camisas rojas denuncian que Abhisit, nacido en Reino Unido y educado en Oxford, llegó al poder de forma ilegítima en 2008 al frente de una coalición urdida por militares después de que los tribunales disolvieran el partido favorable al ex primer ministro Thaksin Shinawatra. El populista Thaksin, a quien apoyan muchos camisas rojas, fue depuesto en 2006 en un golpe militar y vive en el extranjero. Si regresa a Tailandia afronta dos años de cárcel.
Thaksin levantó ayer el fantasma de una insurrección. "Hay una teoría que dice que una represión armada puede extender el resentimiento, y que estos resentidos se convertirán en guerrilleros", declaró a Reuters.
Existe también el riesgo de un golpe. En el ejército existen varias facciones. Una de ellas apoya a los camisas rojas, incluidos generales retirados aliados de Thaksin. Si la violencia empeora, crecería la posibilidad de una asonada.
Los analistas creen que la grave crisis política pasará factura y que la segunda mayor economía del sureste asiático, tras Indonesia, tardará años en recuperar la confianza de los inversores. El ministro de Finanzas, Korn Chatikavanij, dijo ayer que los recientes disturbios podrían recortar medio punto el crecimiento del producto interior bruto este año.
El turismo se resiente
- La industria turística tailandesa recaudará este año unos 2.500 millones de euros menos de lo previsto (12.190 frente a los 14.730 pronosticados en enero), debido a las protestas.
- El número de visitantes descenderá entre un 8% y un 15%, según el Consejo de Turismo Tailandés, con lo que se situaría entre 12 y 13 millones de extranjeros. Sin embargo, el portavoz de la Federación de Asociaciones Turísticas de Tailandia estima que el impacto de las manifestaciones será "más severo".
- Más de una decena de países, entre los que se encuentran España, Alemania, China, Reino Unido, Bélgica, Arabia Saudí o Nueva Zelanda, han desaconsejado viajar a Tailandia.
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