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El desafío iraní

La guerra secreta está en marcha

Un 'ex número dos' del Mosad sugiere la implicación israelí en el atentado - Ilan Mizrahi asegura que en este conflicto "hay bastantes participantes"

Enric González

Ilan Mizrahi, exdirector del Consejo Nacional de Seguridad israelí y exsubdirector del Mosad, no se esforzó ayer en negar la implicación de los servicios secretos de Israel en el asesinato del científico iraní Mustafá Ahmadi Roshan. Pero sí subrayó que en esa "guerra secreta" hay "bastantes participantes y nadie actúa por su cuenta". Mizrahi habló de "diversos países y de grupos de la oposición iraní", aunque sin citar de forma expresa a los Muyahidines del Pueblo, posibles ejecutores de la acción.

El exdirector del Consejo Nacional de Seguridad se reunió con un grupo de periodistas en un hotel de Jerusalén y definió la "guerra secreta" como "algo intermedio entre la guerra y la diplomacia, algo que puede desembocar en guerra abierta pero mantiene abiertas vías de contacto más o menos encubiertas". "La guerra secreta entre Irán y otros países, como Israel, Estados Unidos y Arabia Saudí, está en marcha prácticamente desde la revolución de 1979", explicó, "aunque algunos de sus episodios permanezcan ocultos".

A Irán no le interesa un choque abierto en torno al tráfico petrolero

El juego que se desarrolla en Oriente Próximo es complejo. Como elemento fundamental aparece la disputa por la supremacía regional, con Irán en un lado (junto a Siria, al menos de momento, el Irak chií y la milicia libanesa Hezbolá) y el eje Israel-Arabia Saudí-monarquías petroleras, respaldado por Estados Unidos, en otro. "A veces se olvida a Turquía, que aspira a la hegemonía porque tiene recursos para ello y que, en mi opinión, sigue un rumbo que conduce a la confrontación con Irán", indica Ilan Mizrahi.

La clave del juego en estos momentos es la aspiración iraní de poseer armas nucleares, con el fin de equilibrar unas fuerzas por el momento muy favorables a sus rivales. Las cada vez más severas sanciones impuestas a Irán para que renuncie a su programa nuclear han ampliado el juego al ámbito del petróleo: Teherán afirma que si siguen estrangulándose sus exportaciones de crudo cerrará el estrecho de Ormuz y cortará el paso al petróleo de los saudíes y del resto de monarquías del Golfo, lo que dispararía los precios y ejercería un impacto inmediato sobre Occidente.

Ahora mismo, toda la atención se centra en Ormuz. En los últimos días han llegado a Israel unos 8.000 pilotos y técnicos aéreos del Ejército estadounidense para participar en lo que, en principio, deberían ser las mayores maniobras militares conjuntas realizadas entre Israel y Estados Unidos. Un número indeterminado de pilotos israelíes se ha desplazado a su vez a bases estadounidenses en Alemania. Pero Desafío Austero, como se ha llamado a la operación, "ha dejado ya de consistir en unas maniobras militares para convertirse en un despliegue", según el general Frank Gorenk. El despliegue podría servir tanto para mantener abierto Ormuz como para lanzar un ataque directo contra Irán.

Arabia Saudí no participa en Desafío Austero, pero ha recibido aviones de combate estadounidenses F-15 por valor de casi 30.000 millones de euros. Otros países próximos a Washington, como Emiratos Árabes Unidos, serán dotados también de aviones adicionales y de bombas de gran potencia, capaces de dañar las instalaciones nucleares subterráneas iraníes si se eligiera esa opción.

El espionaje israelí calcula que a Irán no le interesa un conflicto abierto en torno a los movimientos petroleros, porque podría desembocar en ataques contra su territorio y la correlación de fuerzas le perjudica. A los iraníes les conviene más jugar a las escaramuzas, dificultar el paso de los petroleros saudíes sin impedirlo completamente y elevar la tensión de forma controlada: las primas de las compañías de seguros sobre los fletes de petróleo y el temor en los mercados bastarían para elevar rápidamente el precio del crudo.

En el juego participa también China, la nueva gran potencia. China ha comunicado a las autoridades de Teherán que reducirá sus compras de petróleo iraní, lo que en Israel se interpreta como un doble guiño: a Estados Unidos, que intenta convencer a Pekín de que se una a las sanciones, y a Irán, para que se mueva con cautela y no emprenda acciones de consecuencias irreversibles.

El presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, a su llegada ayer a La Habana.
El presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, a su llegada ayer a La Habana.ENRIQUE DE LA OSA (REUTERS)

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