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La crisis congela la ampliación de la UE

El 36% de los europeos considera negativa la entrada de los países del Este - Crecen las dudas sobre el futuro ingreso de los países balcánicos y Turquía

El brillo y las esperanzas derrochados hace cinco años en las ceremonias de admisión de 10 países del centro y del este de Europa en la UE se han convertido, un lustro después, en discretos y apagados susurros, con la voluntarista consigna de subrayar que la ampliación ha supuesto más beneficios que contratiempos para la Unión. Pero hay una sólida percepción de que la Unión ha perdido vigor: el 36% de los europeos considera que la ampliación ha debilitado a la UE.

En 2004, emotivas ceremonias fronterizas levantaron barreras entre viejos y nuevos socios. Hoy, Eslovenia bloquea los planes de adhesión de Croacia por un contencioso fronterizo, la inestable presidencia checa no consigue ni que los propios líderes europeos acudan a las cumbres que convoca y la crisis económica planea como una amenaza.

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"Hay mucha incertidumbre institucional"

Oficialmente todo son parabienes en este quinto aniversario de la ampliación. El presidente de la Comisión lo subrayó hace unos días en Varsovia, con palabras que se referían al mayor de los países que entraron entonces, pero extensibles al conjunto de los Diez de mayo de 2004, reforzados en enero de 2007 con Bulgaria y Rumania. La adhesión de Polonia "impulsó la economía europea y nuestro mercado interior y mejoró la seguridad de Europa (...) y su posición geoestratégica y política en el mundo", apuntó Barroso.

La Unión, vista desde fuera como un sólido refugio ante todas las tempestades, sigue atrayendo candidatos. Albania acaba de presentar su solicitud de ingreso, con lo que se suma a otros países balcánicos en la sala de espera (Bosnia, Macedonia, Montenegro y Serbia). Es imposible de predecir año de ingreso. Sólo Croacia -inmersa en un proceso que está tropezando en la recta final con las exigencias eslovenas de una muy difícil salida a aguas internacionales- e Islandia, si es que llega a confirmar su interés por entrar en el club, tienen un camino relativamente expedito que, en el mejor de los casos, podría no concretarse hasta 2012 o 2013. Turquía también negocia su ingreso en la UE.

Sin embargo, hay fatiga de ampliación en la psique popular, según el último Eurobarómetro, que certifica que no llegan a la mitad, sólo el 48%, los europeos que ven aspectos positivos en la ampliación, frente a un recalcitrante tercio (36%) de negacionistas, incluidas sólidas mayorías de rechazo en países tan influyentes como Francia y Alemania. Y también hay fatiga institucional porque la arquitectura del sistema necesita una reforma que permita recibir nuevos socios. El imprescindible proceso de actualización estructural debe pasar aún por los síes al Tratado de Lisboa del Senado checo, esta semana, y de la opinión pública irlandesa, quizá en octubre.

A la incertidumbre institucional se suma la crisis económica, que ha hecho caer Gobiernos en Letonia y en Hungría, arrastrados por el paro, la contracción de sus sistemas productivos y la cuasi quiebra. Los antiguos Quince no están ahora para dispendios y los 12 nuevos se sostienen a duras penas. En los años pasados, entre 2004 y 2008, la adhesión ofreció un 1,75% adicional de crecimiento a los países de la ampliación, que vieron aumentar su producto interior bruto una media anual del 5,6% (con picos de entre el 7% y el 10% en Eslovaquia y los países bálticos) frente al 2,2% de los Quince. Eso se ha acabado por tiempo indefinido, si bien la UE acudió con 6.500 millones de euros en socorro de Hungría y otros cuatros países (Eslovenia, Eslovaquia, Chipre y Malta) encontraron cobijo en el euro.

Un fantasma que no se ha hecho realidad es la temida invasión de emigrantes llegados de los nuevos países, que pasaron a ser dos millones frente a los 900.000 existentes antes de 2004. Sólo Austria y Alemania mantienen ya las restricciones legales que pueden imponer durante siete años a la emigración de los 10 países de la ampliación. Búlgaros y rumanos siguen teniendo las puertas cerradas en la mayoría de los países.

La crisis estalló en la presidencia francesa y el hiperactivo Nicolas Sarkozy creó en los europeos la sensación de que la Unión enfrentaba con vigor la nueva situación. Como él se encargó de decir repetidamente, la UE necesita una presidencia dinámica y efectiva, justo lo que ha encontrado en este semestre con la errática República Checa. Junto a un presidente de la República, Vaclav Klaus, reputado por su euroescepticismo, el primer ministro, Mirek Topolanek, presidente del Consejo Europeo, no ha estado a la altura del desafío. Perdió una moción de confianza en Praga y vio caer a su Gobierno.

Su falta de credibilidad y con ella la de la UE queda confirmada con la ausencia de algunos jefes de Estado y de Gobierno en las cumbres que ha convocado para el jueves sobre el empleo y sobre la asociación oriental, un nuevo plan para anclar en la UE a los países del Este. A la del empleo faltará José Luis Rodríguez Zapatero, que tampoco acudirá a la de la asociación oriental, vacío que también dejarán Sarkozy y el británico Gordon Brown. Tampoco está claro quién acudirá a otra reunión sobre la energía prevista para el viernes.

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