"El crimen organizado estaba tocando a las puertas del Estado"
No hace mucho, en un periódico mexicano apareció una viñeta en la que se veía al diablo muy preocupado, charlando con un colega sobre la situación de violencia que sufre el país. "Durante décadas", venía a decir, "temimos que se colombianizara México, ahora lo que nos da miedo es que se mexicanice el infierno...". Así que la primera pregunta, la que aquí se hace hasta el demonio, es obvia.
Pregunta. ¿Qué está pasando en México?
Respuesta. La situación actual responde a una evolución de dos fenómenos que, si bien no surgieron juntos, sí conviven de una manera un tanto perversa. De una parte, este país nunca se planteó con suficiente seriedad la construcción de instituciones policiales y de procuración de justicia realmente transparentes. En el pasado tuvimos circunstancias de seguridad pública que se percibían mejores, pero eso no necesariamente respondía a una estructuración institucional pertinente. El modelo funcionaba para algunos ciudadanos, pero era un modelo de delincuencia administrada. El crimen organizado desde el poder. Y ese modelo fue liquidado en los ochenta, pero no se sustituyó por unas instituciones sólidas. No las tenemos. La principal característica del problema de seguridad es su debilidad institucional. Otro factor que ha contribuido es resultado del proceso de evolución política, de la desconcentración del poder. El Ejecutivo anterior era muy fuerte, basado en las atribuciones que la Constitución le da al presidente pero también en poderes metaconstitucionales. Y cuando el país entró en una circunstancia democrática más clara, muchos de esas reglas dejaron de funcionar. El poder se descentralizó. No siempre en un sentido virtuoso. Por ejemplo, México tiene una enorme fragmentación policial. Este Estado es federal, y cada ayuntamiento, cada municipio tiene la potestad constitucional de construir su fuerza pública. Hay más de 1.640 corporaciones policiales en el país.
"Hay policías en la frontera norte que fueron privatizados por el narcotráfico"
"Las organizaciones criminales disputan al Estado el derecho a usar la fuerza"
"Las investigaciones han llevado a mandos de la fiscalía y de la policía a la cárcel"
"En EE UU los narcotraficantes pueden comprar sus armas preferidas"
P. Muchas de ellas infiltradas por el narcotráfico...
R. Hay policías en algunas zonas de la frontera norte que directamente fueron privatizadas por el narcotráfico. El presidente Felipe Calderón ha dicho que las organizaciones criminales en algunas de esas zonas han disputado al Estado sus potestades básicas. El derecho exclusivo al uso legítimo de la fuerza. El derecho exclusivo de cobrar impuestos -básicamente con el fenómeno de extorsión- y en alguna ocasión el derecho exclusivo de dictar normas de carácter general. Esto se produjo porque, de forma paralela al debilitamiento del Estado, los cárteles mexicanos -que tradicionalmente tenían un papel de prestación de servicio a los colombianos, de porteadores de la droga- fueron adquiriendo más poder. Se beneficiaron de dos circunstancias. Por un lado, Estados Unidos consiguió cerrar la ruta del Caribe. Por otro, Colombia logró fragmentar y reducir el poder de los cárteles tradicionales -Pablo Escobar, los Ochoa, los Rodríguez Orihuela quedaron atrás-. Todo aquello le dio un enorme poder económico al narcotráfico en México, y como consecuencia un enorme poder corruptor y un enorme poder de intimidación. Por su parte, el Estado nunca le prestó suficiente atención a esta penetración lenta, paulatina pero muy potente en el marco institucional. Nunca valoró la capacidad del crimen para destruir instituciones, sobre todo al nivel local. Y ante este panorama -con una creciente confrontación entre las organizaciones y una enorme violencia- no tuvimos ninguna alternativa más que la de combatir sin cuartel a estos grupos.
P. Usted habla de la debilidad institucional. ¿Por qué el Estado no esperó a tener las armas necesarias? ¿Por qué se lanzó a esa guerra sin cuartel provocando la explosión de la violencia? ¿Era una cuestión tan urgente?
R. Era una cuestión absolutamente inaplazable.
P. ¿Por qué?
R. En primer lugar, la violencia ya estaba ahí. La violencia no comenzó con la Administración del presidente Calderón. La disputa de los territorios fue provocada porque el consumo de droga cambió en Estados Unidos. La demanda de cocaína bajó y subió la de estimulantes [metanfetaminas]. Los cárteles mexicanos empezaron a perder ingresos. Empezaron a no tener el suficiente dinero para sostener toda la infraestructura criminal que habían construido en todos estos años. Al ser el pastel más pequeño, se generó la lucha inicial, que luego se hizo más cruenta por otras circunstancias: alianzas precarias que se rompen, agravios y traiciones entre los mismos grupos.... El planteamiento del Gobierno no es terminar con el narcotráfico en la medida en que somos conscientes de que siempre habrá una demanda de sustancias ilícitas, sino quitarle a estas organizaciones el enorme poder de intimidación, el enorme poder de fuego que acumularon a lo largo de todos estos años y por consecuencia su capacidad de destruir instituciones y de secuestrar la tranquilidad de los ciudadanos.
P. Pero la sensación es justamente la contraria. Lo dice todo el mundo en la calle. Nunca México estuvo tan mal.
R. La percepción pública de la violencia responde primero a la manera en que ésta se presenta. Asesinatos, armas de alto poder, decapitaciones que potencian la percepción del fenómeno. No estoy desestimando el tamaño del problema, que es muy grave y así lo asumimos, pero sí hay que considerar que los niveles de violencia en el país comparado con otros países no son tan desfavorables. Hemos tenido este año un incremento muy significativo de los homicidios dolosos atribuibles a la delincuencia organizada, y que se potencia por la cobertura que los medios hacen. Porque la manera en que las organizaciones ejecutan su violencia también tiene un propósito mediático, también tiene un propósito de intimidación de la sociedad que es recogido por los medios. No es tanto el número, sino el esquema deliberado en el cual se realizan precisamente para que, recogidos por los medios, se potencie su aspecto intimidatorio. No nos comparamos tan mal con otros países. México tendrá este año alrededor de 12 asesinatos por cada 100.000 habitantes, Colombia va a llegar a 33 o 34, Guatemala o El Salvador, cerca de 50. La curva de la violencia se va a comportar como una curva de campana, todavía no hemos llegado al pico de máximo de violencia, y en la trayectoria descendente encontraremos también picos de violencia. En un futuro no demasiado lejano la violencia decrecerá.
P. ¿Hasta dónde había llegado para hacer tan urgente la lucha?
R. Las organizaciones de delincuencia organizada estaban tocando la puerta de las más importantes instituciones del Estado. Por eso tenía que darse una respuesta tan contundente, tan determinada. El principal error que sucedió en Colombia y nos han compartido como experiencia para no repetir, fue subestimar el poder corruptor del narcotráfico. Ciertamente, el narcotráfico ha tenido capacidad de infiltrar instituciones de seguridad y de procuración de justicia. Estamos realizando una investigación muy profunda que ha llevado a mandos muy importantes de la fiscalía y también de la policía federal a la cárcel. Hemos visto la capacidad del narcotráfico para lograr información anticipada de operaciones que se iban a realizar. Esto es lo que hemos llamado Operación Limpieza, apegada totalmente a derecho, en la que hemos podido judicializar casos en contra de mandos importantes. Y sobre esta base también separar de funciones a un número muy considerable de fiscales y de elementos. Aún tenemos pendiente el blindaje institucional para que la información no pueda salir
P. ¿Cómo se va a hacer?
R. En detalles muy concretos. Los computadores no deben tener USB o grabadores de discos compactos. No puede haber impresoras en papel y además hay que establecer alarmas de tal suerte que esta información no se disemine con la facilidad que nos hemos dado cuenta ahora que se hacía. El compromiso de la depuración es absoluto, y eso nos va a hacer más efectivos. El número de personas detenidas, el volumen de droga... Tengo aquí unos datos que demuestran nuestra eficacia. Del 1 de diciembre de 2006 en que tomó posesión el presidente Calderón hasta ahora, hemos confiscado 69,7 toneladas de cocaína. 3.655 toneladas de marihuana, alrededor de 40 toneladas de precursores químicos de la metanfetamina, 12.550 coches, 209 barcos, 315 aviones. También le hemos atacado al poder de fuego... Más de 27.000 armas, de las que 15.000 eran largas. Casi 2.000 granadas. Tres millones de municiones. Más armamentos de lo que se necesita para equipar a un Ejército. Hemos detenido a 38.247 personas. Líderes emblemáticos, 5; operadores financieros, 28; lugartenientes, 14; sicarios, 807; funcionarios públicos, 69... Se ha golpeado a todas y cada una de las organizaciones, sin excepción...
P. Pues aún así hay un 40% de la población, según las encuestas, que cree que la guerra se está perdiendo...
R. Los ciudadanos viven la conversación social, y la conversación social se construye no sólo en la vivencia cotidiana de cada uno, sino también en la versión que los medios dan del problema.
P. Hay otro 40% que estaría dispuesto a pactar con tal de que bajara el nivel de violencia.
R. No hay espacio para eso, en primer lugar porque eso es contrario a la ética política, a los valores democráticos, a los valores de respeto a la ley y a la Constitución. Y además en la dinámica en la que se ha entrado en términos de descomposición de las organizaciones, aunque tuviéramos la tentación no habría manera de llevarla a la práctica porque el deterioro y la fragmentación de las organizaciones hace imposible esto.
P. Aunque no haya sido parte de la estrategia, está en su agenda detener a los capos...
R. Lo está...
P. La gente se pregunta dónde están los narcotraficantes más famosos, el Chapo Guzmán...
R. Hay algunas figuras emblemáticas que son objetivo prioritario, pero no único de esta lucha. En los últimos 100 días se ha capturado a líderes muy importantes. Se han ido logrando estas capturas de figuras emblemáticas, pero lo que hace que la lucha sea exitosa será reducir la capacidad de ingresos y de capacidad de fuego, por eso el componente de armas es fundamental.
P. ¿Y de qué forma el éxito de esta lucha depende de EE UU?
R. El narcotráfico es un fenómeno transnacional. El mercado más importante del mundo es Estados Unidos, y México tiene 3.000 kilómetros de vecindad. EE UU tiene una legislación muy permisiva en materia de armas. Sus ciudadanos pueden adquirir legalmente las armas que deseen hasta de calibre 50. Un rifle, el barret, de calibre 50, es uno de los preferidos de los narcotraficantes mexicanos. Esa arma, que puede adquirir cualquier ciudadano, penetra blindaje, penetra paredes, ha llegado a alcanzar un objetivo a 2.400 metros de distancia. Sin duda en las cifras que le he dado de incautación de armas el abastecedor fundamental es Estados Unidos. Allí tienen alrededor de 107.000 establecimientos de ventas de armas. Algo más de 12.000 están en la frontera con México. Y precisamente son estos, los de la frontera, los que tienen como promedio de ventas anual el doble que el resto del territorio. Esto no puede ser casual, no puede ser accidental. La Constitución estadounidense en su segunda enmienda garantiza este derecho, y aunque a nosotros nos puede parecer absurdo que un ciudadano pueda comprar un [rifle] AK-47, un AR-15, o un barret 50, esa es la ley de la tierra.
P. Otra de las cuestiones de debate en México es si la policía sigue siendo operativa a pesar de las infiltraciones.
R. Sin duda. El tamaño y la capacidad institucional no se destruyó. El hecho de poder eliminar a estas personas no destruye a la institución. Son infiltrados, pero no hay colapso institucional en absoluto. Son las propias instituciones las que están ejecutando esta limpieza.
P. Pero hay casos en que la infiltración llegó muy alto -el ex jefe de la Interpol, el ex zar antidrogas-. Eso provoca una desconfianza creciente.
R. Yo creo que el efecto es el contrario. Cuando los ciudadanos miran que se afronta el problema, lo aplauden. Lo más grave en términos de confianza sería la negación, ignorar el problema. Los ciudadanos, y así lo estamos midiendo en nuestras encuestas, saben que estas acciones -difíciles, dolorosas, porque en algún caso era gente muy cercana a nosotros- están hechas con rigor y su efecto es que las instituciones salgan reforzadas.
P. ¿Se siente concernido por la sospecha generalizada hacia la clase política y, en especial, hacia los que como usted están en primera línea contra el narcotráfico?
R. Yo personalmente no tengo ninguna preocupación, nunca se me ha hecho ninguna imputación directa, porque no hay base para hacerla. No se me puede vincular con nada relacionado al crimen organizado.
P. ¿Cuándo se comenzará a ver la luz?
R. Se empieza a ver ya. El narcotráfico está perdiendo fuerza. En su caída están teniendo y tendrán reacciones de violencia inusitada. La situación de normalidad empezará a verse no muy lejos en el tiempo, aunque la batalla completa para ganar esta guerra sin duda es de largo plazo, y así lo planteó el presidente desde el primer día. Será una guerra larga, costosa, difícil. Pero la derrota es impensable porque es imposible. México tiene capacidad para derrotar al narcotráfico. No hay espacio para la derrota.
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