El cataclismo del Partido Democrático
El centro-izquierda italiano naufraga entre escándalos y derrotas electorales - Bersani no logra afirmar su liderazgo y sufre la sombra de D'Alema
Como decía el gran Ennio Flaiano acerca de Italia, la situación del Partido Democrático es grave pero no seria. Al norte, el alcalde de Bolonia, el respetable profesor Flavio Delbono, acaba de dimitir para aplacar el ruido de un adulterio otoñal con una secretaria rubia de bote. Al sur, el candidato apoyado por el aparato del PD en las primarias de las regionales de Pulla ha perdido, por abrumadora goleada, contra el gobernador Nichi Vendola, líder del minipartido Sinistra y Libertà, que arrasó con el 75% de los votos en una cita apasionada que reunió a 200.000 personas. Al centro, Romano Prodi sale de su clausura un momento y suelta en una entrevista: "¿Quién manda en el PD?".
La formación sigue partida en dos: ex comunistas y democristianos
Fuera, Umberto Eco aprovecha un salto a Venecia para dar su estocada: "D'Alema no acierta una desde que acabó el colegio". Y dentro, el propio Massimo D'Alema, eterno jefe en la sombra, corona la semana siendo nombrado, con la unanimidad de la derecha, presidente del Copasir, la comisión parlamentaria que vigila a los servicios secretos, en sustitución del huido Francesco Rutelli.
Éstas son grosso modo las últimas novedades del centro-izquierda italiano, que sigue partido en dos, democristianos contra ex comunistas, cada día más apocado y sombrío, carente de identidad, pulso y visión, y malgastando la ilusión que le entregaron 12 millones de italianos en las generales de abril de 2008.
Con los sondeos de las regionales de marzo amenazando desastre, el nuevo líder, Pierluigi Bersani, que lleva tres meses como secretario general y parece ya viejo, trata de apagar los fuegos que él mismo ha encendido al seguir sin rechistar a D'Alema, un mentor ilustre transmutado en su peor enemigo.
Bersani ha sido puesto en entredicho por bases y jerarcas: le reprochan que es un líder sometido a otro líder que manda más que él. Pero él sigue defendiendo al gran apparatchik: "D'Alema es un luchador, ojalá tuviéramos más como él", dijo el martes tras encajar con visible disgusto la innecesaria derrota ante Vendola.
Todos en Italia, y fuera, conocen y respetan la inteligencia fina y la carrera larga del casi siempre deslumbrante y muchas veces desdeñoso D'Alema. Ex primer ministro, ex titular de Exteriores y ex vicepresidente del Gobierno Prodi, ex líder del PDS, de los DS y el PCI, de las juventudes comunistas, ex pionero...
Quizá ése sea el problema. D'Alema (Roma, 1949) lleva toda la vida en política. A los nueve años hizo su primer discurso ante Palmiro Togliatti, que le pronosticó que llegaría lejos. Lo ha hecho todo, lo sabe todo y no sabría hacer otra cosa. Aunque se haya ido arrinconando más o menos formalmente en la Fundación Italianieuropei, jamás se ha ido. Y su espesa sombra ha bloqueado la renovación.
"Yo nunca he perdido una elección en mi vida", dijo el otro día, poco antes de la histórica derrota en la Pulla, con Vendola alcanzando un lacerante 85% de los votos en Gallipoli, su feudo personal. ¿Puede alguien superar eso? Las cosas dichas y escritas estos días indican que no. Se le ha acusado de trabajar para Berlusconi, se ha dicho que a su arrogancia intelectual le conviene un partido perdedor... Pero es su forma de frenar a los escasos jóvenes que asoman la cabeza lo que nadie entiende. Debora Serracchiani, por ejemplo, fue masacrada por declarar que Dario Franceschini -que perdió frente a Bersani en las primarias al liderazgo del partido-, le parecía más simpático (tras lo cual éste bautizó a D'Alema como El escorpión).
Francesca Fornario, talento satírico de L'Unità, tiene la teoría de que "la inteligencia improductiva de D'Alema es inalcanzable para el resto de los mortales. No es que trabaje para el enemigo, es que nosotros no sabemos lo que nos conviene".
Lo cierto es que la eterna esperanza de la izquierda italiana y europea es, años después, un gran incomprendido; sus sarcasmos suenan más a problema que a solución. Mala cosa para un país que nadie entiende y para una izquierda que, de tanto amagar y no dar, ha acabado devorándose a sí misma y entregando Italia al populismo. "Quizá D'Alema", apunta Diana De Marco, veterana periodista, "piensa que los italianos no nos merecemos más".
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