El cambio de Obama se empantana
La victoria republicana en Massachusetts amenaza la aprobación de la reforma sanitaria - La derrota siembra la inquietud entre los congresistas demócratas
Sacudido por la devastadora derrota demócrata en Massachusetts, Barack Obama tiene ahora que reinventar su proyecto para salvar su presidencia. El año que ayer cumplió en la Casa Blanca puede acabar siendo un año perdido si el presidente de EE UU no encuentra el modo de aprobar la reforma sanitaria y de revitalizar un programa político bloqueado ahora por la confusión reinante en las filas del partido del Gobierno y por la vitalidad del movimiento ultraderechista sobre el que cabalga la oposición republicana.
El resultado de Massachusetts, el corazón del pensamiento progresista estadounidense, es doloroso para la izquierda por múltiples razones prácticas y emocionales. Pero quizá la más importante de todas es la desolación reinante por haber perdido en tan poco tiempo el afecto que hace 12 meses el país le entregó a raudales.
La Casa Blanca insiste en que seguirá adelante para aprobar la ley
La izquierda demócrata pide más ambición; los moderados, menos
Por supuesto, hay muchas razones para explicar esta debacle. Razones de índole coyuntural, como la desatención a la campaña de Massachusetts por un exceso de confianza, y de índole estructural, como la afición del electorado estadounidense por mantener siempre un equilibrio de fuerzas en Washington. Pero no hay duda de que la victoria del republicano Scott Brown para llenar el escaño del Senado que John y Edward Kennedy ocuparon sucesivamente desde 1954 hasta 2009, es, sobre todo, una expresión de protesta por la manera en que Obama y los demócratas están conduciendo la Administración. Y esa queja está centrada y simbolizada en el rechazo a la reforma sanitaria.
No es el único elemento de perturbación. Los electores repudian también el excesivo gasto público emprendido por el Gobierno y, en general, parecen haber comprado la versión republicana de que las reformas de Obama son muy caras, muy izquierdistas y poco eficaces. No es ése, parecen decir los votantes de Massachusetts, el cambio que queríamos ver.
Algo de esto puede haber entendido ya el presidente cuando ayer, en un acto sobre los contratos del Gobierno, manifestó: "Tenemos que insistir en el mismo sentido de responsabilidad con el que cada uno de ustedes administra su propia vida, su propia familia o su propio negocio".
La reforma sanitaria es, en este momento, el terreno en el que se manifiesta el conflicto y el primero en el que Obama tendrá que decidir qué va a hacer a partir de ahora. Es un verdadero laberinto en el que no se adivinan salidas fáciles. Por ahora, la Casa Blanca insiste en que mantiene su voluntad de que la ley, que ya fue votada por ambas cámaras del Congreso, siga su trámite hasta ser firmada por el presidente.
"Sería un terrible error retirarse ahora. Si no aprobamos la ley, todo lo que quedará será el estigma de la caricatura que se hizo de ella. Sería el peor resultado posible para todos los que la apoyaron", declaró ayer el principal asesor político de la Casa Blanca, David Axelrod.
No piensan así todos los demócratas. Muchos congresistas de esa formación están tan impresionados por la derrota de su colega en un feudo como Massachusetts que creen que cualquiera de ellos está en peligro ante las legislativas de noviembre. Algunos ya han recomendado llanamente olvidarse de la reforma sanitaria. Otros han pedido esperar a que Brown tome posesión de su escaño.
En estos momentos, el liderazgo del partido está tratando de fusionar los dos textos de esa ley surgidos del Senado y de la Cámara de Representantes. El resultado tiene que volver a ser votado en ambas instituciones. Tras la derrota en Massachusetts, los demócratas se quedan con un escaño menos de los 60 que necesitan para pasar esa legislación en el Senado. Existen diferentes mecanismos y argucias legislativas para sortear ese obstáculo y aprobar la reforma con la mayoría que aún le queda al Gobierno. Pero cualquier fórmula que se emplee corre el riesgo de ser entendida por los ciudadanos como una burla a la voluntad popular.
Sin reforma sanitaria, efectivamente, el año transcurrido se puede considerar un año perdido desde el punto de vista de las grandes transformaciones prometidas. Sin embargo, aprobar la reforma sanitaria en las circunstancias actuales puede ser aún más contraproducente a largo plazo.
Es, desde luego, una situación política extremadamente delicada que requiere movimientos sabios y finos de parte del presidente para rescatar su gestión. Obviamente, no está todo perdido. La mitad del país todavía le apoya, y hay tiempo y oportunidades de sobra para hacer los ajustes que se decidan. Lo difícil es encontrar el rumbo, averiguar qué es exactamente lo que Massachusetts está expresando. "Hay varios mensajes ahí", dijo Axelrod, "hay un sentimiento general de descontento con la economía y un descontento con Washington, que es exactamente por lo que nosotros fuimos elegidos".
Para atajar ese sentimiento existen dos vías evidentes: acentuar el ritmo y la profundidad de los cambios o efectuar un golpe de timón y girar a la derecha. Ninguna de las dos opciones es fácil ni se adapta al estilo personal de Obama. La izquierda demócrata exige más osadía. Uno de los representantes de esa ala, el ex candidato presidencial Howard Dean, asegura que lo ocurrido en Massachusetts es la consecuencia de la timidez y la voluntad bipartidista de la Administración. Pero la otra mitad del partido le pide al presidente que rebaje sus ambiciones. Obama va a tener que decidir sin contar con ellos. Massachusetts es, además de todo lo dicho, una llamada al sálvese quien pueda.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.