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Reportaje:

El asesino que deseaba ser descubierto

Un fontanero belga mató a su esposa y a su hijastro y guardó los cadáveres en el congelador

Los dos féretros de madera de pino claro, acompañados por un pequeño ramo de flores blancas, están en medio de la oscura pieza que hace de sala funeraria en un pequeño edificio anexo al hospital de Verviers. Precintados con cinta negra de la policía científica de esta localidad belga de 54.000 habitantes, contienen los cuerpos de Chantal Charron, de 46 años, y de su hijo pequeño, Bryan, de 11, asesinados a puñaladas en la segunda semana de abril y encerrados desde entonces en el congelador de casa en una atrocidad que ha trascendido ahora, cuando el asesino, Didier Charron, de 43 años, se cansó de vivir bajo el peso de la mentira tras haber triunfado en todos sus intentos anteriores de ocultar la verdad. "Quería ser descubierto, no hay duda", comentaba ayer Serge Benoît, de 22 años, mientras acompañaba el cadáver de su madre.

Didier Charron invitó a unos amigos a cenar tras mantener el secreto durante tres meses

En el depósito de cadáveres del hospital se agrupan una veintena de personas, familiares en su mayoría de Chantal, emparentados por la compleja trama de los tres matrimonios de ella, rehechos los otros dos cada uno por su lado y también con descendencia. Encabeza el grupo, Joseph Bernard, de 76 años y padre de la asesinada, flanqueado por dos de sus hijas y sus parejas. Vestidos con la modestia propia de la clase trabajadora en una ciudad situada a unos 120 kilómetros al este de Bruselas donde el paro supera la tasa del 25%, el cuadro evoca las escenas vividas hace ahora justo un año en Lieja, cuando dos niñas fueron secuestradas y asesinadas como víctimas de familias rotas que habían jugado tanto en el límite que acabaron por perder trágicamente.

La vida de Chantal tampoco había sido un camino de rosas y tras dos matrimonios fue a caer con Didier, también en su tercer matrimonio, el hombre que habría de llevarla a la tumba, junto a su hijo, a golpes y cuchilladas. Vanessa Dourcy, hija de Marcel, el segundo marido de Chantal, dice que "ella era muy influenciable y cuando se casó no le conocía bien; cuando bebía, Didier se convertía en otra cosa. Chantal cayó en un engranaje del que no podía escapar".

No le conocería bien la novia, pero quienes alguna vez dieron trabajo a Didier enseguida se dieron cuenta de que el fontanero ocasional no era de fiar. "Enseguida se veía que mentía mucho y nada de lo que contaba cuadraba", recuerda un antiguo patrón, que tuvo que despedirle. Inestable en el trabajo, mal pagador de alquileres, sablista y muy violento, Charron estaba abocado al desastre.

"Ha sido una sorpresa, pero era muy violento y nada agradable", recuerda Bernard François, vecino en el 145 de la avenida Eugène Mullendorff, en un barrio tranquilo y de vecindario agradable. "Una vez puso la música altísima a las tres de la mañana y cuando bajé a protestar la subió aún más", dice. "Otra vez se me echó al cuello gritando que me iba a romper la cabeza porque decía que yo cerraba la puerta haciendo mucho ruido".

El piso de los Charron es el de la planta baja de la casa y su puerta, ahora precintada, está pegando a la del portal. Allí se desarrolló la tragedia en la primera mitad de abril. Sólo se sabe, por la confesión de Didier, que tuvo una gran pelea con Chantal. Gritos y golpes no eran infrecuentes y a nadie le llamó la atención una enésima trifulca. Ni tampoco, aparentemente, el novedoso silencio que desde entonces reinaba en la casa. Chantal tenía poco contacto con su familia y si hubo llamadas de ellos, recibían respuesta por SMS del tenor de "estoy en Luxemburgo", que no levantaron sospechas. Era Didier el que las enviaba, el mismo que hace una semana llamó a una hermana de Chantal para preguntarle si tenía noticias de ella.

Él si las tenía y sus estrategias de engaño dieron fabuloso resultado. Agotado, quizá, por la tensión del juego, Didier invitó el martes a cenar a unos amigos. Terminada la fiesta, una mujer se ofreció a recoger los platos y dejar en el congelador los restos aprovechables. Al abrirlo vio el cuerpo de Chantal. Petrificada, pero con toda la sangre fría del mundo, volvió al comedor aparentando normalidad. Nada dijo y al rato los invitados se despidieron dejando "con un aire de visible incomodidad" al anfitrión, según creer recordar ahora. De la casa fueron directamente a la muy próxima comisaría. Al poco, los agentes volvieron a tiro hecho y encontraron bajo el cuerpo acribillado de Chantal el de un Bryan, que vivía aterrorizado por su padrastro.

La familia cree que no era la primera vez que Didier intentaba acabar con Chantal y ayer recordaban que, poco tiempo antes de comprar el congelador, dejó el gas abierto en la casa mientras ella dormía. "El asesinato lo tenía muy bien pensando y venía de lejos", concluían los familiares. Era obvio que él tenía problemas con sus mujeres. Joseph, el padre de Chantal, recuerda que a otra esposa anterior "intentó estrangularla y ella se salvó porque le metió los dedos en los ojos".

Serge, el hijo, estuvo con Didier el pasado sábado y se tomaron alguna cerveza juntos. "Nos invitó a mí y a mi novia a comer el domingo en su casa. Le dijimos que no. Quería ser descubierto". Lo fue el martes. Otros no rechazaron la invitación a cenar del asesino que deseaba ser descubierto.

La policía escolta a Didier Charron (izquierda) cuando abandona ayer los juzgados de Verviers (Bélgica).
La policía escolta a Didier Charron (izquierda) cuando abandona ayer los juzgados de Verviers (Bélgica).EFE

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