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El rearme de Oriente Próximo

Rusia y China se abren paso en la 'subasta' de armas

Los dos gigantes logran contratos suculentos para suministrar todo tipo de material bélico

Pilar Bonet

En el polvorín de Oriente Próximo llueven armas y no proceden sólo de Washington. Rusia ha vuelto entrar con fuerza a la carrera de venta de armas y se ha erigido ya en la segunda potencia, con la ventaja además de que no tiene grandes enemigos en la zona y por tanto vende a unos y a otros. Y luego está China: el gigante asiático también empuja para hacerse un nombre en un negocio tan lucrativo.

Tras la desorientación que siguió al derrumbe de la Unión Soviética, Rusia se ha embarcado en una política de afianzamiento en Oriente Próximo. Además, ha adquirido un nuevo peso en Argelia, país que está a punto de convertirse en su principal comprador de armas, por delante de China.

El carácter estatal de las empresas de armamento y el peso del Estado en la industria permiten a Moscú proponer fórmulas atractivas de colaboración a largo plazo. A cambio de venderle armas, Rusia ha ofrecido a Argelia inversiones equivalentes de diversas empresas, incluidas las de hidrocarburos.

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La industria armamentista rusa se ha restablecido en los últimos años y goza del apoyo de Putin para recuperar los mercados que se perdieron en los noventa y también para abrir otros nuevos, incluso en feudos norteamericanos. Punto de referencia de la nueva política comercial del Kremlin es la gira realizada por el líder ruso este año a Arabia Saudí, Qatar y Jordania.

A fines de 2006, Rusia y Jordania firmaron acuerdos para ampliar su colaboración militar. El interés de los países de Oriente Próximo por las armas rusas se ha incrementado tras la guerra entre Israel y Hezbolá, en el sur del Líbano.

Oficialmente, Rusia vendió en 2006 armas por 3.880 millones de euros en 2006 (4.900 según el instituto sueco Sipri), lo que fue todo un récord, y se ha afianzado como segundo exportador mundial, tras EE UU.

Los especialistas subrayan lo que podría denominarse el efecto carambola: que el equipo vendido a un cliente vaya a parar a otro. Esto le ha ocurrido a Rusia en la guerra de Israel contra Líbano, donde Hezbolá tenía armas rusas obtenidas supuestamente de Siria e Irán, y le ocurre a EE UU en Irak. El frente antiiraní que promueve EE UU podría convertirse en filón para los islamistas radicales existentes en países beneficiados por el plan norteamericano. Alexéi Malashenko, experto del centro Carnegie de Moscú, subraya la importancia del sector radical en Arabia Saudí y la posibilidad de los Hermanos Musulmanes de llegar al poder en Egipto si hubiera elecciones democráticas.

El suministro estadounidense dará argumentos al lobby militar ruso para superar las reticencias del Gobierno ante exportaciones delicadas. Al no tener tropas destacadas en la zona, a diferencia de EE UU, a Moscú puede no importarle cómo se utilicen esas armas, a no ser que fueran atómicas, un sector donde impera una lógica de otro tipo.

Rusia aporta su experiencia histórica como imperio en Oriente Próximo. Según Malashenko, la táctica de hablar con los integristas adoptada por Moscú está justificada, porque "el radicalismo islámico es un fenómeno objetivo", una "tendencia y no una enfermedad del mundo musulmán". "Rusia fue la primera en sostener que sin contactos con Hamás no se podía regular el conflicto palestino, y se adelantó a Occidente en aprender a trabajar con los radicales", señala. La posición rusa tiene contradicciones, ya que trata de propiciar un proceso de paz, pero, "desde el punto de vista económico, Rusia utiliza las crisis en la región, ya que la situación en Irán, Irak y Oriente Próximo ayuda a mantener altos los precios del petróleo", señala Malashenko.

China, por su parte, ha ido escalando posiciones. El último informe del Sipri, en 2006, lo sitúa ya como el 11º exportador mundial y el primer importador.

Los principales destinatarios de las armas chinas son Pakistán e Irán, y el gigante asiático ha sido objeto de críticas por países como EE UU por proveer a destinos sensibles como Irán y Sudán. La última acusación llegó a finales de julio, cuando Washington dijo que sus tropas en Irak han encontrado sobre el terreno misiles de fabricación china, que han sido introducidos de contrabando desde Irán.

Liu Jianchao, portavoz del Ministerio de Exteriores, se vio obligado a responder a la acusación: "Desde hace tiempo, algunos países relacionan el comercio normal de armas chino con contrabando e incluso desestabilización de algunas áreas. Esto, que ha confundido a la opinión pública, es hecho con motivos ulteriores". Liu afirmó que China sólo exporta armas a Estados soberanos, y que éstas no pueden ser transferidas a terceros países sin su consentimiento. También ha habido informaciones sobre el uso de armas chinas en Afganistán por parte de los talibanes, introducidas desde Pakistán.

Según el instituto Sipri, entre 1997 y 2006, Pekín entregó a Teherán centenares de misiles antinavío y superficie-aire, muchos de los cuales se cree que fueron ensamblados en Irán. También le vendió radares y aviones de transporte. La República Islámica es uno de los mayores suministradores de petróleo a China.

Pekín ha recibido, igualmente, fuertes críticas por vender armamento a Sudán, que, según denuncian organizaciones humanitarias, ha acabado siendo utilizado en el conflicto de Darfur contra la población civil. El Gobierno de Hu Jintao mantiene fuertes lazos comerciales con el país africano, donde adquiere grandes cantidades de crudo.

La falta de recursos energéticos y minerales es uno de los talones de Aquiles de la cuarta economía del planeta. Las importaciones representan el 47% de su demanda de crudo. Para 2030, la cifra podría llegar al 77%, según la Agencia Internacional de la Energía.

El hecho de que algunos de los proveedores de materias primas a Pekín -como Irán, Sudán, Angola, Zimbabue y Venezuela- sean receptores de sus armas y su tecnología ha provocado un aumento de la inquietud en Washington.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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