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Brown se enfrenta al congreso laborista en un clima de derrota

Los problemas de vista del primer ministro minan sus posibilidades

Una vez más, el líder del Partido Laborista británico afronta hoy el discurso de su vida en una intervención ante las bases que puede definir su futuro político. La gran diferencia entre este año y otros en el pasado es que esta vez el líder en apuros no se llama Tony Blair, sino Gordon Brown. La otra gran diferencia es que la crisis que afronta ese líder no es una conspiración más o menos artificial en las calenturientas mentes de los corresponsales políticos británicos, sino la pura y dura realidad de que todos los sondeos vaticinan una holgada victoria del Partido Conservador en las próximas elecciones.

En su discurso de hoy en Brighton, Brown se juega la vida no ya como primer ministro que se dirige desesperadamente a la nación, sino como líder de un partido que vuelve a cuestionar su capacidad para ser el cartel electoral más adecuado. No es que haya otra vez ruido de sables, pero sí empieza a haber de nuevo movimientos contra él. Tampoco es el momento de cortar cabezas porque en este país no se va a las urnas en invierno y un nuevo cambio de líder a media carrera en el partido del Gobierno tendría que ser refrendado por los votantes. Será a principios del año que viene cuando los laboristas decidirán si mantienen a Gordon Brown como reclamo electoral o buscan el milagro con un cambio a última hora.

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La situación de Brown es frágil. Una prueba de esa fragilidad es que por dos veces en una semana ha tenido que salir al paso del rumor de que acabará renunciando debido a problemas de salud. Días atrás tuvo que desmentir en Estados Unidos que esté perdiendo la visión en el único ojo bueno que le queda. El domingo, ya de vuelta en casa tras la cumbre del G-20, volvió a insistir en que no tiene más problemas de visión de los que sufre desde hace años, cuando perdió la visión en un ojo y casi pierde la del segundo por los golpes recibidos jugando a rugby. Y esta vez tuvo que aclarar también que no necesita fármacos para afrontar la dura tarea de ser primer ministro.

En los días previos al congreso, el laborismo ha parecido vivir envuelto en un pesimismo sin límites. Pero, a veces, estos congresos obran milagros. Ocurrió hace dos años, en el equipo contrario, el Partido Conservador. Brown había llegado hacía tres meses a Downing Street y disfrutaba de una tórrida luna de miel con votantes y medios. Los tories, en cambio, empezaban a cuestionar a su nuevo líder, David Cameron, y el ala derecha del partido empezaba a rebelarse contra su programa, que consideraban demasiado centrista.

Pero bastaron entonces los rumores de elecciones para unir a los conservadores. Y las dudas de Brown sobre la conveniencia o no de adelantar los comicios destrozaron su luna de miel, devolviendo su imagen de político indeciso y calculador. Demasiado calculador.

Ayer, el resucitado Peter Mandelson galvanizó a las bases en su primer discurso desde su inesperado retorno al Gobierno. Pero está por ver que sus ardientes elogios a Brown y su convicción de que "si yo volví, también nosotros podemos volver" (léase: "también los laboristas podemos volver a ganar") tengan algún efecto.

Gordon Brown y su esposa, Sarah, en el paseo marítimo de Brighton.
Gordon Brown y su esposa, Sarah, en el paseo marítimo de Brighton.REUTERS

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