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Columna
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La socialdemocracia de los emprendedores

Josep Ramoneda

Una de las pestes de la comunicación política son las palabras de moda. Emprendedor es la estrella del momento. Los periódicos hacen suplementos para emprendedores, los padres suspiran para que sus hijos sean emprendedores, los Gobiernos se declaran amigos de los emprendedores. En realidad, es un eufemismo, porque lo que correspondería es hablar de empresarios pero parece que todavía hay cierto pudor a utilizar esta palabra. Emprendedor queda más moderno y menos aparatoso. Cualquier político que quiere estar en los signos de los tiempos tiene que hablar de los emprendedores y hacer su apología. Rubalcaba no ha resistido a la tentación de acudir a ella. Al fin y al cabo, la comunicación de masas pasa por un número limitado de palabras y cuando una está en la cresta de la ola hay que aprovecharla. Y Rubalcaba lo ha hecho: "Me voy a partir el pecho por los emprendedores", dijo en su discurso de asunción de candidatura. Una expresión popular para expresar el compromiso con los que cambian el mundo, según dice el tópico dominante. Todos caben en la socialdemocracia de Rubalcaba.

Rubalcaba es consciente de que las bases electorales de su partido se están esfumando

Más allá de lo que tenga de oportunista la apelación de Rubalcaba a los emprendedores creo que es un indicio de que el candidato socialista es consciente de que las bases electorales de su partido se están esfumando. Y que el proyecto socialdemócrata necesita conectar con sectores sociales nuevos muy alejados de la cultura socialista y obrerista del siglo XX. En este sentido, es posible que Rubalcaba conozca algunos análisis del socialismo francés que apuntan hacia nuevos agentes sociales para la reconstrucción de la izquierda. Casi todos ellos estuvieron presentes en el discurso del candidato: los jóvenes urbanos, por supuesto, con los que los socialistas están absolutamente en deuda, dada la situación en que se encuentran hoy. Muchos de ellos han completado estudios universitarios, tienen buena formación, y pugnan entre la emprendeduría y el paro, entre el montarse la vida o retrasar indefinidamente la edad de emancipación. A todos ellos iba dirigido buena parte del discurso de Rubalcaba, porque es con ellos con quien hay que construir el futuro. Con ellos, con las mujeres que quizás han percibido con mayor sutileza el enorme cambio de sociedad que estamos viviendo y con las minorías de todo tipo, cultural, sexual, o identitario, se completa probablemente la vanguardia, para decirlo en términos clásicos, de las nuevas realidades políticas globales. Y solo haciendo propuestas atractivas para estos sectores sociales, la socialdemocracia puede aspirar a sumar y a reconquistar algunas de sus bases tradicionales. Cuando se pierde Madrid, cuando se pierde Valencia, cuando se pierde Barcelona, cuando se pierde Sevilla, está muy claro que hay mucho trabajo que hacer con los sectores más dinámicos de la sociedad. Pero hay principios de los que la izquierda nunca se puede alejar si no quiere desaparecer: la libertad, el progreso, la igualdad, el reconocimiento, la dignidad. La incógnita es cómo conseguir que estos sectores los hagan suyos. La codicia de los especuladores ayuda.

De ahí que el otro eje programático de Rubalcaba sea la defensa de la política y del Estado. Acosada por los poderes no representativos, la política da cada día muestras de su impotencia, con lo que aumenta la angustia y la inseguridad de los ciudadanos. A Rubalcaba no le es difícil defender el Estado porque lo lleva puesto. Pero emitió señales dirigidas a los abusos del dinero y a la necesidad de ponerle límites. Como acertadamente dijo Cándido Méndez: "Las entidades financieras se han de reconciliar con la sociedad española". Para Rajoy, según dice la prensa, esto es "radicalización y populismo".

Poca satisfacción dio, en cambio, Rubalcaba a los nacionalismos periféricos con dos indicios de puro jacobinismo: la pretensión de que los 8.000 millones más que tendrán las autonomías el año próximo se dediquen principalmente a sanidad; y la intención de recuperar el control del urbanismo para combatir la corrupción, con el mensaje implícito de que el Estado central es más limpio que los poderes locales y autonómicos. Tampoco el modelo alemán -que CiU quiere para Cataluña- complace en la periferia: podría dejar sin representación en el Parlamento español a CiU y PNV.

Puntal del Gobierno socialista hasta el pasado viernes, cualquier mala noticia que este tenga arrastra a Rubalcaba. Sin ir más lejos, los nuevos ataques en tromba de los especuladores contra España han borrado de los medios de comunicación los ecos de su entrada en candidatura. Y dado que se esperan pocas buenas noticias, hay que reconocer que el candidato socialista sale a la carrera con un estimable hándicap.

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