"La violencia es ya material estético"
El maestro le habla quedamente y mientras le mira intenta acurrucar los libros que acaban de traer para la escuela un grupo de las Misiones Pedagógicas, que han soportado con estoicismo la lluvia y antes la carcunda de la extrema derecha. El anarquista nihilista, con la dinamita que aún no ha hecho explotar encima la mesa y la pistola Star caliente en el puño, le mira demasiado impasible...
Esa escena en la España de 1935, con algo de western, bastante de historia, mucho de mensaje político y aún más de vida, podría resumir el trasfondo de Todo lo que se llevó el diablo (Tusquets), la nueva novela de Javier Pérez Andújar (Sant Adrià de Besòs, 1965), la historia de un equipo de las famosas expediciones culturales promovidas por la República a las que se les cruza la vida de un joven loberoque busca a un familiar. A los tres años de su celebrada Los príncipes valientes, la omnipresencia de la cultura popular (ahora, la de los años treinta) y una notable capacidad metafórica consolidan una voz literaria cada vez más estentórea.
Pregunta. Las Misiones Pedagógicas de la República es un leit-motiv sorprendente y rico.y tierno
Respuesta. Es un tema que me obsesiona desde que era estudiante de filología; o sea que no es un nuevo fantasma mío, sino un espíritu viejo, que me llevó a formar una ética de la vida y a hacerme cargo del espíritu profundo de la República: la cultura al servicio del pueblo de verdad; o, si quiere, una manera de comprender que el Estado de bienestar empieza en la biblioteca.
P. El libro refleja una violencia explícita, pero sobre todo implícita, brutal y no sé si puede leerse como una metáfora de hoy.
R. ¡Pero en qué país vive usted! Si escribes ahora has de haber asumido una violencia estética: ahí está Cormac McCarthy o Quentin Tarantino; la violencia es ya un material estético... Yo me crié con unos dibujos animados de la Warner BROS. en que cada gag era una hostia contra un personaje. La violencia es la adrenalina del mundo en que vivimos, es una plastilina un material estético, a la que hay que dar una base ideológica, ética, filosófica, porque si no se queda en fascismo.
P. ¿Y la base, pues?
R. Pues la violencia transustancial, esa a la que estamos sometidos: la social, la que es hija de la reforma laboral; o sea, no es tanto la violencia de un misil norteamericano lanzado en pleno Kabul como que económicamente tú pagas ese misil con lo que te roba la empresa a la hora de trabajar... Sí, me ha quedado un poco una novela sampeckinpahiana, con un mucho de westernpor los diálogos cortantes, tiroteos entre piedras, escenas peliculeras en pueblos perdidos que podrían ser fronteras... Si cambias misiones por pioneros, ahí está. El resto es una novela que habla de un país que en 1934-1935 tenía más de un millón de analfabetos y acabó con un millón de muertos; cambiar analfabetos por muertos: eso es lo que conseguimos.
P. ¿Asume la actitud de su anarquista Orfilio, del que parece desprenderse que no puede lucharse contra el desorden?
R. Esa tipología de personaje se dio mucho cuando la República. Orfilio es un nihilista dinamitero que valoraba la destrucción como algo regenerativo, regresar al caos primigenio... Tengo debilidad por los anarquistas: su ideal es el más limpio de todos.
P. ¿Y trasladado a hoy?
R. El orden de alguien se sustenta sobre nuestro desorden, alguien de esos que se reúnen en Suiza ha ordenado que el mundo sea así: su orden es nuestro desorden, no hay duda.
P. Conmueve el grado de compromiso de intelectuales y maestros y artistas con las Misiones Pedagógicas. No sé si el intelectual de hoy estaría por la causa...
R. Lo dudo: hoy los intelectuales se comprometen por una causa más difusa, no estamos hablando del mismo tipo de compromiso; el de los misioneros pedagógicos era a cambio de la sonrisa de una persona, con un compromiso hasta físico; el del intelectual de ahora es un okey a todo a cambio de salir en la foto, de que se vendan mis libros; Fernando Savater ha sido el último; ahora lo más decente es no comprometerse.
P. Parafraseando una de las coplas que cita en su libro, ¿la República fue una loba vieja con los dientes para un solo mordisco? ¿Nació con el estigma de la muerte, como se desprende de la novela?
R. Si y no. La República en puridad fue una loba joven pero solitaria, que al final no amamantó a nadie; o una loba a la que quitaron los cachorros y se los echaron al río... La metáfora del lobo y la República es, en realidad, una fantasía estropeada que tuve: en la primera versión de la novela que perdí, casi 180 páginas, había cosas de hombres-lobo tipo Bela Lugosi y Boris Karloff: era una novela fantástica; en la versión definitiva la figura del lobero me permite explicar lo más telúrico, la gente que pertenece a una tierra y que está muy arraigada y que cuanto más arraigada a un sitio más violenta es y a mí más miedo me da. En ese sentido, el libro es una novela política porque va al genoma del problema político español; hay un momento en que un personaje recuerda que la República ha prohibido el uso de la palabra español por culpa de la derecha porque por ellos ser español es como para pegarse un tiro; en la novela intento reflejar la estructura profunda de la derecha española y su triste relación con la cultura... Un cura como el cardenal Cisneros quemando libros. Esa es la imagen de España.
P. Eduardo Mendoza, que el viernes le presenta la novela, dijo tras ganar el Planeta con una novela sobre la Guerra Civil que ese tema debía ir ya al trastero.
R. Vino a decir, creo, que al que hay que enterrar es al que pontifica sobre la Guerra Civil; para cerrarla en lo literario nos hace falta un Vida y destino de Vasili Grossman, con toda la condición humana puesta en ese escenario.
P. En la novela repesca incluso la cultura popular de los años treinta: Fu Manchú, las coplas, la biblioteca Oro de Molino... ¿Este tipo de cultura es su Rosebud?
R. No, lo que ocurre es que estoy hecho de esa cultura popular; es mi barro; el cromado y el pincel llegaron en la universidad. Es mi genealogía más que mi Rosebud y para mí esa cultura es tan verdadera como la académica; ¿por qué abrir brecha entre ellas? Como lectores, no deberíamos hacerlo nunca. La cultura popular ha estado apartada de las estructuras de poder y en cambio no es tan dañina como los que están en la cátedra imponiendo su gusto.
P. Cárcavas, tolvanera, gañán... Suena a castellano de otra época.
R. Son las palabras de mi madre... Antes, en los pueblos, el lenguaje era el de Cervantes, ahora se quedan ya con las onomatopeyas de Tele 5; buena parte de la gente de este país sólo sabe decir "gol"; solo faltaban las redes sociales para acentuar una iconificación del lenguaje brutal; antes teníamos más cosas y aperos para trabajar, ahora solo tenemos un mando a distancia... Me niego a no escribir en castellano a pesar de que pueda pasar por ultramontano.
P. Esa forma y el fondo de sus novelas alejan mucho sus propuestas literarias del resto de sus colegas de generación...
R. ¿De los nocilleros? Claro, nunca he pertenecido a su mundo. A ver, yo vivía en Sant Adrià de Besòs y eso no era Barcelona; era otro mundo distinto al oficial, real, pero que al que no le dejaron dar señales de vida; la cabeza se me afiló en otros sitios; con Francisco Umbral, por ejemplo.
P. Entre las fuentes documentales que cita al final está Spotify y sus, por su elección, aberrantes aleaciones musicales entre Bach y Captain & Tenille, por ejemplo...
R. Son canciones que sé que me iban a emocionar y tocar y eso me ponía la cabeza como una moto; necesito escribir en trance: todo arte es chamánico.
P. "Cada hombre es un papel con una frase dentro, como un pastelito chino", dice en el libro. ¿Qué pone en su papel?
R. "Escribe, escribe...".
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