El teatro italiano se moviliza contra los recortes
La mítica bailarina Carla Fracci discute cara a cara con el alcalde de Roma
La tensión que se vive estos días en los teatros públicos italianos se resume en una imagen. El pasado lunes, la insigne bailarina Carla Fracci, de 74 años, asistía a un acto de protesta sindical, celebrado en la que es su casa desde hace 10 años, el Teatro de la Ópera de Roma. El objetivo era protestar contra la ley de reforma de las fundaciones lírico-sinfónicas aprobada por el Gobierno de Silvio Berlusconi, conocida como reforma Sandro Bondi en honor al ministro de Cultura.
De repente, la etérea Carla Fracci se convirtió en pantera y entre las ovaciones de los trabajadores se dirigió al alcalde de Roma, Gianni Alemanno, con el dedo índice por delante. Las crónicas transmitieron palabras gruesas: vergüenza, fascista, cobarde, mascalzone (canalla).
Luego, la ya ex jefa del cuerpo de baile de la Ópera negó haber insultado al regidor. Explicó que se limitó a reprocharle que llevaba un año pidiéndole ser recibida sin que este respondiera. La mítica estrella añadió que quería garantías de que la compañía de baile no será desmantelada como ha pasado en otros teatros. Alemanno replicó que es el momento de "cambiar página y dar paso a los jóvenes", y anunció el fichaje de Micha van Hoecke, coreógrafo belga de 66 años, para sustituir a Fracci.
Mientras la prensa de derechas acusaba a la eterna Giselle de ser izquierdista, de cobrar un millón de euros anuales y de trucar las tramas de los ballets para poder seguir bailando, el altercado daba la vuelta al mundo por YouTube y se convertía en símbolo del disgusto de la gente de la cultura con la reforma Bondi en particular y con el sistema de poder berlusconiano en general.
Ese malestar ha llevado al Gobierno de la región Toscana (centro-izquierda) a presentar un recurso contra el decreto Bondi ante el Tribunal Constitucional. La medida, que será anunciada mañana, sintetiza la resistencia del Mayo Musical Florentino, el teatro que ha liderado con huelgas y sentadas la reacción contra una reforma que sindicatos y artistas coinciden en catalogar como injusta y neoliberal.
Según han dicho maestros como Zubin Mehta o Daniel Barenboim, los recortes presupuestarios y los criterios de rentabilidad que incorpora la ley "ponen en riesgo la supervivencia y la calidad del patrimonio teatral y operístico italiano". Desde su podio en el Mayo, minutos antes de dirigir La mujer sin sombra, Mehta pidió en público al ministro que convoque "una mesa de diálogo para firmar un nuevo convenio nacional de los trabajadores teatrales".
Fidelísimo de Berlusconi, Bondi ha prometido que negociará. Pero la crisis manda y la consigna del jefe es "acabar con el derroche". La cultura, que el populismo italiano ha considerado siempre un feudo comunista, genera cientos de millones anuales de euros y es a la vez un apetitoso bocado y un sector crítico e incómodo. Quizá por eso, se dice con malicia en Florencia, el ministerio nombró hace unos meses como jefe de las obras de restauración de la Galería de los Uffici a un ingeniero siciliano que regenta un negocio de peluquería y manicura.
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