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Reportaje:Un genio del arte moderno

Aquella tarde londinense junto a la fiera humana

Recuerdo de una de las raras entrevistas a un genio tan seco como fascinante

Juan Cruz

Aquel verano de 1991, el último de su vida, Bacon llamó a su amigo y biógrafo Michael Peppiatt:

-Ahora sí que estoy realmente enfermo.

Padecía asma. Esa "muerte chiquita" que decía Séneca. Un día de ese verano recibió a EL PAÍS en Londres para dar una entrevista; Mary Cruz Bilbao, entonces directora de la galería Marlborough, había tramitado la solicitud, que era un imposible.

Bacon concedió la entrevista, la única en mucho tiempo, porque amaba España. Picasso le hizo pintor, y Velázquez y Goya fueron su inspiración.

Venía al Museo del Prado con frecuencia. Llamaba a Manuela Mena, la que ahora ha dirigido la gran antológica. "¿Puedo ir este lunes?". Y llegaba, silencioso, exquisito.

Amaba España y amaba a Goya y a Velázquez; Picasso le hizo pintor
Hablamos del color del siglo XX, "oscuro color de sangre, cualquier color", dijo
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Entonces tenía aquí a un amigo, acaso su último amor. España está en su corazón y en sus cuadros. En la exposición se ve ese grito dentado de Picasso en el Guernica, y están los toros, y la muerte (casi sobrenatural) de Sánchez Mejías.

Así que España le inclinó a vencer sus resistencias, y al final dijo: "Que vengan". Acudió a la cita vestido con su casaca negra, elegantísimo, y una camisa de rayas color burdeos. Nos miró y dijo, echándose la mano a un bolsillo: "Ahora no quiero dar la entrevista". Y agarró el Ventolín, para inhalar. El periodista hizo lo propio con el suyo.

Acaso el mismo padecimiento hizo posible la entrevista. Estaba seriamente enfermo, se sabe ahora. Hablamos del color del siglo XX, "oscuro color de sangre, cualquier color".

Tenía una vitalidad que te desarmaba o te hería. Para qué hablar. Pero algunas veces se explayó. Eisenstein, Buñuel, "Picasso ha hecho mucha basura". "¡Por supuesto que todo es absurdo!". "¿Estamos cansados? Yo no estoy cansado".

Sin embargo, su pupila era ya la de un asmático que tiene pavor al vacío, pero no al silencio. Ni al desorden. El desorden era su casa, el bar, la terrible (o admirable noche), y luego el trabajo frenético, "Tenía", dice Peppiatt, "un enorme poder de recuperación. La pintura lo poseía, y podía estar horas emborrachándose, y después de tres horas de sueño era otra vez el pintor genial".

Abominaba de muchos de sus cuadros, a veces de todos. Acababa de pintar, cuando estuvimos con él, su último tríptico. Está en el Prado ahora; amor, vitalidad, velocidad... y muerte.

Amaba la vida y le obsesionaba la muerte. Un asmático. Decía en la entrevista que todo estaba oscuro, y así es muchas veces su pintura. Viendo ahora esta muestra del Prado se ve a un animal humano, fieramente humano. Su autobiografía.

Las muertes de sus amantes (Peter Lacey, George Dyer...), en circunstancias que evocan quizá erróneamente el suicidio, le dejaron la huella más duradera. "Pero toda su obra", nos decía ayer Peppiatt, "parte de sensaciones poderosas". Verla junta ofrece ese calor de autobiografía herida que acentuó para la historia su propio final en Madrid.

En aquella entrevista, Bacon hizo alusión muchas veces a la pintura que veía en el Prado, y que tanto le gustaba a su amigo español. Ya es legendario que iba al Cock a beber, que iba al Prado, que reía en la intimidad, y que era un gentleman capaz de los mayores distingos y también de las aventuras más despiadadas.

Lo cierto es que vino a Madrid. El último viaje de su vida. Tenía la muerte cerca, aquel ahogo le perseguía siempre. Cuando falleció, en el Ruber, dejó una maleta que en la Marlborough nadie quería abrir. Hasta que apareció por allí Elvira Lindo con su marido, Antonio Muñoz Molina, que escribiría el prefacio de la exposición póstuma que organizaba la galería.

No se decidían a abrir la maleta, y Elvira Lindo se atrevió. Ayer le preguntamos a la escritora, y nos contó qué impresión tuvo. "Me provocaba curiosidad y ternura ver el orden y el contenido de alguien que, cuando organizó sus cosas, no sabía que iba a morir pronto".

Y lo que encontró: "Era una maleta pequeña, y las cosas, en su interior, ofrecían la imagen de una persona vital, desorganizada, con unas zapatillas de deporte encima de la ropa, en fin, esa manera en la que cualquiera organiza la ropa cuando ya está de vuelta". "Parece la maleta de una persona joven, vital y alegre". Puede no ser cierto, dice Elvira Lindo, pero esa impresión quedó en su mente.

El Bacon risueño lo hubiera corroborado. El entristecido nos hubiera mandado a ver la exposición para entender cómo se fue hiriendo y rehaciendo su alma de artista fieramente humano. Herido, hiriente, tierno.

La entrevista se publicó en El País Semanal el 5 de agosto de 1991. Francis Bacon murió el 28 de abril de 1992 en Madrid.

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