El sepulcro vacío
Cuando la falta de espacio impone jubilar viejos libros de la biblioteca (sea para mandarlos al sótano del que ya no saldrán o a alguna entidad benéfica a la que quizá no lleguen), siempre siento una punzada de escrúpulo: "Tratado de jardinería en Babilonia... ¿y si pasado mañana me da por volver sobre ese asunto?". Los únicos de los que prescindo sin la mínima reticencia son los volúmenes del inacabable marxismo y su materialismo dialéctico. Dejando aparte unas cuantas cosas del propio Marx, el resto de esos "clásicos" primarios y secundarios, los Lenin, Mao, Garaudy, Althusser, Marta Harnecker, incluso mucho de Lukács y demás compañía, resultan hoy inimaginables como posible relectura: aún peor, parece incomprensible que los leyésemos algún día del remoto pasado. Son incompatibles con las mínimas pautas de ecología intelectual.
Los únicos libros de los que prescindo son los del marxismo y su materialismo dialéctico
Están escritos en una lengua artificial, pretenciosa y mortecina en la que es imposible decir nada digno de interés o cercano a cualquier forma de verdad. Incluso parecería, si no fuese por su intrínseco aburrimiento, que son una especie de parodia intelectual con toques inesperadamente humorísticos. ¡Y las abstrusas polémicas internas en que se enredan con inexplicable saña! A su lado, cualquier disputa entre teólogos bizantinos parece de rabiosa actualidad...
En uno de sus mejores libros recientes, Cólera y tiempo (Zorn und Zeit, Suhrkamp, traducción española programada para el próximo febrero), Peter Sloterdijk sostiene que los partidos comunistas y sus teóricos han acumulado y manejado un capital simbólico de cólera destructiva en el que se mezclaban los elementos de insurrección secular aintiestatal con otros de milenarismo religioso, lo que les hizo especialmente invulnerables a los argumentos y trágicas evidencias históricas de signo contrario. Sea como fuere, hoy resultan ya indigeribles como utopía razonada. Parece cierto el aforismo de Gómez Dávila: "Comprendo el comunismo que es protesta, pero no el que es esperanza". Los que siguen perpetuando la vieja cantinela, como Toni Negri o Alain Badiou (que recomienda volver al auténtico "maoísmo originario" como si tal cosa) resultan ya exhibicionistas de lo arcaico, como esos originales sofisticados que se enorgullecen de no tener móvil o no saber manejar el ordenador.
Uno de los pensadores españoles más invariablemente sugestivos, Antonio Escohotado, está publicando una obra monumental titulada Los enemigos del comercio (Espasa), una detalladísima historia del nacimiento de la propiedad privada y sus adversarios, de la que ha aparecido por el momento el primer volumen que llega hasta Marx sin entrar aún en él. Es un trabajo de enorme erudición y combativas propuestas que no puede dejar indiferentes ni a quienes mantengan planteamientos más opuestos. He leído el primer volumen con apasionado interés y aún espero con mayor afán el segundo, pero también con cierta melancolía por el resultado de la empresa. Siento al leerle la misma sensación que ante los esfuerzos de los ateos anglosajones que refutan minuciosamente las pruebas tomistas de la existencia de Dios y denuncian las fechorías eclesiásticas a lo largo de los siglos. Porque probablemente es un esfuerzo vano tratar de refutar intelectualmente creencias que no fueron adoptadas por razones inteligibles sino que responden a sentimientos que rechazan los límites morales y sociales de nuestra condición y no se resignan a la humilde tarea de intentar solamente interpretarla y aliviarla con prudencia...
Babelia
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