Al rescate del oro del 'Sussex'
Una firma de Florida usará alta tecnología para recuperar el galeón hundido en 1694 en el Estrecho
Sólo es un pentágono rectángular en la pantalla de ordenador. Un oscuro punto en relieve algo menos opaco que el resto de la masa uniforme rastreada por el sónar. La tripulación del Odyssey Marine Exploration no tiene la certeza de si esa mancha es el pecio que llevan buscando desde hace años; aún no han cantado victoria porque la búsqueda es larga y llena de obstáculos. Pero lo saben, y aunque ninguno de ellos quiere lanzar las campanas al vuelo, todos apostarían que está ahí abajo, que esa pequeña anomalía sobre una sábana negra es el Sussex.
Sir Francis Wheeler: "O me devuelve mis hombres o les libero a cañonazos"
El robot del 'Odyssey' hace fotos del fondo marino, grabando en DVV las imágenes
El mar se tragó 560 cadáveres y unas 10 toneladas de oro y plata del 'Sussex'
A ese galeón inglés se lo llevaron los demonios el 19 de febrero de 1694. Una tormenta en el estrecho de Gibraltar jugó con su estructura al este de la roca, zarandeándolo durante horas hasta agotarlo y mandarlo al fondo del mar, a unos 2.500 pies de profundidad (alrededor de 800 metros). El mar se tragó 560 cadáveres y unas 10 toneladas de oro y plata, según las estimaciones de los expertos; un tesoro que hoy podría ponerse en los 3.300 millones de euros.
Hasta hace dos días, la posibilidad de encontrar el Sussex era todavía un sueño borroso enredado en una maraña burocrática que enfrentaba al Gobierno y a la Junta de Andalucía con el Ejecutivo británico y el Odyssey.
La compañía estadounidense, puntera en la investigación arqueológica de pecios, pactó con las autoridades británicas la búsqueda del Sussex; pondría al servicio de su majestad toda la tecnología a cambio de recibir la mitad de lo encontrado. Pero en el camino se topó con la oposición de la Junta de Andalucía, que impidió las operaciones en aguas andaluzas, pese al permiso inicial del Gobierno, competente en materia de costas. El pasado viernes, un acuerdo entre los ejecutivos español y británico y los cazatesoros permitía proseguir con los trabajos y sumergirse, una vez más, en las profundidades. Especialistas españoles y miembros del Gobierno andaluz nombrarán un equipo de arqueólogos para participar en el proyecto y vigilar el cumplimiento de las normas sobre protección del patrimonio cultural submarino. En el caso de que se compruebe la identidad del HMS Sussex, España reconocerá que el pecio, sus pertenencias y contenidos son propiedad del Reino Unido.
Pero vayamos allí, a ese mismo punto en el sónar del Odyssey, hace más de trescientos años, el día del hundimiento. O mejor, unos kilómetros más al oeste, dos días antes. Todo lo que sale mal ocurre porque algo salió mal antes. El 17 de febrero de 1694, el HMS Sussex, un buque de guerra con 80 cañones se prepara para levar anclas y dejar la bahía de Gibraltar. Capitanea una flota naval de 85 navíos, entre embarcaciones mercantes o militares, con destino a varios puertos en Italia, Turquía y el Levante. El almirante Francis Wheeler, un experto marino de 44 años, forjado en las aguas caribeñas desde la adolescencia, comanda la flota. Mira a su alrededor y no le salen las cuentas. ¿Dónde demonios se han metido los turcos que les acompañan? Están en prisión. Un oficial listillo de Gibraltar les ha detenido y los mantiene como rehenes en los calabozos para intentar cobrar unos supuestos impuestos de anclaje al almirante. Pero no cuela. Wheeler envía a un mensajero con una nota que persuade amablemente al oficial gibraltareño: "O me devuelve a los hombres de mi flota o les libero a cañonazos". Pues va a ser que sí. El oficial los deja libres y los navíos parten, pero la demora les coloca en el día en que los vientos no son precisamente favorables y los buques avanzan lentamente hacia su destino.
Las órdenes del almirante parecen claras. Tiene que llegar hasta el ducado de Saboya para entregar una importante suma de dinero al duque, aliado de los británicos en la guerra de los Habsburgo contra el rey Luis XIV de Francia. El rey francés había intentado sobornar al duque y al menos había que igualar la oferta, no fuera a ser que el duque se pasara al otro bando.
Con esas sale Wheeler. El día 18, por la mañana, la brisa continúa acariciando las velas de la flota, pero la cosa se pone fea horas después. Al caer la tarde se desata la tempestad. En todos los navíos, los hombres luchan con esfuerzo por mantener firmes las naves y salir de la ratonera. El capitán Hawkins da las órdenes en el Sussex, pero el pesimismo empieza a contagiarse cuando ve las dificultades que están sufriendo otros barcos cerca de su posición. Avisan a Wheeler. Lo pillan descansando en el camarote. Apenas ha tenido tiempo de descansar. La alerta le despierta y, sin tiempo para vestirse, sale en blusa y calzoncillos, dispuesto a ejercer su responsabilidad. No van más vestidos los 100 marineros de cubierta, ateridos de frío y de miedo ante la fuerza con la que empiezan a golpear las olas. Bajo cubierta, la escena no es mejor. La tripulación, hacinada bajo las vigas, se mueve como puede tratando de impedir que los cañones del barco se suelten con el movimiento del bajel y trata de achicar el agua que no para de entrar en las galeras.
A esas horas es ya una evidencia que el barco no aguantará si no se pone remedio. Y también que el diseño del Sussex ha salido de la mente de un exagerado; va sobrecargado y maniobra como si estuviera herido. El buque se eleva una y otra vez sobre un mar revuelto y los vientos le atacan desde el noreste y amenazan sus mástiles. A la desesperada, el capitán Hawkins sugiere cortar el palo mayor y el almirante ordena la operación. La idea es utilizar el mástil como un inmenso compás que se agarre al mar y evitar el hundimiento. La maniobra no sale bien. El palo cae desde lo más alto y rompe en mil astillas la madera que salta en todas direcciones como si hubiera recibido un cañonazo enemigo. Son las cuatro de la mañana del día 19. Lleva más de un día luchando contra la tempestad. En ese momento el mástil se separa totalmente del barco y cae al mar. La nave vuelve a torcerse, vira lejos de la devastadora costa rocosa y se dirige hacia su última parada. El casco se rompe. Muchos hombres mueren aplastados por los cañones, el Sussex, hecho un ovillo de cuerda, metal, madera y velamen, se hunde sin remedio llevándose consigo a 560 hombres. Sólo dos sobreviven, dos moros de la flota turca que se arrojan al mar antes de que el barco los absorba hacia la profundidad. Otros barcos siguen la misma suerte que el galeón. En total, 1.253 hombres perecen en la madrugada. El mar escupe sus cuerpos contra las costas como le viene en gana; a unos más cerca, a otros más allá de la costa de Málaga.
El cadáver de Wheeler aparece casi a dos leguas de Gibraltar. Unos pescadores españoles lo encuentran con la blusa y los calzones adheridos al cuerpo y la palidez azulada del rostro. Lo llevan sobre una tabla hasta Gibraltar donde los ingleses lo embalsaman para mandarlo de vuelta a la isla.
Wheeler no pudo hacer nada para salvar al Sussex ni para cambiar el curso de la historia. El dinero nunca llegó a manos del duque. Un año más tarde, Inglaterra intentó hacerle llegar una cantidad similar, pero para entonces ya era demasiado tarde y el duque de Saboya ya había cambiado secretamente de bando y abrazado las ofertas de Francia. Su deslealtad acabó dejando la partida en tablas y franceses e ingleses siguieron disputándose la supremacía de los océanos durante siglos.
El oro sigue allí desde entonces, esperando a que alguien lo recupere. Nunca ha estado más cerca. Los hombres de Greg Stemm, cofundador de Odyssey, llevan casi 10 años investigando para obtener cualquier pista que les lleve hasta el Sussex. Su tecnología no tiene competencia en el mundo de los cazatesoros y su acuerdo con los británicos podría ser un modelo para muchos gobiernos que no cuentan con medios para recuperar los pecios que los temporales y las guerras enviaron al fondo. Desde sus primeras expediciones en la zona, en el año 1998, el Odyssey Marine Exploration ha escaneado con el sónar unas 400 millas cuadradas (unos 1.000 kilómetros cuadrados). En el camino se han encontrado 418 posibles objetivos, que una vez estudiados resultaron ser antiguos naufragios de época fenicia y romana, con más de 2.000 años. De todos ellos, sólo uno contiene cañones. Puede que sea el Sussex.
"Somos una empresa privada que se dedica a la investigación arqueológica. Y claro que intentamos obtener un beneficio de ello. Pero eso no afecta a la calidad de la ciencia que llevamos a cabo. Hacemos una investigación superior a la de las instituciones académicas o que no obtienen beneficios. Y eso contribuye a que se conozcan muchas de las historias que encierran esos pecios", señala Greg Stemm, que sale así al paso de las críticas de algunos arqueólogos que consideran que un contrato como el establecido entre el Reino Unido y la compañía va contra los principios arqueológicos.
Algunas de estas cuestiones han estado detrás de los problemas de Odyssey para operar en la zona antes del acuerdo anunciado esta semana. En enero de 2006, la Junta de Andalucía impedía a la empresa hacer prospecciones en la zona pese a obtener el permiso inicial del Ministerio de Exteriores. La Junta consideraba que sus competencias en materia arqueológica se podían también ejercer en el mar. La Junta se negó entonces a enviar a un técnico a bordo, algo que sí será posible en esta ocasión.
Lo cierto es que algunos de esos pecios encontrados alrededor del Sussex podrían interesar a los arqueólogos españoles, pero no se sabía que andaban por allí hasta que los ordenadores del Odyssey los detectaron. Y de ser así, ¿quién tendría el derecho de extraerlos? De acuerdo con la posición mantenida por España en el tema de los buques hundidos, los restos pertenecen al Estado de su bandera. ¿De quién es entonces un barco fenicio o romano?
Mientras tanto, el robot del Odyssey sigue haciendo fotos del fondo marino, grabando en DVD cada una de las imágenes que almacenan luego en una enorme base de datos donde se recoge cada muestra encontrada, cada vestigio de la historia sumergida. Los científicos de la compañía siguen buscando, por las razones, que sean, nuevas señales del Sussex, a la espera de un resplandor dorado que hable de la historia del galeón inglés. Los moros que sobrevivieron al desastre, una de las fuentes más importantes de cuanto se conoce de aquella historia, relataron la historia de la altanería inglesa con un barco sobrecargado, construido para ser invencible y derrotado por el océano. El mar los dejó vivos para que contasen de lo que era capaz.
Un robot para encontrar el tesoro
Oficialmente se llama ROV (vehículo operado por control remoto), aunque tiene aires de grandeza y gusta de llamarse Zeus. Su aspecto es más parecido al de un monstruo de cables que a lo que se entiende comúnmente por robot.
Los ojos de este mastodóntico bicho de 6,3 toneladas envían imágenes de vídeo en tiempo real a los arqueólogos que trabajan en el Odyssey Explorer. Con unos mandos parecidos a los de una consola de videojuegos, un técnico hace funcionar todos los arti-lugios del aparato siguiendo las sugerencias de los expertos. Su precisión es la de un cirujano. Su brazo flexible está equipado con diminutas copas de succión hechas de plástico maleable para recoger del suelo monedas que pueden llegar a venderse a medio millón de dólares la pieza. Podría coger un huevo sin partirlo o enhebrar hilo en el ojo de una aguja sin volverse loco. Además, gasta brazos que terminan en grandes focos capaces de aportar algo de luz ahí abajo y otros que aspiran la arena sin llevarse por delante los objetos de valor.
"Antes de esto ya ha pasado mucho tiempo", señala el alemán Gerhard Seiffert frente a los monitores que graban cada una de las imágenes. "Es un trabajo de lo más interesante. Sabemos qué buscamos en la historia para encontrar luego lo que fue de ella. Y toda esta tecnología está disponible para que salga bien", explica. Luego las fotos. El trabajo que aparentemente resulta más concienzudo es el de unir luego todas esas fotos, a veces más de 40.000, para poder construir una imagen comprensible de todo el pecio. "No te creas. Tardo dos días en hacer todo eso. A veces podemos llegar a ver en esas fotos detalles fantásticos, como estas piezas de dominó", dice Gerhard señalando una de las reconstrucciones que los técnicos llegaron a reconstruir del SS Republic, un buque de la guerra civil estadounidense que aportó 400.000 dólares en monedas.
¿Abandona España sus tesoros?
España es uno de los firmantes en la Convención de la Unesco sobre la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático. Para algunos arqueólogos el acuerdo es positivo porque garantiza que España y los países firmantes se comprometen a no arramplar con aquello que no es suyo, es decir, que siempre considerarán que un pecio pertenece al Estado del que lo fletaba.
Pero hay un problema. Ni Estados Unidos, ni Reino Unido, ni Francia las han suscrito. O sea, que si se encuentran con un pecio que no es suyo pero lo quieren recuperar, la decisión es cosa suya. Varios colectivos han señalado en ocasiones la necesidad de que las administraciones españolas se preocupen más por los buques nacionales hundidos en aguas españolas o extranjeras. Con más de 700 naufragios, España es uno de los países con más pecios bajo el mar. La situación llega a veces al absurdo. El cargamento de Nuestra Señora de Atocha, descubierto por el cazador de tesoros Mel Fisher y recuperado en 1985, se vendió al mejor postor en una subasta que alcanzó los 300 millones de euros: 115 barras de oro, 1.041 de plata, 180.000 monedas, 3.000 esmeraldas. España fue uno de los pujadores. Adquirió objetos por un valor de 188.000 euros.
España tiene además decenas de navíos en las costas americanas. Podría reclamar el derecho sobre los barcos de los conquistadores. Pero ¿y el oro? ¿Podría reclamar el tesoro que hace 500 años sustrajo a los aztecas?
Babelia
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