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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La reina como reinona

Los británicos mantienen una relación psico-patológica con sus reinas, una suerte de Edipo colectivo y reprimido que ve en ellas a la vez una madre y una virgen, una mano de hierro y una inalcanzable compañera de cama. Isabel I creó un molde que, en cierto sentido, Isabel II ajusta a la contemporaneidad. En Elizabeth (1998), el director de origen paquistaní Shekhar Kapur narró el Año Cero de ese icono inmortal en lo que bien podría ser la última palabra en procesos de integración cultural: la película narraba la creación de un icono, casi como en la versión, un tanto filo-bollywood y un mucho de mini-serie de la BBC sacando pecho, del episodio piloto de una saga superheroica. Los planos finales de Elizabeth podían equivaler a la puesta de largo del traje del Hombre Murciélago en la pomposa Batman Begins de Christopher Nolan. Tal y como mandan los cánones del género secreto que recorría los subterráneos de esa falsa película histórica, una secuela era inevitable.

ELIZABETH: LA EDAD DE ORO

Dirección: Shekhar Kapur. Intérpretes: Cate Blanchett, Geoffrey Rush, Samantha Morton, Clive Owen, Jordi Mollà. Género: Drama histórico. Gran Bretaña-Francia, 2007. Duración: 114 minutos.

En Elizabeth: La Edad de Oro, Isabel I, reencarnada en la piel de alabastro de Cate Blanchett, ya no es un personaje golpeado por la Historia que debe luchar por su vida, sino, directamente, una súper-heroína. Una reinona. Es decir, el mito o la farsa, como prefieran: una mujer independiente, libre, capaz de regir su destino y el de los suyos (que son todo el país) frente al avance oscuro y represor del catolicismo. Una mega-reinona con una frase ingeniosa siempre en la punta de la lengua. Si tenemos que creer al cine, quizás acabemos pensando que el feminismo fue una invención de Juana la Loca perfeccionada por Isabel II. Kapur, en esta ocasión, se libera aún más del rigor de lo que ya hizo en la película anterior, sumergiéndose sin rubor alguno en un proceso de sentimentalización de la Historia que, por lo menos, deja claro el otro género que lucha por cubrir el hueco del relato histórico: así, Elizabeth: La Edad de Oro oscila entre película de superhéroes y la novela sentimental con heroína camuflando ardores y desvelos bajo el corsé regio.

Ejercicio de kitsch desaforado, la película de Kapur obvia la auténtica edad de la reina durante los acontecimientos narrados en la trama y convierte sus flirteos con Sir Walter Raleigh -un Clive Owen que jamás había estado tan expuesto al ridículo- en lo que sus guionistas William Nicholson y Michael Hirst quizás consideren una versión de época del espíritu de la screwball comedy, cuando en realidad es material de novela rosa de consumo ideal en peluquerías.

La sobriedad con que Geoffrey Rush repite su papel de inquietante consejero, la autoridad que irradia Cate Blanchett y la fuerza de Samantha Morton en la piel de María Estuardo podrían hacer pensar que, por lo menos, en Kapur hay un notable director de actores. Basta mirar alrededor para intuir que, con toda probabilidad, los actores se han dirigido a sí mismos. O eso o Kapur es más perverso de lo que parece y ha considerado que tanto Clive Owen como Jordi Mollà tenían que ejercer de contrapuntos cómicos en el aparatoso conjunto. Los pantalones bombachos del primero serán tan recordados como la dicción del segundo: Mollà logra que Felipe II hable como un gangoso recién salido de la consulta del logopeda y, a ratos, parece tener en la cabeza las claves interpretativas del Darth Sidious de la saga galáctica de George Lucas. No huyan de esta película si lo que buscan es una comedia involuntaria.

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