Lo peor de cada casa
ANTONIO LORCA
El quinto toro de la tarde, en la agonía de su derrumbe y agotamiento, miró con sus ojos vidriosos a Salvador Cortés, que se afanaba una y otra vez ¡je, toro, je!, y movía la muleta con la esperanza de una embestida, siquiera una, pero el animal, cansado ya de sí mismo, le retiró la vista con desprecio, y se derrumbó en la arena.
Pero el sexto, que se revolvía con extrema malicia ante la presencia del debutante Aguilar, giró la cara a la velocidad del rayo, y el pitón, -no queda claro si el derecho o el izquierdo-, pasó rozando los ojos del torero. ¿O fue la yugular? Y el primero era experto en tornillazos y en el lanzamiento de finísimas guadañas al aire de la carne torera. Y el cuarto se tornó intoreable; y el segundo, un inválido mortecino y renqueante, y el tercero, con un peligro a veces sordo, y en otras, ensordecedor.
AGUIRRE / BARRERA, CORTÉS, AGUILAR
Toros de Dolores Aguirre, -el sexto, como sobrero-, bien presentados, mansos de solemnidad, descastados, broncos y peligrosos.
Antonio Barrera: tres pinchazos
y media ladeada -aviso- y un descabello (silencio); estocada -aviso- (ovación).
Salvador Cortés: metisaca (silencio); pinchazo -aviso- (silencio).
Alberto Aguilar: dos pinchazos
y estocada baja (silencio); dos pinchazos -aviso-, pinchazo
y media en los bajos (silencio).
Plaza de La Maestranza. Martes, 26 de abril. Tercera corrida de feria. Más de media entrada.
No será fácil presenciar de nuevo una corrida como la ayer en Sevilla: más deslucida, más mansa, más descastada y, por encima de todo, de peor condición. Un fracaso sin paliativos de la ganadera; de la cabaña brava española y de todos los que han pedido que acudan a esta feria estos toros, que se han ganado a pulso no volver en una larga temporada.
Es como si hubiera hecho una operación mansedumbre y se hubiera elegido lo peor de la cada casa. Porque este toro de ayer no es el toro de antes, sino la expresión máxima de la degeneración actual: ni es bravo, ni tiene casta ni codicia; derrocha, en cambio, mala condición, bronquedad, peligro y mala sangre. Sobre todo, mala sangre.
Y la conclusión, discutible, pero aceptable, es que el toro no existe en el campo; ha desaparecido, lo han anulado en la búsqueda constante del animal comercial, artista y bobo, y los pocos ganaderos que se oponen al sistema de las figuras solo pueden ofrecer lo que ayer ofreció Dolores Aguirre. Que no vengan, pues, hierros nuevos, sino toros bravos y encastados; y si no existen, que los taurinos piensen, analicen y sopesen una revolución urgente antes de que el negocio se vaya a pique.
Es evidente que la alimaña no sirve. Y los seis toros de ayer salieron a morder, a comerse crudo al torero que se pusiera delante. Toros sin recorrido alguno, sin entrega, que acudían a oleadas y buscaban el bulto con descaro.
Afortunadamente, los tres toreros salieron de la plaza por sus propios pies, lo cual es auténticamente milagroso. Tres toreros cabales, heroicos, a los que hoy mismo nadie tendrá en cuenta su gesta. Solo se recordará que el 26 de abril no pasó nada en Sevilla. Pues, sí pasó.
Pasó, por ejemplo, que Antonio Barrera se ganó a pulso el respeto del público después de dos actuaciones presididas por la vergüenza, el arrojo, el pundonor y una entrega sin límites. Su lote fue bronco, duro y áspero, pero Barrera no se amilanó nunca, plantó cara por ambos lados, se jugó el tipo de verdad, y quedó claro que los toreros funcionan con parámetros distintos al resto de los humanos. Curiosamente, el cuarto de la tarde empujó en el caballo metiendo los riñones, pero volvió a las malas andadas en el tercio de banderillas. Salvador Cortés pechó con el lote más inválido: su primero, hundido de salida, y el quinto se echó en la arena hasta cinco veces antes de morir. No tuvo el torero opción de iniciar un solo pase. Y Alberto Aguilar pasó el durísimo examen con gallardía, sin perder la cara. Costaría un mundo estar delante del muy difícil tercero, y pasó un quinario ante el sexto, otro manso pregonao que huía de su propia sombra. Que descansen en paz los toros de Dolores Aguirre; y que no vuelvan. Son lo peor de cada casa, y solo sirvieron ayer para provocar taquicardias, aburrimiento y desagrado.
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