Una necrológica imposible
Hace un par de años le preguntaron en Arnedo (La Rioja), en una de sus escasas y siempre brillantes apariciones públicas, a qué se debía su resistencia al lirismo elegante y Rafael contestó sin la menor duda: "Debe ser porque yo nunca he oído cantar a un ruiseñor".
Nunca oyó cantar a un ruiseñor, pero tenía un prodigioso oído y una afilada sensibilidad para escuchar y luego transmitir los cantos de los seres humanos. Los ayes de las víctimas de la insolidaridad caritativa, los crujidos que acompañaban a algunos hombres que tenían el oficio de matar a otros hombres, la vana palabrería de los pobres intentando dejar de serlo...
Con Ángel González y antes Blas de Otero y antes todavía Antonio Machado, fue un enorme poeta del prosaísmo hispano, de lo sustancial, de lo urbano, atento a los problemas de sus congéneres y siempre partidario de acabar con el terror por los caminos de la carcajada. Para él una mesa de café era una síntesis de observatorio astronómico y diván de analista... Para Azcona había más poesía en la triste tarde del domingo que en el alegre domingo por la mañana. Su música esencial era el melancólico pasodoble...
Aparte de estar escribiendo hasta el último día -reescribía su mejor novela, Los ilusos-, su última actividad pública ha sido la de pedir un notario, dado que ya no podía salir a la calle para ejercer su derecho al voto. Porque, además de un buen amigo, un extraordinario creador y un hombre de bien, Rafael Azcona fue un ciudadano ejemplar.
El más importante nombre de la historia del cine español.
A mí solamente me pidió una cosa, hace muy poco y después de haber trabajado a diario durante veintitantos años: había notado que algunos amigos me llamaban Pepe, y él siempre empleaba el José Luis.
"Perdona, ¿te puedo llamar Pepe? No es porque sea más castizo, es que es más corto y ando muy mal de fuelle con esto del cáncer".
Tratar de hacer una necrológica de Rafael, en mi caso, es estúpido. Se ha muerto una parte de mí, y de otros varios. Muchos. Se nos ha muerto el corazón de la risa.
Después de darle muchas vueltas, creo que si Rafael hubiera tenido que hacer una necrológica parecida a ésta, le habría dado sus cien vueltas procurando contener la sentimentalidad y el resultado sería más o menos: "Ha muerto mi (mejor) amigo, el (pundonoroso, cumplidor, estimable, esforzado) escritor cinematográfico... Es injusto. Una auténtica cabronada". Pero nada más escribirla, la habría roto.
Porque era muy pudoroso con sus sentimientos y porque era muy exigente con lo que firmaba.
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