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Reportaje:

Más nanas y menos somníferos

Un libro establece el canon español de las canciones de cuna, de Lope a Unamuno, y alerta sobre la desaparición del género por el declive de la oralidad

Javier Rodríguez Marcos

"A mis hijos nunca les he andado mareando con que su bisabuelo era famoso", dice Mercedes de Unamuno. "Ahí tenían sus obras por si querían leerlas". Ella y su hermana Salomé, sentada a su lado, las han leído bien. De hecho, recita de memoria la nana que su abuelo escribió cuando se enteró de que había nacido su primer nieto: "La media luna es una cuna / ¿y quién la mece? / Y el niño de la media luna / ¿para quién crece?". Cuando la compuso, el autor de Niebla vivía en Hendaya desterrado por la dictadura de Primo de Rivera.

Las dos hermanas Unamuno se han reunido en el Hotel Kafka de Madrid con Elena Diego (hija de Gerardo Diego) y Teresa Marquina (nieta de Eduardo Marquina), entre otros herederos, para hablar de poemas que, en muchos casos, esos poetas escribieron para ellos y que ahora aparecen recopilados en El gran libro de las nanas (El Aleph), preparado por la escritora Carme Riera. El libro, con pretensiones de canon definitivo en un tiempo, como dice la antóloga, "en que la oralidad está en declive", reúne las canciones de cuna más famosas de la lengua española desde la Edad Media al siglo XXI, de los textos anónimos a los de Rafael Alberti pasando por Gómez Manrique, que alrededor de 1458 firmó la primera nana de autor conocido.

Hasta el siglo XIX eran cosa de mujeres, es decir, carne de anonimato
Lorca, que dedicó a estos poemas una conferencia, insiste en su "aguda tristeza"

Si bien las Unamuno no llegaron a convivir con su abuelo, Elena Diego cuenta que se enteró de que su padre era escritor ya "mayorceja", a los 13 años. Fue en 1948, el año en que el poeta de la generación del 27 entró en la Real Academia Española (RAE): "Fui a la ceremonia de ingreso, que se convirtió en la escenificación de algo que había estado escondido". También en el caso de Teresa Marquina la poesía de su abuelo vivía en un mundo aparte: "Era mi abuela la que nos cantaba".

Si hasta el siglo XIX los niños eran poco menos que mano de obra, las nanas eran hasta entonces cosa de mujeres, es decir, carne de anonimato. Y no sólo porque el concepto de autoría sea un invento tardío, sino porque las mujeres no solían abandonar las cuatro paredes de su casa. "Las primeras nanas firmadas por hombres -Lope de Vega, por ejemplo- son poemas 'a lo divino': la madre es la Virgen María y el niño, Jesucristo", explica Carme Riera que, retocando a Azorín, resume: "La historia de las nanas es también la historia de la sensibilidad".

"En el siglo XX la canción de cuna se convierte en un género literario", continúa la escritora. "Algunas se tiñen de ironía y otras, de dramatismo. Ya no son sólo poemas para niños". Lejos de los cancioneros anónimos, que durante siglos alimentaron el flamenco, ahí están la canción para despertar a un pie dormido de Gloria Fuertes, la de José Hierro para dormir a un preso o las celebérrimas nanas de la cebolla de Miguel Hernández. Con todo, el género nunca fue políticamente correcto. La amenaza mayor recibe siempre nombres poco favorables al multiculturalismo: del inefable coco al moro, el judío, la mano negra o la gitana.

Muchos de esos nombres los recoge Lorca en una célebre conferencia que, en 1928, dedicó al tema. En ella, el poeta granadino insiste en "la aguda tristeza" de las canciones de cuna españolas. No debemos olvidar, dice, que sus inventoras son las mujeres pobres "cuyos niños son para ellas una carga". Y son ellas las que llevan "este pan melancólico" a las casas de los ricos. Carme Riera no está muy de acuerdo: "Lorca confunde monotonía con melancolía: el objetivo de una nana es que un niño se duerma". Y mezclando el arte menor con los somníferos, añade: "Su tono ha de ser monocorde y no muy alegre. Si nos cantaran más nanas nos ahorraríamos mucho en orfidales".

De izquierda a derecha, Unamuno, Lorca y Miguel Hernández.
De izquierda a derecha, Unamuno, Lorca y Miguel Hernández.SCIAMMARELLA

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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