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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Una muerte inesperada

Diego A. Manrique

No todo ha sido incienso. La defunción de Steve Jobs ha permitido que sus enemigos ajusten cuentas con el mercader que transformó radicalmente el modo en que consumimos música. Nos aseguran que ignoró a su primera hija, que aparcaba en espacios reservados para inválidos y, ya entramos en materia, que sus inventos banalizaron la música, al permitirnos trocear obras y acumular canciones sueltas.

¡Gran pecado para algunos! Pink Floyd demandó a EMI por permitir que iTunes vendiera cortes extraídos de sus elepés. El grupo ganó, aunque su victoria sea pírrica: dudo que, si quieres Money, adquieras todo Dark side of the moon. El mismo Jobs era hombre de álbumes: su iPod contenía discos enteros de Dylan, The Beatles o los Stones. Generalmente, los artistas mantienen que el álbum da la medida de su creatividad: una colección de grabaciones más o menos cohesivas, con un envoltorio que es parte de la oferta. Sin embargo, sabemos que la idea misma del álbum deriva de las posibilidades tecnológicas... y los cálculos comerciales.

Asistimos a intentos desesperados de reinventar el concepto del álbum

Un poco de historia: los discos de 78 rpm abarcaban tres minutos por cara y desbancaron a los cilindros de Edison, donde cabían dos minutos. Las pizarras acomodaban el formato de canción pero resultaban cortas para los improvisadores del jazz o las formas clásicas; para esas músicas se fabricaron los álbumes, que juntaban varias placas. El nombre permaneció. Hasta los sesenta, la música popular se expresó mediante discos de dos canciones (a veces una, repartida entre las dos caras). Desde los cincuenta, había elepés de vinilo, que giraban a 33 rpm y prometían unos 40 minutos de música. Pero resultaban caros para el público juvenil y los creadores no les prestaban demasiada atención.

Con excepciones: Frank Sinatra triunfaba ordenando grabaciones alrededor de un concepto, tipo Songs for young lovers (1955). Por el contrario, los elepés del pop ofrecían un par de éxitos más relleno. Duele revisar hoy los discos grandes que publicaban Phil Spector o la Motown: suenan endebles.

A mediados de los sesenta, conjuntos y cantautores lograron dominar el medio discográfico, diferenciando entre el material de elepé y el reservado para singles. Incluso se atrevieron con el doble elepé, donde revelaron tendencias letales: el endiosamiento de elevar todo lo grabado a la categoría de "esencial". Algo que se convertiría en práctica universal con el CD: pocos se resistieron a llenar los discos compactos hasta el tope, setenta y tantos minutos.

En las últimas décadas, se eclipsaron los singles: las disqueras aseguraban que no eran rentables. Se trataba de vendernos las maravillas del álbum en CD, bajo el lema de "sonido perfecto para siempre". Nos contaban que la fabricación de un CD costaba más que la de un elepé de vinilo. Muchas mentiras. Ya saben que todo el montaje se fue al carajo. Los internautas recuperaron a las bravas la cultura del single, el consumo de canciones sueltas. Su indiferencia obligó a bajar los precios de los CD (¡menos en España!). Luce obsoleto el modelo de explotación del soporte rey, el álbum en CD: un lanzamiento cada tres años, cuya vida comercial se prolongaba mediante giras, remezclas y ediciones ampliadas. ¿Cómo se raciona el producto si lo que se trata es de ofrecer contenido a los servicios de streaming?

Ahora mismo, se habla de "la muerte del álbum". Exageran: lo que vemos son intentos de reinventar el concepto. Cada corte de Biophilia, nueva propuesta de Björk, se vende también como una aplicación para iPad. Carl Cox publica su All roads lead to the dancefloor en un dispositivo USB que, aparte de los llenapistas habituales, permite el acceso a remezclas, sesiones y vídeos.

Frente al dilema, los grupos de rock oscilan entre la vagancia y la hiperactividad. El trío Ash renunció al álbum y se comprometió a editar 26 singles (52 canciones) en un año; la faena ha sido agotadora y -me temo- de escaso impacto. Por su parte, los Kaiser Chiefs registraron 20 piezas para su cuarta entrega, The future is medieval: en su página, cada seguidor puede elegir 10 para confeccionar su track listing ideal.

¿El futuro? Flexibilidad en los lanzamientos, variedad de opciones y, claro, la vuelta del elepé. Sus portadas, benditas sean, sirven para hacerse un cigarrito. Como es tradición.

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